Los infiernos del caudillo
Ilustración y texto de O COLIS
para
Zonaizquierda.org
PRIMERA PARTE: Un lugar
intermedio (20,21/33.)
(viene de: 19. La Historia sabrá defender mi
causa)
http://zonaizquierda.org/Libros/COLIS-Los_infiernos_del_caudillo_10.htm
20. FRAY MARTÍN DE PORRES Y LO CUÁNTICO
No
me convencen, ni me confortan, las explicaciones de Punset sobre el
extraño viaje de las partículas, atrás y adelante, a un tiempo y a la
vez por diferentes rutas, con diferente masa y en momentos diversos.
Como tampoco entiendo ese fluir de vivos y muertos por aquí, por muy
cuánticos que sean o se pongan. Puesto a entender, y por demostrar mi
buena disposición inquebrantable, trato de comparar este hecho insólito
con las licencias literarias de la imaginación calenturienta de Julio
Verne -aunque lo leí poco en su día, en mis días, ya que ahora lo leo
absolutamente todo, ya que me sobra el tiempo en cantidades infinitas
(nunca he metaforizado mejor... ¿metaforizado?...) -, porque algo me ha
quedado en el recuerdo de aquellos absurdos argumentos ideados por el
gabacho para divertir a los que aceptan lo absurdo como algo divertido.
Yo, desde luego, no; y si poco me gustaron esos pimpirimplines mágicos
en vida, mucho menos en estas circunstancias indefinibles de mi ser en
las que me veo parte actante de esas pijadas con tan poco rigor
histórico. Claro que aquí pretenden que las tenga como ciertas, y por
eso he de aceptar que ese Pío Moa esté vivo y también muerto,
apareciéndoseme codo con codo con el pelota de Aznar y los otros
misericordias de la bancada. O sea que está allí, en el lugar del mundo
en donde discurra su vida, y también aquí en donde discurre la mía
eterna, a un tiempo y a la vez. Para comer cerillas. Punset me ha dicho
que piense que podrían existir muchos tiempos a la vez, ocupados por
diferentes modos de la misma vida y en diferentes formas físicas
particulares. Lo dice como si fuera fácil de comprender eso tan
sorprendente, pero ni es sencillo de entender ni lo explica tan bien
como él cree.
Pero no he de rendirme. Esforzándome mucho, lo más que se me acerca el
pensamiento a este galimatías de la bilocación de las partículas en su
ser y estar, es a lo que debió ser la pluriubicuidad de fray Martín de
Porres. Recuerdo una película española en la que fray Martín se
presentaba aquí y allí a un tiempo, milagrosamente, como hacen ahora Pío
Moa y otros de los que se me aparecen como misericordias de caoba en el
coro de esta iglesia fantasmal, a la vez que simultáneamente viven su
vida en otra parte. La diferencia entre aquello y esto está en que
mientras Punset lo explica a través de la física cuántica, yo me explico
aquello del fraile y también esto de los fantasmas de madera carnal por
la mediación de la Divina Providencia, o sea, Dios mediante.
Ahora va y sé (por el extraño modo por el que tanto sé ahora y tan
acertadamente lo expreso) que el santo limeño era dominico, e hijo de
caballero español de Burgos y de mulata afropanameña, y que tenía ese
don de la bilocación. Podía estar en Perú y en Zipango y Berbería, en
los tres sitios a la vez. Y que sólo con desear su presencia rezándole
devotamente y con mucha fe se aparecía junto al lecho de los afortunados
enfermos para socorrerlos. Y si las partículas que formaban a
cuatrillones el cuerpo, la ropa y hasta la escoba de fray Martín fueron
de aquí para allá, saltándose el orden temporal y espacial tal y como lo
imaginamos los seres normales, bien me vendría para el reforzamiento de
mi acribillada fe que el santo moreno me confortara, ya fuera
apareciendo milagrosa o cuánticamente que, como me barrunto, viene a ser
lo mismo...
