INFORME SOBRE EL SENADO (20) *
Texto e ilustración de O COLIS**
Hace
un año, por mayo, a unos pasos de aquí, muy cerca de mi casa, se
perpetró el robo de arte contemporáneo más importante sucedido nunca en
España. Cinco cuadros de Francis Bacon que conservaba en su domicilio un
amigo y heredero del pintor. Y en estos días pasados, agentes de la
Unidad Central de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) -manda
huevos el nombre (mhen)- han detenido a seis personas acusadas de robo
con fuerza y encubrimiento. Cuanto más conozco este barrio mío, más me
sorprende. En la taberna hemos estado hablando de esta asunto
misterioso, y hay quien dice saber, quien asegura, quien sospecha… En
fin. No hay actividad en el Senado, pero el barrio es una caja de
sorpresas y no deja de darlas. Estos y otros acontecimientos en el
vecindario parecen una mezcla de los que relata John Dos Passos en sus
novelas El gran Gatsby y Manhattan Transfer. Como en ellas, aquí todos
nos relacionamos de una manera extraña alrededor de la taberna y el
Senado. Creemos que seguramente los ladrones comieron el mayo pasado en
la taberna, entre senadores volantes y parroquianos heteróclitos. ¿De
dónde eran?... No se sabe, ni parece importar a nadie. En este barrio
las nacionalidades son una extravagancia, excepto en el caso de los
senadores elegidos para estar aquí porque son de donde son.
Dicen que mayo es el mejor mes del año porque van aumentando las
temperaturas y se alternan los días soleados con los lluviosos,
ventosos, incluso tormentosos con truenos, aunque las noches siguen
siendo frescas. Pero, me parece a mí, mayo es un mes bastante loco, como
febrero, al menos en Madrid. El sábado pasado sufrimos uno de estos
caprichos de mayo en la explanada frente a la Sala de las terneras del
Matadero, en la que la organización de Las Marchas de la dignidad,
Rebelión 28M, había programado algunos actos y comida, y allí fuimos a
comer después de la confluencia de columnas y manifestantes en Sol, y de
los actos que se habían previsto por la mañana para esa convocatoria. En
el Matadero cayó la de dios es cristo. Tuvimos que meternos a comer
dentro, en el pabellón que se supone fue para el sacrificio de terneros
y terneras (lo que nos hizo conversar a algunos de los comensales sobre
el vegetarianismo, sobrecogidos por el ambiente y el eco presentido de
las berreas aterradas de las innumerables reses que debieron ser allí
sacrificadas a través del tiempo).
Mayo es el mes de las flores, las fresas, los espárragos, y todavía hay
alcachofas, mis preferidas. Bueno, en La Rioja esto varía un poco, allí
al buen propósito de mayo le cuesta más arrancar, y la cosa de la huerta
va de otra manera, la huerta tira de la economía riojana con mucha
fuerza. Quizá en este tipo de apreciaciones climatológicas de estación y
productos de la tierra haya una buena base del sentir nacionalista
remoto. Lo que sentimos y se nos fue fijando de niños como normalidad
estacional puede ser que aflore después en los lugares en los que
estamos viviendo, creando una cierta confusión o desfase apreciativo.
Y a mí, lo que más me gusta de este barrio y de las estaciones en
Madrid, es su anacionalismo. Frecuentemente, cuando no sé de dónde es
(en dónde nació) alguien que conozco hace tiempo, es porque nació en
Madrid, aquí nadie presume de madrileño, si acaso lo hace o se define
por barrios, “yo soy satánico y de Carabanchel”, como decía Santiago
Segura en El día de la bestia. Y esto no sucede porque de Madrid no sea
casi nadie. No es así. A mediados de los 90 trabajé de negro en un libro
que me encargó la SGAE (o sea, que lo escribí y cobré yo, pero lo firmó
otra persona), y tuve que consultar esto de los natalicios por capitales
autonómicas y desplazamientos residenciales de los españoles a través
del siglo XX, y resulta que si contamos sólo a los madrileños nacidos en
Madrid de madre y padre también madrileños, de abuelos madrileños, el
recuento queda efectivamente en muy pocos, apenas 350.000, ni siquiera
llega al 10% de los censados. Pero si aplicamos esta misma norma a otras
ciudades, Sevilla, Barcelona, Valencia, Bilbao, etc., resulta que
ninguna de ellas alcanza esa cifra, ni de lejos. Por lo que se puede
decir que en Madrid hay más madrileños de padres y abuelos madrileños,
que en Sevilla sevillanos con esas premisas de origen, en Barcelona
barceloneses, en Valencia valencianos o bilbainos en Bilbao. Y es que,
sobre Madrid, hay muchos tópicos absurdos, como ese que dice que Madrid
es sólo un poblachón manchego. Digo yo que quitando El Retiro, el Museo
del Prado, el Palacio Real, la Casa de Campo, la Gran Vía, La
Castellana, La Ciudad Universitaria, la red de Metropolitano, los
teatros… como dirían los Frente de Judea Libre en La Vida de Brian:
“¿Aparte de El Retiro, el Museo del Prado, el Palacio Real, el Teatro de
la Ópera, la Casa de Campo, la Gran Vía, La Castellana, La Ciudad
Universitaria, la red de Metropolitano, los teatros…, qué es lo que
diferencia a Madrid de un poblachón manchego?... Nada”. Y también se
equivocan muchas de las expresiones del sentir madrileño con respecto a
su ciudad, como esa que reconoce que “de Madrid, el cielo”, o sea, que
lo mejor de Madrid es su cielo (azul velázquez), y diciéndolo mal y
cambiándole completamente el sentido dicen otros: “de Madrid, al cielo”.
