Carta
abierta al pueblo de Brasil
Por Edward Snowden, Folha de S.Paulo, ZSpace
Traducción: Enrique Prudencio para Zona Izquierda
Hace seis meses salí de las sombras de la Agencia de Seguridad Nacional
del Gobierno de Estados Unidos para ponerme delante de la cámara de un
periodista.
Compartí con todo el mundo la evidencia que demuestra que algunos
gobiernos están construyendo un sistema de vigilancia mundial para
rastrear en secreto la forma en que vivimos, de qué hablamos y de que
nos hablan a nosotros.
Me situé delante de esa cámara con los ojos abiertos, sabiendo que la
decisión me costaría hogar y familia y de que ponía en riesgo mi vida.
Me motivaba la creencia de que los ciudadanos del mundo se merecen
conocer el sistema en que viven.
Mi mayor temor era que nadie quisiera escuchar mi llamada de alerta.
Nunca he estado tan contento de haberme equivocado. La reacción de
algunos países ha sido realmente gratificante para mí, y Brasil es uno
de ellos.
En la NSA observé con creciente alarma la vigilancia de poblaciones
enteras sin que ni siquiera sospecharan que estaban siendo objeto de una
acción delictiva que amenaza con convertirse en el mayor desafío de
nuestro tiempo a los Derechos Humanos.
La NSA y otras agencias de espionaje nos dicen que lo hacen por nuestra
propia “seguridad” – para la seguridad de Dilma, para la seguridad de
Petrobras –, por lo que han conculcado el derecho a la privacidad
irrumpiendo en nuestras vidas. Y lo han hecho sin preguntar a los
ciudadanos de ningún país, ni siquiera los del suyo.
Hoy en día, si lleva un teléfono celular en Sao Paolo, la NSA puede
realizar un seguimiento de su ubicación: hacen esto cinco mil millones
de veces al día a la gente de todo el mundo.
Cuando alguien en Florianópolis visita un sitio web, la NSA lleva un
registro de cuándo entraste en esa web y de qué hacías allí. Si una
madre de Porto Alegre llama a su hijo para desearle suerte en un examen
de la Universidad, la NSA puede mantener ese registro de llamadas
durante cinco o más años.
Pueden incluso hacer un seguimiento de quién esté manteniendo una
aventura amorosa o viendo pornografía, por si se presenta el caso de que
se desee dañar la reputación del sujeto o chantajearlo.
Senadores estadounidenses dicen que Brasil no debe preocuparse, porque
esto no es espionaje, sino “recopilación de datos”. Dicen que lo hacen
por nuestra seguridad. Se equivocan o mienten.
Hay una enorme diferencia entre los programas jurídicos de vigilancia,
de investigación legítima realizada por las fuerzas del orden legítimas
– cuando la investigación esté motivada por una sospecha razonable e
individualizada de comisión de un delito – y estos programas de
espionaje masivo que ponen a toda la población bajo un ojo que todo lo
ve y guarda para siempre copias de todo lo que ve.
Estos programas de vigilancia masiva no tienen nada que ver con el
terrorismo: se trata de espionaje económico. De control social y de
espionaje diplomático. Tienen que ver con el poder.
Muchos senadores brasileños están de acuerdo con lo que estoy explicando
y han pedido que les ayude en sus investigaciones sobre presuntos
delitos cometidos contra los ciudadanos brasileños.
He expresado mi voluntad de ayudar siempre en todo lo que sea apropiado
y lícito, pero lamentablemente el gobierno de Estados Unidos se está
empleando a fondo para limitar mi capacidad de hacerlo (yendo tan lejos
como para obligar a tomar tierra al avión presidencial de Evo Morales
para impedirme viajar a América Latina)
Hasta que un país no me conceda asilo político permanente, el gobierno
de Estados Unidos seguirá interfiriendo para evitar que hable.
Hace seis meses revelé que la NSA quería escuchar a todo el mundo. Ahora
todo el mundo está escuchando y hablando de lo que hace la NSA. Y a la
NSA no le gusta lo que está oyendo.
Ahora que la cultura de la vigilancia indiscriminada a todo el mundo, se
está exponiendo al conocimiento público y está siendo investigada en
todos los continentes, el espionaje masivo está en dificultades
Hace solo tres semanas Brasil lideró el Comité de Derechos Humanos de
Naciones Unidas, consiguiendo que se reconociera por primera vez en la
historia que la privacidad no se detiene cuando la red digital se inicia
y que el espionaje masivo de personas inocentes es una violación de los
Derechos Humanos.
Ha cambiado la marea y por fin podemos ver un futuro en el que podamos
disfrutar de la seguridad sin sacrificar nuestra privacidad. Nuestros
derechos fundamentales no pueden ser limitados por una organización
secreta, ni las autoridades estadounidenses deben nunca decidir sobre
las libertades de los ciudadanos brasileños.
Incluso quienes defienden el espionaje masivo, los que no queden
convencidos de que nuestras tecnologías de vigilancia han sobrepasado
peligrosamente los controles democráticos, están de acuerdo en que en
las democracias, la vigilancia de los ciudadanos debe ser debatida
públicamente.
Mi toma de consciencia comenzó con una declaración: “Yo no quiero vivir
en un mundo donde todo lo que digo, todo lo que hago, todo el mundo con
quien hablo, toda expresión de creatividad, de amor, todo, quede grabado
y filmado.
Eso no es algo que esté dispuesto a tolerar, no es algo a lo que esté
dispuesto a contribuir y no es algo bajo lo que esté dispuesto a vivir.”
Días más tarde me dijeron que mi gobierno me había convertido en
apátrida y me quería encarcelar. El precio de mi declaración de
principios era la retirada del pasaporte, pero yo tendría que volver a
pagar. No voy a ser alguien que ignore conscientemente la delincuencia
en aras de la comodidad política. Prefiero quedarme sin patria a
quedarme sin voz.
Si Brasil escucha una cosa de mí, que sea esta: cuando todos nosotros
nos unamos contra las injusticias y en defensa de la privacidad y los
Derechos Humanos básicos, podremos defendernos incluso del sistema más
poderoso.
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Fuente: http://www.zcommunications.org/an-open-letter-to-the-people-of-brazil-by-edward-snowden.html