Te ruego, Señor, me concedas el privilegio de ver, aunque sea sólo por
un instante, a fray Martín apareciendo tras las fronteras y paredes de
niebla de este lugar y yendo junto a esa tropa de jueces tallados como
misericordias que comentan mi vida, pro e contro, tan desordenadamente,
me reconforte y bendiga. Tú que controlas todos los tiempos, todos los
espacios y todas las partículas, haz llegar a mí a fray Martín. Haz que
el santo fraile haga enmudecer a Pío Moa, quien con aviesa lealtad a los
Principios Fundamentales del Movimiento dice saberlo todo sobre mis
intenciones pasadas (“Leal defensor de la República”, me ha llamado.
Para comer cerillas), amén.
El santo Martín excusaría mis pecados sin confesar, si es que los
hubiere. Pues si él procuró de todo corazón animar a los acomplejados
por las propias culpas, confortó a los enfermos, consiguió ropas,
alimentos y medicinas a los pobres, ayudó a campesinos, a negros y
mulatos tenidos entonces como esclavos, con qué dulzura imagino me
perdonaría a mí, Francisco Franco Bahamonde. Rezo y repito mi nombre y
el suyo.
Yo te curo, Él te sana... sueño que me contesta...
...Aunque no es esto precisamente lo que necesito soñar o desear que
suceda, si es que se puede pensar que sueño o que estoy despierto, o ni
siquiera que estoy. Debiera el santo bendecirme así: Yo te explico,
Dios te lleva de una vez y para siempre a su vera eterna. Porque no
hay nada ya que sanar en mí sino el alma, aunque más que sanarla debiera
tratar de ayudarme a salvarla para la eternidad. Y para ello estaría
bien que empezara por librarme de estos seres ridículos que no parece
tengan prisa alguna por llegar a conclusiones sobre mí que ofrecer a lo
que supongo será el tribunal que determine mi destino, pues ya que de
seguir así las cosas será un tribunal de desinformados sobre mi causa y
razones, porque aquí nadie atina ni contro, ni pro.
Ahí los veo quitándose la palabra los unos a los otros, retorciéndose en
el maderamen de la bancada. Uno de ellos ha empezado a crecer
desmesuradamente hasta caer a las tablas del coro como si estuviera
maduro de carne y hueso. Se sacude el polvo y viene hacia mí. Lleva una
de esas gorrillas de los tradeunionistas británicos, es regordete y
patoso. Y viene hablando, tiene una voz gangosa y aguda...
21. LA VERBORRAGIA DE NERUDA
Me
invade una angustia infinita (nunca mejor sentida, ni con más
fundamento). Y creo que esta angustia que me parte del pecho se extiende
a todo lo que veo, a todo lo que parece toco, creo que soy un angustiado
angustiador angustinógeno. Ese que venía hacia mí, regordete y de voz
gangosa (que por insidias de los argumentistas de este lugar su voz es
como eco de la mía) resulta ser Pablo Neruda, el poeta chileno. Sólo me
faltaba tener que conversar con este hombre. Bueno, conversar, tratar de
hacerlo sin conseguirlo, porque cuando deja de hablar, apenas un
segundo, sólo es porque toma aire para proseguir sin responder a lo que
educadamente trato de preguntarle. Aquí estoy, como clavado a las tablas
del suelo del coro, sin poder darme la vuelta y marcharme (si será
grande mi angustia que hasta admito la huída como solución). Algo me
anima y obliga a escuchar y tratar de intervenir a la primera
oportunidad que tenga en esta conversación ridícula, pero no lo consigo
ni una vez, porque sólo habla él, no deja espacio sonoro para que yo me
meta. Sin dejar de mirarme a los ojos, pero sin verme, continúa su
desmedida jerga poética, en la que lo mismo le da decir piedra que
boina, ya que su forma de rimar los versos es estroboscópica. Me parece
que también Neruda es angustinógeno.
Y debe ser que porque Moa lo ha nombrado tantas veces en sus argumentos
a favor de mi persona y en contra de la suya por lo que Neruda se ha
animado a madurar su cuerpo en carne y hueso sobre la madera de la
bancada y venir hasta mí, para decírmelo a la cara. Debiendo ser que ya
de antiguo tiene algo en mi contra, y por eso me insulta con su poética,
cosa que está haciendo incluso con rabia, como si además yo le debiese
algo y pensara que nunca le pagaré. Vaya inquina me tiene...
...Solo y maldito seas, solo y despierto seas entre todos los muertos
y que la sangre caiga en ti como la lluvia y que un agonizante río de
ojos cortados te resbale y recorra mirándote sin término...