Un protomadrileño como Moncho Alpuente, cuando en la Transición de
finales de los 70 nacieron las Autonomías en las que se dividió el
Estado Español, decía que Madrid sería la autonomía por antonomasia,
porque todas las demás se definirían a sí mismas por el alejamiento
empecinado y por la no pertenencia a la de Madrid. Y es que Madrid y los
madrileños han sufrido esa “centralidad” como si motu proprio ambas
hubieran sido símbolo de lo español represivo franquista, como si eso se
hubiera producido por voluntad de Madrid y de los madrileños, y ni
Madrid ni los madrileños se lo merecen porque han sufrido esa represión,
al menos tanto como cualquiera de los otros lugares. Recuerdo que cuando
se puso de moda la frase “Madrid me mata” (Moncho Alpuente otra vez), un
día que llegué a Logroño, al salir de la estación del ferrocarril vi
pintado en un muro: “Si Madrid te mata, Logroño tescojona”. Y pensé que
era una expresión magnífica de la relatividad restringida sobre lo
nacional autonómico, y que la cosa del nacionalismo antimadrileño
empezaba a relajarse un poco.
Esta peste del nacionalismo, a nada que te pones con ello, a estudiarlo
un poco, adviertes enseguida que tiene múltiples ramificaciones, pour
tout, caminos que se bifurcan, estaciones intermedias, lo mismo sirve
para la comida que para la jodienda. “No es costumbre nuestra”… suele
ser la frase nacionalista más distanciadora, siendo “Es nuestra
costumbre” la más política, incluso he oído acerca de las “recientes
tradiciones”, como si a falta de ellas pudieran ser instituidas a
posteriori e incluso ahora mismo…
Lo cierto es que los nacionalistas no se comprenden entre ellos. Supongo
que sus señorías, los senadores, aceptando esto del desentendimiento de
partida entre nacionalidades del Estado, han de verse obligados a buscar
pactos entre ellos, pero el resto de la ciudadanía, pues no. Llega esto
a tales delirios que se dice, por ejemplo, que El Quijote está escrito
en clave cabalística, claro que quien esto asegura quiere descubrirnos a
Cervantes judío, como algún otro cretino dice que Colón era catalán, o
que el Arca de Noé se posó en el cerro de su pueblo.
A pesar de que Cervantes dejó claro que no quería acordarse del nombre
pueblo en el que vivía don Alonso Quijano, hay nacionalistas manchegos
que han tratado de deducirlo. Según un presunto Sistema de tardanzas
utilizadas por Cervantes en El Quijote, resulta que si del pueblo tal
don Quijote se demoró dos días y una noche para llegar a El Toboso; y a
Puerto Lápice, dos días; a Sierra Morena, dos días; y a Munera, un día y
una noche, no hay duda, pues, el pueblo en el que vivía Alonso Quijano
es Villanueva de los Infantes. Durante los siglos posteriores a la
aparición e interés por el libro, que no fue inmediato, los indagadores
infames dedujeron que el tal lugar era Argamasilla de Alba. Pero esta
última afirmación de que es Villanueva de los Infantes, sustentada por
el catedrático Francisco Parra, ha revolucionado a los de Alcázar de san
Juan y a los de Mota del cuervo. De eso nada, han dicho, hemos tragado
siempre con Argamasilla, pero de Villanueva nada. Hay quien te mira por
encima del hombro porque Indurain nació a dos portales de su casa, o
Pepe Blanco compraba los puros en el estanco de su tía Eloísa, o porque
los arneses de las mulillas del arrastre en la plaza de Las Ventas
durante San Isidro, los hacen en Méntrida, que resulta es su pueblo.
Pues puestos a presumir yo presumiría de que en mi barrio, a unos pasos
de mi casa, se ha cometido el robo de arte contemporáneo más importante
de los que nunca se hayan cometido en España.
“Te veo muy aburrido, y como sin saber de qué escribir”, me dice mi
amigo J mientras dibujo apoyado en la puerta de la taberna. “¿Por qué no
escribes una historia a lo manhattan transfer entre Lope, Cervantes y
Shakespeare en la plaza de La Ercarnación? Podían hablar con el
vagabundo que siempre ronda por ahí…” “¿Tan aburrido me ves?”, le digo.
La tarde está cálida y primaveral, el sol ha empezado a descender sobre
la Casa de Campo y no es que esté aburrido, es que tengo la alergia a
los plátanos de indias agarrada a la garganta y tengo una tos constante,
los ojos me pican y moqueo sin parar. Un desastre. ¿Lope, Cervantes y
Shakespeare? “¿Y en qué hablarían?”, le pregunto. “Cada uno en su
lengua, el vagabundo, quien en realidad es in informante de la UDEV,
podía hacer de intérprete traductor”.
Me vuelvo y le miro, me parece que me está hablando en serio.
Nota de la ilustración: Robo de cuadros en la plaza de La Marina
Española.
Primavera, 20 31/05/2016
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