Los infiernos del caudillo
Ilustración y texto de O COLIS
para
Zonaizquierda.org
PRIMERA PARTE: Un lugar
intermedio (12,13/33.)
(viene de: 11. El santo alzamiento en el Dragon
Rapide)
http://zonaizquierda.org/Libros/COLIS-Los_infiernos_del_caudillo_6.htm
12.
INTERMINABLES REFLEXIONES EMPAREDADO
EN ESTE ADARVE (I)
En este parapeto horizontal, situado en la parte más alta de la
explanada de mi última fortaleza, lugar en el que me hallo tendido
decúbito supino, inmóvil y descompuesto, se suceden a veces periodos de
tiempo prolongados tal que los que en vida percibía yo como meses, o
incluso años, sin que nada suceda aquí sino en mi pensamiento. Aunque no
sé qué me espanta más, si considerar que cada segundo en este lugar
sería como años en la vida real, o si cada segundo allí es como años,
lustros, décadas, siglos o milenios en esta estación intermedia entre la
vida terrenal y la vida eterna. Porque no sé si esto me está sucediendo
mientras me retiran los mil tubos con los que mantenían en vida en el
hospital, o si esto sucede ya muertos hace mucho tiempo mis
tataratataratataranietos.
Las tretas mentales del torturador, del que todo desconozco, me obligan
a suponer que esos pensamientos inducidos que me inundan el cerebro
tienen por objeto que obtenga yo un código lógico para el
desentrañamiento de la sinrazón que me acontece. Entiendo que deben de
ser como una especie de claves aclaradoras de los enigmas en los que me
veo envuelto a mi pesar, o para mi pesar. Y con las claves vienen
emparejados términos lingüísticos mil y todo tipo de extravagantes
frases que nunca en vida empleé, y no sólo porque los desconocía, sino
porque de haberlos conocido nunca los hubiera empleado por excesivos,
pedantes, prolijos, retóricos, barrocos, exagerados, exorbitantes,
desmesurados, farragosos, difusos, redundantes, pesados, abusivos,
desmedidos, rocambolescos, relamidos... en fin, paja, hojana, porque así
va la cosa, así voy aquí, como está yendo ahora mismo, y podría estarme
un tiempo sin fin obligado a enredarme en sinonimias sin otro objeto que
pasar el rato buscando relaciones de identidad o semejanza semántica
entre todo lo que pienso. Esta homonimia semántico estructural que
padezco es como vírica, y debe de ser por eso, porque aquí las palabras
se comportan como seres de nomenclatura biológica, por lo que existe
tanto nombre proveniente de un mismo taxón. Y por raro que parezca, y me
parece muy raro, comprendo todo esto que pienso, y lo voy hilando, vaya,
lo que antes hubiera considerado insonsútil se cose ahora aquí con toda
facilidad. Las clases de Punset y sus ilustres invitados rojos van
surtiendo efecto en mi magín. ¿Dios mío, qué haré yo con toda esta
cultura tan prolijamente extensa en la vida eterna? ¿Para qué me
servirá?
El caso es que, inducido o librealbedréico, mi pensamiento va
conformando una manera de relacionar todas las cosas. Pero voy tan
ilustrado que quizá se me confunda después de todo con otro, aunque ¿qué
me importa? Ya no soy el que era y si he de ser otro, aunque sea yo
mismo hipostasiado, llenas mis razones y razonamientos de sinonimias
estructurales, llegaré a ser por ello el que el Señor quiere que sea, o
el que resulte de todo esto después de todo, o sea, después de mi
estancia y enseñanzas temporales en este lugar intermedio. Y quizá esto
sirva para saber relacionarme en el futuro con todos los seres del
Paraíso, en sus lenguas y mentalidades, que han de ser tan diversas.
Algo así ha de ser. ¡Pero cuánto cuesta aprender lo que pretenden
aprenda!
Pero no he de oponer resistencia, esto en ningún caso, tengo que saber
dejarme llevar. Y no puedo engañarles, ahí está el romano Octavio, santo
ha de ser, san Octavio, y no sabrá mentir y reflejará mis pensamientos
tal y como y por qué van surgiendo... ¿Y para qué?, me pregunto
constantemente. ¿Estará acaso Octavio conformando mi expediente? ¿Y
actuarán a mi favor los grandes servicios que hice a la Patria? ¿Y,
tendrán opinión para ello los rojos españoles que me ponían pingando? Y
si fuera así ¿qué pintan ellos en la Eternidad a la vera del Padre?
Tendría cojones que se pueda entrar en el Paraíso habiendo sido ateo y
rojo... pero así es la Magnanimidad del Sumo Hacedor, y así su
Providencia. Loado sea.
