Queremos
un Brasil diferente
Por Janette Habel, de su página en ZPspace
Traducción. Enrique Prudencio para Zona Izquierda
La presidenta de Brasil Dilma Rouseff, ha dicho de las protestas que
están teniendo lugar en todo el país durante este mes de junio que “las
manifestaciones pacíficas son legítimas y forman parte de cualquier
proceso democrático”. Pasó por alto el hecho de que el país no había
vivido una movilización tan masiva desde el final de la dictadura en
1985, a no ser, quizás en 1992, cuando la gente salió a la calle para
denunciar la corrupción del gobierno de Fernando Collor de Melo,
acelerando su renuncia al cargo. El día antes de las declaraciones de
Roussef, cerca de 200.000 brasileños marcharon en Sâo Paulo, Río de
Janeiro y la capital Brasilia, donde los manifestantes ocuparon el
Congreso durante varias horas. Unos días más tarde su número llegó casi
a un millón.
Todo comenzó el 11 de junio en Sâo Paulo cuando los residentes
comenzaron a protestar contra el aumento de las tarifas de los
autobuses, que habían pasado de 3 a 3,20 reales (1,50 euros). No hubo
muchas más protestas en el resto del país, mientras los manifestantes en
Río de Janeiro protestaban contra los millones gastados en la
construcción y restauración de instalaciones deportivas para la
celebración del Campeonato del Mundo y los Juegos Olímpicos. A lo
anterior se suma que los manifestantes de Río están cansados de la
corrupción generalizada y a todo ello añaden la reivindicación de una
sanidad y educación públicas decentes. A solo un año de las elecciones
presidenciales, estas manifestaciones, lideradas principalmente por
jóvenes nacidos después de la caída de la dictadura, debilitan a
Rousseff. Se trata sin duda de una seria advertencia para su Partido de
los Trabajadores (PT), en el poder desde 2003, si bien es cierto que
hasta ahora ninguno de los otros partidos parece estar beneficiándose de
las actuales protestas, que están denunciando a todas las fuerzas
políticas. Durante algunos años después de asumir el cargo, el
presidente Luis Inácio Lula da Silva, pudo contar con un fuerte
crecimiento económico para mejorar gradualmente el nivel de vida, pero
cuando Rouseff fue elegida en 2010, pretendiendo una continuidad de la
política anterior, se enfrentó a una situación económica internacional
mucho más difícil. Hoy Brasil está experimentando un crecimiento más
débil, pasando de un 7,50% en 2010 a un 0,90% en 2012, a lo que se añade
el inicio de una caída de la producción industrial. Han subido las
exportaciones de materias primas, pero han bajado considerablemente los
precios de los productos manufacturados. La sexta potencia económica del
mundo se enfrenta actualmente a muchos desafíos y, a pesar de la
competencia de China, necesita incrementar su crecimiento industrial
para poder mantener los programas sociales iniciados en la última
década, que al ser muy valorados por la población, garantizan una base
electoral cómoda para el PT.
¿Un chock capitalista?
Lula se jactó una vez diciendo: “Nunca antes los empresarios han ganado
tanto como bajo mi mandato”. Con el fin de corregir las primeras señales
del fracaso de este modelo, Rousseff ha optado por lo que la revista
brasileña Veja ha descrito como “un shock capitalista” para poner a
Brasil en armonía con la gravitación universal” (15 de agosto de 2012).
Su programa $66bn incluye la venta de concesiones de puertos,
autopistas, ferrocarriles y aeropuertos, lo cual ha sido motivo de
sarcasmo para el presidente del Partido Socialdemócrata Brasileño
Cardoso (1995-2002) dado que estas privatizaciones masivas fueron
ferozmente denunciadas por Rousseff durante la campaña presidencial de
2010.
Evidentemente, Roussff no ha aceptado la idea del “shock capitalista” y
presenta su estrategia de desarrollo diferente, afirmando que al centrarse en la producción
industrial y en la construcción va a erradicar totalmente la corrupción.
Se han reducido las tasas de interés, los precios de la electricidad han
bajado entre un 20-30%, se otorgan exenciones fiscales a ciertos
sectores, se aumentan los impuestos a corto plazo para fomentar la
inversión productiva a largo plazo, se aplicará una norma de preferencia
nacional para proteger la industria mediante el aumento de aranceles de
muchos bienes importados.