Palabras de sulfuro de odio que se mezclan con las del coro de voces en
segundo plano, que ahora mismo son las predominantes del inconmovible
senador Suñer y de Enrique Tierno Galván, un curilla laico, abogado y
rojo, discutiendo ambos a propósito de la frasecilla del diputado
catalán, que para tanto está dando en estos escenarios y argumentos, que
parece mentira, Señor mío Jesucristo. ¡Pero si sólo dijo una tontería
blasfema!...
Sólo detiene este chileno la recitación de sus retóricos poemas de odio
para tomar aire, si bien sé que aquí el oxígeno no nos sirve para nada a
ninguno, como no sea para acelerar la oxidación de nuestras células, ya
de por sí muy oxidadas. O sea, que si respira lo hace también por lo
suyo de su retórica. Y mientras me espeta recitaciones admonitorias
observo a Pío Moa, demediado en su lugar de enganche a la madera, y no
comprendo el gesto ofendido, parece que Neruda se lo estuviera dedicando
a él y no a mí, cuando lo que me molesta a mí es tener que escucharle,
no lo que dice, porque una vez muerto (o medio muerto o lo que fuere que
estuviere siendo yo ahora) se toma uno las cosas de otra manera. Bien se
ve que Moa sigue vivo y que su bilocación es simplemente espectral y
transitoria, y que la cosa no va con él, sino conmigo. Cuando él muera y
le monten escenarios tendrá que explicar lo de su pasado grapista y
quizá sea yo, Dios no lo quiera (ni por mí, ni por él), su inmisericorde
misericordia.
De no sé dónde han surgido dos espectros con sendos laúdes, se han
instalado junto al poeta y muy pegados también junto a mí, parece que
con la intención de acompañar su poemática. Me los presenta Neruda, son
Dorita y Pepe, y suelen acompañarle, me dice, en sus recitales. Y se
acerca tanto para presentármelos que la visera de su gorrila me roza el
hueso frontal, herido por las extrañas batallas que libro aquí dándome
de bruces tantas veces tras los impelimientos, pero no puedo ni dar un
paso atrás (mejor quizá, ¡huir nunca!). Los espectros desgranan unas
insípidas notas musicales que preludian un horrísino Cara al Sol, que
interpretan con la melodía de la Internacional. Y me río, no por la
blasfemante simbiosis de ambos himnos, militares los dos, al fin y al
cabo, sino por la cara de Pío Moa, al que parece va a dar algo. A mi
risa se une, surgiendo de alguna parte, la de don Genaro, del que hace
tiempo no tenía noticia. Nuestras risas resuenan por el coro, no puedo
parar de reír, no me puedo parar... parezco un cadete histérico... qué
vergüenza...
Creo que mi risa ha enmudecido al coro, y las voces, gritos y discursos
que se amontonan desde hace lustros presos de este escenario, se
desprenden de las paredes de niebla y como hojas secas van cayendo
lentamente hasta el enlosado de la planta de abajo. La luz dorada que
baña el recinto en haces geométricos se ha vuelto gris, todo lo veo
ahora en blanco y negro, como en una de esas películas raras de Fellini.
Los misericordias están inmóviles, nada se mueve, la cámara que proyecta
este delirio se ha atascado en un fotograma fijo. También Neruda, Dorita
y Pepe se han quedado de ceniza pétrea, mirando al vacío con sorpresa,
tal que los cuerpos de las ruinas de Pompeya. Sólo yo puedo moverme,
pero no sé a dónde encaminarme, porque sé que no depende mi voluntad...
Doy vueltas por el coro durante horas, horas de aquí...
Oigo unos pasos rápidos que suben por la escalera que conduce al coro y
enseguida reconozco a fray Martín de Porres. Lleva una escoba en una
mano y un cubo lleno de agua en la otra. Se ha puesto a barrer las
cenizas de los chilenos, que se cuelan por los intersticios del tablamen
y me arroja a mí el cubo de agua helada, pero sin poner en ello ninguna
pasión, como si formara parte de su cometido habitual, sin acritud. Los
polvos chilenos se acumulan en un montón bajo el techo del coro
reproduciendo exactamente la forma que tenían aquí arriba...
(Continuará: 22- POR ESPAÑA, 23-EMPEZAR DE NUEVO).
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