Como en el fondo sé que todos los pecadores, y todos lo somos o lo hemos
sido, tenemos la oportunidad a un salvífico momento final de
arrepentimiento... pero, ¿un sólo momento vale?, mil veces confesé mis
pecados y sigo arrepintiéndome de todos, mi Señor Jesucristo, de todos
sin excepción, aun de los que no reconozco como tales pecados. Y no es
por cinismo, sino por acatamiento.
Y ahí voy con todo ello, lleno de pensamientos inducidos como éstos:
desentrañamiento, términos lingüísticos, sinonimias, homonimia semántico
estructural, nomenclatura biológica, proveniente de un mismo taxón,
inducido o librealbedréico, hipostasiado, salvífico momento final...
Todo lo escribe Octavio, según lo voy pensando yo... ¡Dios mío, qué
cruz! Mi cruz está hecha de pensamientos conformados por palabras
excesivas, pedantes, prolijas, retóricas, barrocas, exageradas,
exorbitantes, desmesuradas, farragosas, difusas, redundantes, pesadas,
abusivas, desmedidas, rocambolescas, relamidas...
La voz interna me avisa de que he perdido el hilo de lo que conviene, y
que he de salir de este laberinto en el que ya debiera tenerlo todo
resuelto y volver a la charada en la que me hallaba: el exceso de mis
subalternos. Ahí está la salida, me sugiere, sal, me ordena. Y me
complazco saliendo de ello, como el buen alumno, y en repasar la
lección, sintiendo con ello una gran paz interior que me lleva al
consuelo y con él viene el remordimiento autógeno, el fuego en el pecho,
el humo... pero no me veo impelido a escenario alguno. Aquí sigo, en ese
adarve. Es raro.
De ser esto un preámbulo al mismo infierno no me parece aquél que
imaginé en vida tan grave, ni entiendo pudiera haber suplicio mayor que
esta espera. Ni tridentes, ni calderas, ni cerillas encendidas entre las
uñas... esto que vivo muerto es mucho peor, porque es la duda constante,
el dolor de cabeza, el pensamiento desbocado, la humillante e íntima
humedad, el llanto inconsolado... el desamparo en el emparedamiento
horizontal tras este azucaque que no lleva a ninguna parte.
13. INTERMINABLES REFLEXIONES EMPAREDADO EN ESTE ADARVE (II)
No por otra razón que por las perniciosas enseñanzas de Punset, que se
ha convertido en mater et magistra de mi plétora mental apiñando afanoso
datos en mi cerebro como si fueran pipas Facundo, prietas y axfisiadas
en la bolsa de mi cabeza, he llegado a la conclusión -pues me he visto
obligado a reflexionar sobre los acentos prosódicos en las mayúsculas-
de que si allá por los años cuarenta creímos estar aligerando nuestra
santa lengua española de los amaneramientos de la cultura masona y de la
del Instituto Libre de Enseñanza al proponer la no obligatoriedad de los
acentos en las mayúsculas, no hicimos bien alguno. Esto pienso ahora
(para comer cerillas, sobre todo por la forma de pensarlo). Pero por los
datos que tengo ahora reconozco que no hicimos bien.
Viene a ser esto de lo que me entero ahora que, por la imposibilidad que
tenía la patente que compró mi yerno, Martínez Bordiú, para que las
máquinas de escribir de producción ítalo-hispana acentuaran las
mayúsculas, ya que los bracillos que impelían los tipos estaban
dispuestos de manera que el de la letra mayúscula se imprimía siempre
sobre el acento formando con ello una letra extraña, desconocida o medio
tachada y chafarrinona que, en cualquier caso, quedaba muy mal. Por lo
que la delegación financiero-cultural que solicitó a la RAE esto de la
no obligatoriedad de la acentuación de las mayúsculas (aduciendo razones
pemanianas) hubo de contar con mi apoyo para solventar las reticencias
que provocaba en los marginales ambientes culturales, siempre de un
barroquismo y empalagamiento excesivos, siempre pasados de azúcar. De
pasarse en algo siempre he preferido la sal que cauteriza y disuelve al
azúcar que almibariza y momifica. Y lo apoyé, además de por estas
razones condimentales, con la inocencia y desconocimiento del verdadero
motivo, que no era otro que el de facilitar el negocio a mi yerno, pues
de no haber sido así habrían de haber desmontado la dentadura de cada
máquina para corregir la altura de los acentos en las mayúsculas, un
dineral que convertía el negocio en inviable.
