LA DESAPARICIÓN DE LA NOCHE
Por Darío Ruiz Gómez*
Ilustración de O COLIS
para
Zonaizquierda.org
La
noche constituye una de las conquistas definitivas de la vida de las
ciudades y de la cultura como el espacio que se abre a la meditación, a
la conversación, a las gastronomías, es el salto que se da entre la
limitada vida pueblerina y la conquista en la ciudad de un horario más
extenso y propicio a la sociabilidad. Porque de lo que estamos hablando
es de la vida ciudadana, de ese necesario diálogo social en el disfrute
de espacios comunes. A estos intangibles es a los que Simmel se refería
en sus imprescindibles textos sobre la vida de las ciudades, que en este
caso no hacía referencia a grandes megalópolis sino a ciudades donde el
intercambio social generaba nuevas expresiones culturales, una
consciencia moderna, resultado de la vivencia de lo urbano como vínculo
con una tradición propia creada a partir del hecho de haber borrado ya
todo recuerdo del campo, incluso en los hijos de los emigrantes la misma
referencia a las nacionalidades de origen. Calles, parques, sonidos
familiares, hablas, fundiéndose en este insospechado crisol social. La
metropolitanización sería de este modo el proceso de un impulso que bajo
políticas muy claras de una nueva planeación, aglutina estas diversas
experiencias, respeta su diversidad pero les concede un horizonte común
al otorgarles en sus imaginarios la noción de un territorio común.
Mientras nuestra ignorante burocracia atentó contra la vida de los
barrios, núcleos definitorios, renovadores de la vida urbana, Nueva
York, París, Madrid, Buenos Aires mantienen y renuevan la pujanza de la
vida barrial enriqueciendo de este modo la diversidad de la cultura de
la democracia ya que el barrio es la oposición al centralismo
burocrático.
De Villón a Balzac, a Zola, a Proust, a Queneau, a Modiano ¿cuántos
barrios, plazas, esquinas parisinas con sus rostros, sus destinos, sus
músicas describen una topografía sentimental que ha desafiado el paso
del tiempo? La cafetería, el granero, los parches, la charla de vecinos,
la insistencia en que los recorridos deben estar matizados por estas
pausas donde viejos y niños al reunirse están dando paso a nuevos
lenguajes de ciudad que, hoy, deben hacer frente al obstáculo de las
abstractas cartografías impuestas por supuestos especialistas en
movilidad y que no han sido capaces de racionalizar el abusivo e
irracional crecimiento del parque automotriz mientras hemos ido
perdiendo, impunemente, las aceras y los parques, o sea la ciudad que
se camina, la ciudad del transeúnte, ese Medellín que desde los años 90
se lanzó a afirmar la noche, el espacio público, incorporó las músicas,
renovó los lugares de encuentro y legitimó los recorridos, para
responder con alegría al chantaje de las bombas, a la agresión de los
violentos, conquistas que no puede borrar hoy un contratismo sin
planificación. Volvamos a repetir aquel axioma: la ciudad que no se
puede recorrer a pié es una ciudad que no existe. Pero ¿no han aumentado
acaso las murallas que obstaculizan el libre recorrido de los espacios,
no ha ido cayendo la noche en manos del Crimen Organizado? La crítica a
la Carta de Atenas se fundamentó en su visión abstracta de la ciudad
conectada por vías rápidas, intercambios viales mal hechos, que fueron
erosionando la vida en las calles, negando al peatón las experiencias
que brinda un recorrido o sea el derecho consagrado a la ciudad. Pero la
burocracia ignorante, la indiferencia de las universidades, las
fronteras invisibles, la lacra del contratismo, han llevado a que la
defensa de la ciudad haya naufragado en manos de los politiqueros.
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*Darío Ruiz Gómez, es escritor, ensayista,
periodista, teórico del arte y el urbanismo, crítico literario y poeta
colombiano. Se ha desempeñado además como profesor universitario y
columnista. Su obra enlaza profundamente con la memoria colectiva de las
últimas décadas de su país, particularmente dramáticas.