INFORME SOBRE EL SENADO (6) *

 

Texto e ilustración de O COLIS**

 

Por aquí, en los alrededores del Senado, se percibe esa tensa calma que precede a las tormentas. Sus señorías vuelan en círculos, móvil en mano, pastando el aire. Husmean el desprecio ciudadano hacia los políticos y su trabajo. Flotan y planean bajo, como si fueran drones espía, porque han reparado en que es evidente que ya no vale sólo lo de las votaciones cada cuatro años y olvidarse de la ciudadanía y su mandato; se barruntan que la democracia trata de abrirse paso a codazos y con exigencias, y quieren verla, observarla de cerca, los más para conocerla y vigilarla, algunos para acompañarla. Pero la democracia está como ausente, porque tampoco la mayoría de los votantes se la creen, ni siquiera la visualizan. Y no sólo esos que no votan nunca, que son del partido de ausentes que siempre gana, sino muchos de los que votan. Los de derecha, que no tienen más remedio que enrojecer y reconocer para adentro que sus representantes la han cagado bien cagada (porque les están pillando, no por otra cosa), en lugar de cambiar de partido, o dejar de votar, han decidido advertirnos que todos los políticos son iguales (como ya nos advertía Franco), y para seguir votando a los suyos tratan de callar la boca a los de izquierda y a sus votantes, con asuntos como el de la cabalgata de Carmena, las amistades de Ada Colau, los tuits de Zapata, o este último de los titiriteros.


Para mí, la verdad, la pancartilla esa que sacan una y otra vez en todos los telepartes pudiera tener otra intención. “Gora Alka Eta” no me parece ensalzatorio del terrorismo euskaldún, todo lo contrario, creo que trata de mostrar, uniéndolos, que venga de Alkaeda o de Eta, ambos terrorismos son igualmente nefastos. A mí me llega así, y no creo que a los abertzales, con o sin pasado, les haga mucha gracia la frase. Pero a los hipócritas que dicen les importan tanto los niños, en lugar de encontrar de una vez el momento para investigar la delictiva efebofilia secular de la curia que ha abusado y abusa de tantos niños, o los robos de bebés para entregárselos a familias franquistas de toda la vida, exclaman ese ¡uy que ha dicho...!, como si se escandalizaran con el retablillo. Sin embargo, cuando Federico Jiménez Losantos dice que “Veo a Errejón, Bescansa, Maestre y si llevo la 'lupara' (escopeta recortada) les disparo, menos mal que no la llevo... Son los únicos que me suscitan odio de clase, les veo y empezaría la Revolución Francesa”, opinan, como yo, que esas cosas que dice Federico son cosas que pertenecen al ámbito de la libertad de expresión. Y pudiera ser que en el estadío paranoico en el que deben hallarse las conciencias de los hipócritas, acaben creyéndose que se escandalizan de verdad con los titiriteros y comprenden a FJL. Tienen una capacidad asombrosa para la mentira , y acaban por sentir necesario que sea verdad, y se hace, la hacen verdad sin problemas, verdad prístina (aunque, como diría mi amiga Ana Lía, la mentira queda anclada en el inconsciente individual y va royendo).


Entre ese descontento general por la política de los políticos, y lo que tildamos en el sentido estricto como mentira, está la sospecha de los fingimientos entre opositores, que se intercambian silencios por silencios, delitos por delitos, como si fueran cromos, y ellos niños devenidos en corporativistas amorales. En su artículo “Corrupción o Intercambio Político” (Zonaizquierda.org), Liliana Pineda cita algunas consideraciones de Susan Rose-Ackerman (Universidad de Yale), que aparecen en su libro “Corrupción y Economía Global”: <Para Susan Rose-Ackerman, si la corrupción se predica de las formas de intercambio político, es porque "se sigue utilizando una concepción rigurosa de política". Según S. R-Ackerman, el hecho de que suelan tildarse de corruptas -aunque no comporten la percepción de un beneficio económico individual- aquellas formas de negociación o de corporativismo (como la parcialidad, el favoritismo, el clientelismo, el lobbismo, la representación funcional, la discriminación en la enunciación y aplicación de normativas, y todas aquellas que sirven para obtener prestigio o apoyo electoral o cargos públicos), plantea la necesidad de establecer “criterios” que permitan diferenciar las prácticas que operan como medios propicios para la corrupción (falta de publicidad, trasparencia y control) de los propios actos y actantes corruptos, para no caer, nos dice, en una inversión valorativa, que lleve a tomar el atajo de afirmar que las organizaciones políticas, el parlamento, o la propia democracia, son en sí mismos corruptos...>