Algunas de estas medidas, que EE.UU. ha calificado como
“proteccionismo”, han contado con la aprobación de los sindicatos. El
gobierno está alentando a las empresas a establecerse en Brasil con mano
de obra local. El gigante de la electrónica Taiwanesa Foxconn tiene
ahora allí ocho unidades de producción y ya está fabricando el iPhone 4,
al que seguirá el iPod y el iPad. A Foxconn se le concedieron
considerables rebajas fiscales y préstamos subvencionados para
establecerse en Brasil. Después de que el gobierno impusiera nuevas
obligaciones a la importación de automóviles, Land Roveer y BMW,
decidieron también abrir plantas en Brasil.
Pero el programa de Rousseff no termina aquí. Declaró al Financial Times
de octubre de 2012 que ella quiere hacer frente al “alto coste de la
mano de obra… y de los impuestos”. Su plan ha sido influenciado por los
principales líderes empresariales, entre ellos Marcelo Odebrecht,
responsable del grupo multinacional de la construcción y Jorge Gerdau,
presidente de una empresa metalúrgica y del comité de gestión de las
políticas del gobierno federal.
Hasta ahora, el PT pudo contar con el apoyo de las dos principales
centrales sindicales, la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y Força
Sindical, pero las manifestaciones recientes sugieren que el apoyo
popular al gobierno se está erosionando. Artur Henrique, el
expresidente de la CUT, siempre ha apoyado al gobierno, pero lamenta el
hecho de que después de una década en el poder, el PT “aún no ha
revisado las políticas neoliberales que desmantelaron el sistema de
relaciones laborales durante la presidencia de Cardoso.” Valter Pomar,
miembro de la Oficina Nacional del P.T., dijo: “Hemos tenido un gran
éxito en la mejora de los niveles de vida. Hemos aumentado los salarios
para impulsar el consumo, de acuerdo con la lógica del mercado: ahora
ganamos más… para que podamos pagar más para sostener la educación
privada. Esta estrategia no ayuda al desarrollo de unos servicios
públicos más fuertes o a promover la conciencia política sobre la
importancia de los servicios prestados por el Estado”.
La intransigencia de Rousseff
Contra Lula no hubo manifestaciones masivas, pero la situación económica
es claramente menos favorable para Rousseff, y su propia intransigencia
podría ser una desventaja adicional. En 2012 ella no cedió a la mayor
huelga de funcionarios públicos de la década y logró imponer su plan de
ajuste de los salarios después un conflicto ininterrumpido de 107 días.
Los sindicatos pedían aumentos salariales del 40 al 50%, pero solo
consiguieron un 15,8% repartido entre tres años, a pesar de la inflación
de casi el l6% en 2012. Su única concesión fue avenirse a negociar a
sobre el pago de los días de huelga. No obstante, tres cuerpos del
ejército consiguieron el 30%.
Cuatro de las cinco mayores centrales sindicales, la derechista Fuerza
Sindical, Nueva Central, la Unión General de Trabajadores (UGT) y la
federación de trabajadores de brasil (CTB), firmaron una evaluación muy
crítica con el gobierno. La CUT estuvo ausente durante su encuentro,
pero finalmente se unieron todos los sindicatos y co-organizaron una
marcha de protesta en Brasilia el 6 de marzo.
¿Está Rousseff cuestionando el contrato social mantenido con los
sindicatos desde 2002? Y si es así, ¿va a dejar fuera del campo de juego
al movimiento obrero brasileño, que jugó un papel crucial en el proceso
de democratización y en la elaboración de la Constitución de 1988?
Durante las presidencias de Lula, muchos líderes políticos y sindicales
fueron nombrados para cargos públicos, lo que contribuyó a crear una
nueva burocracia gubernamental que garantizó el consenso social. Rousseff podría cambiar de estrategia, tratando de consolidar su
autoridad con otros grupos sociales más receptivos a las necesidades de
lo que Luiz Carlos Bresser-Pereira ha descrito como un “Estado Social
Desarrollista.”
Rousseff estima que la clase media la componen unos 105 millones de
personas y quiere construir una “clase media que sea característica y
adecuada a las condiciones económico-político-sociales de Brasil”. El
economista Paulo Kliass refuta sus estimaciones y denuncia “la
superchería consistente en convencer a los pobres de que forman parte de
la clase media.” Esa ilusión tampoco se aviene con los miles de jóvenes
y trabajadores pobres que participan en las manifestaciones gritando
“queremos un brasil diferente”, exigiendo que se acabe con la corrupción
y pidiendo más inversión en sanidad y educación, y que no se vaya el
dinero en gastos extravagantes y costosos acondicionamiento de estadios
y otras instalaciones deportivas.
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Fuente: http://www.zcommunications.org/we-want-a-different-brazil-by-janette-habel