Todo cambia. Y
como dice una amiga colombiana, eso es impajaritable; o sea: invevitable,
forzoso, sin excepción, cierto, seguro, que no admite discusión. O
también: impepinable (que tampoco está mal). Todo cambia aunque sus
señorías no lo pretendan, o aunque lo pretendan, está por cima de su
voluntad, porque aunque se arroguen la acción de cambiar las cosas -como
debe de ser, por otra parte-, todas las cosas cambian a su manera, sin
remedio ni vuelta atrás, y sin consideración alguna a la opinión de los
senadores, incluso a pesar suyo o sin tener en cuenta su resolución
reformista, ya sea neoconstituyente, revolucionaria o compadrista y
caciquil. Sea la que sea. Todo cambia se pongan como se pongan. Y no sé
si todos ellos son conscientes de este circunstancia inevitable, me
parece que no. Aún así, ya digo, los políticos han de procurar cambiar
las disposiciones políticas según vaya cambiando la sociedad, debieran
tener esa actitud, pues como diría el fariseísmo moderno: No se han
hecho el peatón y el conductor para el semáforo, sino el semáforo para
el peatón y el conductor.
Hoy es domingo y el edificio de la Cámara Alta está vacío; apenas
algunos guardias nacionales y diversos pájaros de ciudad que custodian o
revolotean entre los plátanos sin hojas que se alzan en paralelo a la
fachada. Es domingo de invierno frente al edificio del Senado, y así lo
percibo desde este lado de la plaza, desde el lugar en el que vivo,
apenas a unos pasos, ahora mismo dibujando junto a la puerta de entrada
a la taberna, tratando de sentir en uno el espíritu de Raoul Dufy y el
de Josep Pla.
El enorme monumento a Antonio Cánovas del Castillo se hace muy presente
desde aquí en invierno. Está a unos metros de las banderas autonómicas y
de las puertas cerradas del noble edificio y, al observarlo ahora, don
Antonio parece más solo que nunca. A dieciséis metros del suelo, sobre
un basamento muy saboyano, como si estuviera en la Basílica de la
Superga, frente al Monviso, en actitud de hablar, de hablar para nadie.
La ausencia de hojas hace que se le aprecie mejor en todo su tamaño. En
verano está oculto entre la hojarasca, como si escudriñara o
reconviniera al vecindario. Hoy lo veo tan orgulloso como abandonado,
iluminado por la luz velázquez que se deja caer sobre esta ciudad casi
todos los días del año.
Cánovas fue uno de los cinco presidentes del gobierno español muertos en
atentado en apenas un siglo, de 1870 a 1973 fueron muertos Prim, Cánovas,
Canalejas, Dato y Carrero Blanco. El 8 de agosto de 1897, a Antonio
Cánovas del Castillo le descerrajaron tres tiros a la puerta del
balneario de Santa Águeda en Mondragón, mientras leía la prensa, sentado
en un banco. Su asesino ejecutor, un periodista y anarquista italiano
llamado Michele Angiolillo, dijo haberlo hecho en venganza a los
anarquistas torturados y ajusticiados en Barcelona un año antes,
acusados de haber sido los autores del atentado contra la procesión del
Corpus Christi, también en Barcelona, en el que murieron doce personas y
quedaron heridas muchas otras. A raíz de aquel atentado se detuvo
indiscriminadamente a anarquistas, socialistas y sindicalistas, y se les
encerró en la bastilla de Montjuic, en donde eran torturados hasta que
confesaban su colaboración en el atentado. De las casi cuatrocientas
personas detenidas, ochenta y siete fueron acusadas directamente del
atentado. Se ejecutó a cinco de ellas en el garrote vil, y se impusieron
alrededor de veinte cadenas perpetuas. El resto de los acusados fue
deportado a Río de Oro. En este juicio, conocido como Proceso de
Montjuic, se cometieron tantas irregularidades por el tribunal militar
que siempre se ha dudado de si se condenó a los responsables o se
aprovechó también para sancionar y amedrentar a los disidentes radicales
del bipartidismo, “turno de partidos”, que promovía Cánovas como único
sistema viable en España. Tras el atentado se aprobó una nueva ley
contra el anarquismo, que llegaría a aplicarse de forma retroactiva y
muy arbitrariamente contra los presos absueltos, deportándolos fuera del
país.
Y ahí estoy viendo los tres metros del conservador don Antonio de pies a
cabeza, conservado aquí en bronce, al que veo ahora con la desconfianza
que sentía Macedonio Fernández hacia los prohombres en pedestal.
Esculpido el conjunto por Joaquín Bilbao siguiendo el proyecto del
arquitecto José Grases, y acompañando al prócer en el cuerpo medio del
basamento, bajo el fuste, las figuras de la Historia y la Fama,
figurando que ésta ofrece de abajo arriba una corona de laurel a Cánovas,
quien mira indiferente hacia la Casa de Campo, rodeado de trofeos,
alegorías y collarinos, también en bronce. Y por estas cosas raras y
forzadas que tiene la vida política, el monumento, alzado en 1901, fue
sufragado por suscripción popular. Los auténticos restos de Antonio
Cánovas del Castillo se depositaron en el Panteón de Hombres Ilustres
del Paseo de la reina Cristina, junto a la estación de Atocha.