El presidente en funciones nos ha advertido de que a él se la refanfinfla cómo acabe constituyéndose la Cámara Baja y el gobierno de la nación, y con qué condiciones o desideratum esencial se establezca, porque aquí, en la Cámara Alta, tienen mayoría. Y eso se hará notar, ya se nota. Van a revalorizar el Senado y sus funciones, como si nuestra querida plaza de la Marina Española fuera su Fort Álamo. Los senadores del Partido Popular ya vuelan aquí entre las filas como veteranos con mando, saludan a los clientes y camareros de la taberna, y a los gorriones como yo, con mayor profusión de medios, y en voz más alta. Aunque los nuevos del partido de Albert Rivera (antes Alberto Ribera) se producen con más timidez, como novatos que son. Esta mañana he observado algún corrillo de estos nuevos neoliberales encaramados en las ramas más altas de los plátanos desnudos, hablando en voz baja, como para que no se les viera, y no se les oyera. Y no sólo se les veía, sino que refulgían deslumbrantes, porque destacaban de ellos los trajes color cortefiel, las corbatas celofán de chuches, los calcetines frutas de Aragón, los zapatos de plástico fino. De hecho los he estado dibujando y o no se han dado cuenta, o han creído que era un artista de paso. A los del PP no se les ocurriría esto, esperarían a que los árboles estuvieran cuajados de hojas para esconderse entre ellas. La veteranía es un grado.


Y desde el el esquinazo de la calle Torija en el que estoy dibujando, frente al Instituto de Bachillerato Santa Teresa de Jesús, y el saborío rosa-fucsia Café de Chinitas (flamenco para guiris), parece que el edificio de la Inquisición mirara de soslayo y con paciencia, a los senadores rampantes. Ese edificio hace bloque, manzana, entre la calles del Reloj y Fomento. Es un lugar grave, serio, y está cerrado a cal y canto (aparentemente, al menos). En su esquina con Fomento se ve una gotera inmensa que los días de lluvia oscurece parte de la fachada de la última planta (supongo que alguien habrá informado de esto, pero debe de ser que no hay recursos para recorrer el tejado y arreglarlo, porque lleva así desde hace, por lo menos, dos años).


Una de las funciones principales de las instituciones que agrupaba La Santa Inquisición -bajo control directo de la monarquía-, era la de vigilar, combatir y castigar a los heréticos (como los titiriteros), y su capacidad de intervención era total, podía actuar en todos los ámbitos y fue especialmente beligerante con los reformadores. Y más de uno de esos políticos de hoy que piden los tanques, la suspensión ad divinis de algunas autonomías, la cárcel incomunicada para los titiriteros, les parecería más que conveniente que arreglaran las goteras del edificio inquisitorial y se trasladaran allí competencias e inquisidores competentes que pusieran a raya a los reformadores. Aunque, como asegura ese autodenominado dechado de inteligencia, cultura universal y buenas maneras, Federico Jiménez Losantos, en la derecha también hay mucho reformador “maricomplejines”. ¡A la hoguera con todos ellos! Y no creo ser un suspicaz exagerado, Franco y Torquemada aún tienen culto y sus fieles y oficiantes ven herejes relapsos a los que hay que finiquitar para limpiar la patria al fuego vivo. Porque como cantaba Krahe: “la hoguera tiene, qué sé yo... que sólo lo tiene la hoguera”.


