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<< Desciendo de emigrantes y marinos
mundaqueses, siempre fuera de casa, seguramente por eso yo también
fui marino, me marché de casa y ahora soy un turista allí, pero
también por eso, he leído el libro de Liliana (dos veces en mes y
pico) con sumo placer y atención, porque su novela es eso, un viaje
de ida y vuelta, una historia de emigrantes, un ir pobre y olvidar
lo que se ha sido cuando las cosas salen bien que no pasa más que
raras veces, como podemos leer en las páginas de esta novela:
"A mí me gustaba que mi abuela me contara historias de cuando
vivía en Leticia con su marido, un emigrante español que enfermó de
malaria o de olvido o de pobreza."
Así fue en mi familia y así parece ser siempre, o casi siempre,
se huye de la miseria cuando parte uno de su casa, su país, su
infancia miserable, y se sigue huyendo ya toda la vida, aunque le
haya sonreído la suerte a uno y logre enriquecerse: sigue huyendo.
Es toda la novela un ir contando historias que son una y que
mediante el intercalado epistolar, el poético y el narrativo
formarán un cuerpo completo, una saga, pero también une recherche,
une quête, en la que como en toda búsqueda es a uno mismo a quien se
encuentra, siempre bajo un cielo de miseria y represalia franquista,
el golpe de estado de Venezuela (no éste que están preparando tan
chapucero y semejante al que sufrió España en 1936) de 1958 y el
cruentísimo ataque del ejército colombiano al Palacio de Justicia de
Bogotá que había ocupado previamente la guerrilla en 1985.
Ya sabéis que no acostumbro a escribir sobre el argumento:
tampoco lo haré ahora, pero sí diré que dos son los placeres que me
han dado esta novela de Liliana Pineda: uno estético, pues el texto
es coherente y ágil en su complejidad, y en él he viajado
cómodamente, y otro histórico, puesto que he sabido cosas, hechos,
costumbres que desconocía; una vez más ha sucedido lo que suele
cuando se lee narrativa americana (apunto en el paréntesis que llamo
‘americana’ a la latina, eso sí sin despreciar ninguna otra):
Descubre uno lo poco que sabe de países con los que comparte lengua
e historia, países tan cercanos y lejanos al mismo tiempo. Sólo por
esto, además de la imposibilidad de abandonar la lectura de una
historia que apasiona desde el principio, he de agradecer a Pineda
la factura del libro que, al final, deja un poso entre el intimismo
y la necesidad de exactitud histórica.
He querido apartar aquí uno de los poemas que jalonan la
historia, que me llamó la atención en la primera lectura y la
mantuvo en la segunda:
"Guardé mis pies en el bolsillo izquierdo y rodé por la calle
sin nombre. Todo estaba a medio iluminar.
Bajo un banco del parque escondí mi cuerpo frío,
envuelto en una manta maloliente.
No había nada bajo mi cabeza,
el resorte que sostenía mis huesos se había roto.
¡Adiós! Dije a la plaza. ¡Adiós! Al humo. Risas.
Un modesto festín de peatones;
alguien se orinaba a mi lado… Gritos.
Son mis hermanos que vienen de la discoteca." >>