Este Cristóbal Martínez me dio más disgustos y sinsabores de los que
puede soportar un suegro, y no era precisamente yo suegro para
desagradar, pero tragué con todo, por mi esposa y mi hija mayormente,
por no discutir, y él se aprovechaba más de la cuenta. Esto de las
máquinas de escribir no se supo en su momento, o mis servicios de
información no me hablaron de ello (y no me atrevo a dudar de las
informaciones de Punset). Me venía bien que se ensañaran con las
meteduras de pata de mi yerno y sus tráficos de influencias. Me hacían
mucha gracia los remoquetes con los que le nombraban, marqués de
Vespaverde (no sé qué chapucería me explicó sobre el hecho de que todas
las Vespas que importaba eran verdes), doctor Martínez Mata (de esto me
enteré ya muy tarde, moribundo, en manos de este mi Petriquillo),
marqués de Vayavidajozú (habladurías, pensé entonces), en fin, cosas de
La Codorniz y de la propaganda antifranquista.
Y aquí tumbado, impotente e inmóvil, he de ver cómo pasan por la
pantalla de la lápida todos aquellos que fueron sobornados,
sobornadores, golfos y apandadores, sus negocios, extorsiones, abusos
nepotistas y corrupciones. De casi nada de esto tuve noticia, Señor mío,
o al menos no de todo ello. Ahora veo cómo se llenaban los bolsillos
aquellos en los que confié, cómo se encumbraron y también veo a los que
encumbré personalmente en todos los estamentos, en el civil financiero,
en el militar (qué mal me sabe esto), en el eclesial. ¡Qué tormento!
Y para ello, para que yo repase todo esto, cuentan también los
torturadores de este lugar con la prestidigitación y la magia divina
para que, además de los personajes de la pantalla en las clases de
Punset, se me aparezcan aquí en el nicho dos visitantes, siempre son
ellos dos, los mismos, prietos a mis costados como hace Sofía Subirán.
Uno es riojano, aunque habla en inglés (¡y le entiendo!), y me lee su
novela Death row; la lee despacio, mecánicamente. Suele tumbarse a mi
derecha, de costado, aplicándose junto a mi oreja derecha; la otra es
mujer y extremeña, bella hasta lo que llego a ver, y suele tenderse a mi
izquierda, comiéndome la oreja izquierda con la lectura voluptuosa de su
novela La voz dormida; Dulce Chacón, dice que se llama. En este libelo,
un ejército de milicianas, urbanas y campesinas, soy acusado
directamente de mil atrocidades, hechos ciertos algunos, no atroces, por
supuesto, al menos en el sentido que les da ella, ¡ah si pudiera
hablarle!... le diría... en la guerra, como en el amor, querida, todo
vale. Ambos me leen a la vez, uno en inglés de deje yanqui y la otra en
español con dulce acento extremeño, y a los dos entiendo y sigo, aunque
no sin enorme esfuerzo.
Y mientras dure el adiestramiento, o lo que esto fuere, me cumple mejor
padecerlos y soportarlos (enseñanzas y enseñadores) que combatirlos o
ignorarlos. A veces me figuro que soy aquí como mercenario en la Legión
Extranjera, en la que todo se hace por la ganancia. Y me dejo llevar por
el objetivo de los que son sin duda aquí los triunfadores, pasados
presentes y futuros, pues, como decía Millán Astray, donde no hay
ganancia no hay mercenarios, y si no hay mercenarios no hay Legión.
Aunque a él le interesaba la Legión en sí misma, sin otro objetivo, pues
la ganancia era para él lo de menos. Yo, sin embargo, me estoy jugando
más que la vida que él se jugaba tan alegremente, con esto que me juego
no hay para bromas, pues en ello va mi vida eterna, y todo lo demás.
¡Si fuera necesario también me la jugara, Paquito!... oigo que me grita
ese patriota inconsciente desde el Dragon Rapide, que surca el cielo de
mi lápida nada majestuosamente, como a saltitos. Veo caer cuerpecillos
al océano, ahí va el de mi asistente...
Qué manía tiene aquí todo el mundo con llamarme Paquito...
(Continuará: 14, 15- INTERMINABLES REFLEXIONES EN ESTE ADARVE (III y IV).
________________________
Los infiernos del Caudillo (2)
Los infiernos del Caudillo (3)
Los infiernos del Caudillo (4)
Los infiernos del Caudillo (5)
Los infiernos del Caudillo (6)
Los infiernos del Caudillo (7)
Los infiernos del Caudillo (8)
Los infiernos del Caudillo (9)
Los infiernos del Caudillo (10)
Los infiernos del Caudillo (11)
Los infiernos del Caudillo (12)
Los infiernos del Caudillo (13)
Los infiernos del Caudillo (14)
Los infiernos del Caudillo (15)
Los infiernos del Caudillo (16)
Los infiernos del Caudillo (17)