Mientras pienso y reparo en esto, me da un escalofrío y trato de adivinar entre los malescondidos de los árboles a alguno que por su aspecto pudiera delatarse a mis espantados ojos como favorable a la reimplantación de la bula de Inocencio IV, <Ad extirpanda>, que bendice el uso de la tortura para obtener con ella la confesión de los detenidos. En Israel se practica legalmente y sin tantos circunloquios procedimentales, a las claras. Porque alguno de esos que debaten en las ramas de los árboles y que no reparan en que estoy aquí (o que si me observan sólo ven a un dibujante sin pensamiento) podrían llegar a la conclusión de que vendría bien a todos los españoles una única institución que juzgara por igual a todos, una especie de organismo interestatal que pudiera actuar a sendos lados de las fronteras autonómicas, mientras que los agentes ordinarios de la justicia no puedan rebasar los límites jurisdiccionales impuestos por la Constitución. Y, la verdad, imagino que cualquiera de ellos podría convertirse en justiciero Antonio das Mortes inquisitorial, al servicio del TTIP.


“¡Ya estamos!”, me dice mi amigo J en la taberna cuando le enseño el dibujo. “Es que no ves más que por los ojos del miedo a ese tratado...”


“No, J, es que hoy estoy especialmente sensible y me temo que además del tratado, a mí, como artista, me atizarán con el malleus maleficarum... no ves que como también soy titiritero...”

Nota sobre la ilustración: Desde 1780, el edificio del Consejo Superior del Santo Oficio está en el número 14 la calle Torija, en donde tiene su entrada principal, y da también a las calles del Reloj y Fomento. Es un caserón dieciochesco de dos plantas y mazmorras, construido por el arquitecto Ventura Rodríguez, arquitecto mayor del Ayuntamiento y también de la Inquisición, y completado por Mateo Guill. En su fachada está inscrita esta leyenda: Exurge Domine et judica causam tuam (Álzate Dios, y juzga tu causa). Antes de esas fechas el tribunal se albergaba a pocos metros, en el número 4 de la calle Isabel la Católica (hoy hay un hotel cuyo restaurante se llama Inquisición). Los condenados eran llevados de Torija a la plaza de Santo Domingo, lugar en el que se celebraban los autos de fe, y de allí hasta la plaza Mayor, lugar principal de las ejecuciones hasta 1795. Todas estas actividades siniestras imprimieron carácter al barrio, pues muchos de los oficiantes en la macabra función vivían en él. El Consejo Supremo del Santo Oficio tuvo su sede en este edificio entre 1780 hasta su desaparición en 1820. La Inquisición fue suprimida en 1808 por José Bonaparte, y en 1813 por las cortes de Cádiz. En 1814 fue restablecida por el nefasto Fernando VII, hasta su definitiva desaparición, decretada por el régimen liberal en 1820. El inmueble se convirtió en sede del Ministerio de Fomento, cuyas dependencias albergó hasta que en 1849 pasaron al antiguo convento de la Trinidad en la calle Atocha, que había sido desamortizado en 1836. Posteriormente pasó a albergar un hotel inglés y después una imprenta, hasta que en 1897 se convirtió en convento de las Madres Reparadoras. Me sorprende encontrar tallada en cemento una cartela que dice: Edificio asegurado de incendios.

 

14 de febrero de 2016

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*  INFORME SOBRE EL SENADO (1)

*  INFORME SOBRE EL SENADO (2)

*  INFORME SOBRE EL SENADO (3)

*  INFORME SOBRE EL SENADO (4)

*  INFORME SOBRE EL SENADO (5)

 

 

 

**Texto publicado en su muro de facebook: http://www.facebook.com/octavio.colisaguirre.3

 

  

 

 

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