LAS
CIUDADES DENTRO DE LAS CIUDADES
Por
Darío Ruiz Gómez*
Ilustración de O COLIS
Fue manifiesto el desagrado de Heidegger y Lefebvre ante los
Planificadores que obviamente ven la ciudad como una superficie
aplanada, sin colinas, quebradas, discontinuidades, recovecos, sombras.
Y si en lo referente al ámbito urbano ya algunos urbanistas de la
Escuela de París nos habían puesto de presente la guía de olfatos que se
dan en una ciudad, depósitos de referencias de desaparecidas costumbres
medievales disfrazadas en la modernidad, de la jungla de símbolos de
Baudelaire, de esa maraña de lenguajes y parlaches que genialmente
describe Raymond Queneau en “Zazie en el metro”, habla-rostro,
habla-sonido, zaguanes, fachadas escoriadas, espacios detenidos en la
prosa de Villon o Proust, de Eugenio Sue, descritos magistralmente por
Louis Aragón en “El paisano en París” o en la lista interminable de
films sobre París, Moscú, Nueva York. ¿No reconocí en un portal de la
calle Valverde el olor de Pío Baroja? Naturalmente no voy a hablar de
metodologías urbanísticas tan áridas a veces sino de esos tiempos, esas
cantidades de fragancias aprisionadas en algún patio camuflado, tan
intangibles que no pueden llegar a ser incluidas en la miopía de un Plan
de Desarrollo, de un Plan Parcial, planos abstractos, meras
consideraciones sobre la rentabilidad de un lote. También Italo Calvino
levantó el velo que el peso de las costumbres había arrojado sobre
nuestra mirada hasta hacernos insensibles ante aquello que desde la
atmósfera de la calle de barrio, desde las quejumbrosas escaleras de un
viejo edificio, en el murmullo de un ascensor, nos continúa hablando
desde el comienzo y fin de todos los tiempos. Así, desde su escritura
logramos entender que en esa luz postrera del atardecer que baña los
barrios altos, se confunden Tánger y Cádiz, Boston y Marmato, allí en
esa tersa reverberación donde nos sentimos integrados a un universo que
habíamos dejado de ver. Cuando uno lee un texto como “Praga mágica” de
Angel María Ripellino al abandonar la lectura, asombrado, se sabe que
apenas han comenzado esas otras lecturas que nacen de la imaginación
ante la encadenada visión de lo oculto, de lo escondido, de lo que
deliberadamente se invisibilizó para escapar de las prisiones del
presente, de lo que habla desde los cementerios, desde las corrientes
del río, el Golem, las cervecerías de Bohumil Hrabal, cada ruido de
pasos de Kafka, la autobiografía secreta de la ciudad.
Son las grandes bibliotecas confiadas a misteriosos guardianes, templos
de ceremonias de religiones perseguidas, los territorios excluidos por
la especulación, corredores sombríos al lado de hospitales de
desahuciados, o sea los territorios que no pueden ser definidos por un
mapa, las pequeñas patrias de los desheredados de la tierra que han
edificado otras ciudades para sentirse a salvo de cualquier modernidad y
sobre todo de los cobradores de impuestos. Y ¿la ciudad de aquellas y
aquellos que fueron declarados locos o expulsados de la casa familiar
por inútiles? ¿De aquel relato de Howard Fast sobre unos niños
desgraciados que inventan un espacio paralelo en el cual son felices y
por eso deciden no regresar a sus casas? Richard Quine en un inolvidable
film “Me casé con una bruja” con su amada bruja preferida Kim Novack,
nos descubre el Nueva York de los brujos modernos, la persistencia en
medio del desarrollo tecnológico capitalista, del vudú. ¿Cuántas
ciudades paralelas han creado en Chicago, Nueva York los clanes polacos,
irlandeses, suecos, cubanos chiflados, cátaros franceses mediante
códigos secretos? La súbita impresión de ver en una de estas ciudades a
un vecino que había desaparecido de nuestra vida y que al verlo se
esfuma entre la multitud, hace parte de esa simultaneidad de
experiencias que G. H. Wells primero en “La máquina del tiempo” y luego
Borges en “Las ruinas circulares” describieron magníficamente. Porque no
es sólo un individuo sino una calle que parece trasplantada de nuestra
infancia a esta ciudad extranjera. La ficción logra rescatar estas
impresiones donde una ciudad va expandiéndose dentro de otras ciudades
mediante el silencioso palimpsesto que van escribiendo los muertos con
sus oficios desaparecidos, los herreros y sus forjas, los primitivos
albañiles, los alquimistas venidos de los pueblos. “Vivimos una época,
señala Foucault, de simultaneidad caracterizada por la yuxtaposición; lo
lejano y lo cercano, el lado a lado, lo disperso...” que es el cine, la
literatura de la ciudad, los relatos que se superponen unos a otros
desde el habla dispersa de quienes diariamente atraviesan las paredes de
estas ciudades paralelas para encontrarse con sus amigos. ¿Cuántas
ciudades muertas llega a describir Lovecraft? W.D. Soja distingue en Los
Ángeles las siguientes ciudades: la Sim City o ciudad simulada, la del
Archipiélago carcelario, la Metrópolis, la Exópolis, la ciudad fractal,
la reposterizada. Miedo, polarización, conurbación, esas ciudades
paralelas que describe magistralmente James Ellroy en “Los Ángeles
Confidencial” demostrando una vez más que ante aquello que fríamente
diagnostica el urbanismo, la ficción llega a transformar en relatos
donde descubrimos que las apariencias engañan y que detrás de las
fachadas de una tranquila calle de barrio se esconde una logia de
anarquistas o una comunidad de brujas que hacen aquelarres en los
solares vacíos. A veces busco una ciudad paralela y me detengo en Junín
con La Playa, en medio de la bulliciosa multitud, en el lugar donde
estuvo el hotel, la marquesina del teatro y su arquitectura europea y
creo escuchar los primeros acordes de “Blue moon” tocados por la jazz
band: “Blue moon/ Yo saw me standing alone/ Whithout a dream in my heart”
“ y sé que ahí están mis padres..
__________________
Darío Ruiz Gómez, es escritor, ensayista,
periodista, teórico del arte y el urbanismo, crítico literario y poeta
colombiano. Se ha desempeñado además como profesor universitario y
columnista. Su obra enlaza profundamente con la memoria colectiva de los
años 70, 80 y 90 de su país, particularmente dramáticos.