Y no sé qué opinaría ahora Cánovas de estos aires populistas, tan poco
bipartidistas, que han corrido estos días por la plaza y en la Cámara
Baja, allí en la Carrera de San Jerónimo. Lo del niño de Carolina
Bescansa le parecería una aberración (también les parece así a muchos
otros de la carcunda de izquierda o de derecha española actual, que es
la misma de toda la vida, bien porque no fallece nunca o porque testa lo
suyo a los suyos). También Iolanda Pineda (Entesa, PSC+IUV) acudió al
Senado con su hijo Narcís, para solicitar el voto telemático. Y no sé si
opinaría lo mismo don Antonio de la representante del PP de Cataluña,
Alicia Sánchez Camacho, que en 2011 se presentó en el Congreso con su
hijo, y algunos asistentes del Grupo Popular tuvieron que hacerse cargo
del niño mientras su madre entraba en el Salón de Plenos para asistir al
acto que presidían los anteriores reyes. Creo que los gritos y la
pataleta del niño se oyeron por todos los pasillos. Al menos, los de
Bescansa y Pineda se comportaron de manera que no alteraron el discurso
natural de la cosa, casi como si estuvieran ya en la naturalidad que
pretenden sus madres. Aunque esto que a tantos nos parece ahora nada de
nada o cuarto y mitad de nada, nadería, hojana, ha soliviantado a
muchos, y más incluso que la presencia indecente de los indecentes de la
Serna y Arístegui entre los escaños.
A mí, la verdad, me da mucha alegría la diversidad de los representantes
y me parece fantástico que Sofía Castañón prometiera su cargo con la
fórmula: "Prometo acatar esta Constitución y trabayar pa cambiala. Pola
alcordanza de les nueses güeles, pol futuru de los nuesos fíos. Nunca
más un país sin su xente y sus pueblos". Parecida a la de Segundo
González: "Prometo acatar esta Constitución y trabayar pa cambiala.
Comprométome a trabayar pa poner les instituciones al serviciu y a
l'altura de la xente n'Asturies y n'España. Nunca más un país ensin la
so xente y los sos pueblos". En el Senado también se hablaron los
diferentes idiomas españoles, y la mayoría de los representantes del
partido de Iglesias prometieron el cargo “por imperativo legal”. Dos lo
hicieron “hasta la Constitución catalana”, otra “para poner esta Cámara
al servicio del derecho a decidir de todos los pueblos del mundo”; y
otros cuatro “hasta la constitución de la República catalana”. En fin,
don Antonio, así están las cosas, muy lejos del “turno de partidos” que
usted apoyaba e imponía, pienso que le digo mientras sigo dibujando su
monumento.
Hace frío, frío luminoso de pacífico domingo. Se oyen repicar la
campanitas que cuelgan de la espadaña de la iglesia de la Encarnación.
Casi parece que estuviéramos en un pueblecito castellano. Apenas algunos
paseantes que van hacia Santo Domingo o hacia la plaza de Oriente. No se
ven senadores por ninguna parte, pero la semana ha sido muy movida. En
la taberna se han reencontrado todos, como sucede en las aulas al
principio de cada curso, se han presentado los nuevos, se han acordado
de los que ya no están. No he visto a L. Tendré que preguntar. Anoche
estábamos los vecinos habituales, y charlamos sobre ellos, sobre los
políticos y sobre la legislatura. Yo creo que esta representatividad tan
diversa responde más a la realidad española, porque por fin también
nuestros representantes electos se parecen más a nosotros. Sigue
habiendo demasiados representantes de la derecha idéntica, es difícil
entender por qué los políticos corruptos no son sancionados, no ya por
la justicia, sino por los votantes. Pero también los amparadores y
próceres tendrán que cambiar si quieren ser consecuentes con sus
aspiraciones de seguir ahí, aquí. Con nosotros, para nosotros. Porque
todo cambia, bueno, quizá todo cambie excepto las vanguardias. Las
vanguardias son siempre iguales.
Nota sobre la ilustración: El Palacio del Senado es, más o menos un
edificio neoclásico, herreriano, construido en el siglo XVI por
Francisco de Montalbán, siguiendo un proyecto trazado por Juan de
Valencia y Francisco de Mora, como parte del complejo del Real
Monasterio de la Encarnación, para realizar las funciones de colegio de
religiosos agustinos calzados. Fue conocido como Colegio de la
Encarnación o de doña María de Aragón (prócer benefactora). Juan de
Villanueva lo reformó en 1781. Durante la ocupación francesa los
religiosos fueron expulsados del cenobio, y desde el 2 de mayo de 1814
su iglesia se convirtió en Salón de Sesiones de las Cortes de Cádiz.
Varias veces volvieron los agustinos calzados y otras tantas fueron
desalojados hasta que, definitivamente, tras las primeras medidas
desamortizadoras decretadas en 1835, pasó a albergar el Palacio del
Senado. Ampliado y reformado entonces por Aníbal Álvarez Bouquel y
Emilio Rodríguez Ayuso, quienes realizaron las primeras reformas del
edificio, y levantaron la neoclásica fachada, estructurada en un cuerpo
al que adosan cuatro pilastras; y a finales del siglo XX, Salvador
Gavarre y Ruiz de Galarreta efectuaron ampliaciones en un edificio anexo
con forma semicircular, cuya fachada da a la calle Bailén.