La autopacificación de la ciudadanía estadounidense.
Edward J. Snowden y el desenmascaramiento del fascismo “voyeurista”
Por NOMAN POLLACK*, Counterpunch
Traducción: Enrique Prudencio para Zona Izquierda
Una sola persona puede marcar la diferencia en los asuntos de Estado. La
civilización política del siglo XXI se ha habituado a que las relaciones
internacionales en la provincia de mega unidades sea algo parecido a un
estado inquieto, de equilibrio alterado, en el que las fuerzas
estructurales-económico-ideológicas subyacentes, con tendencia a la
confrontación, han sido artificialmente silenciadas: las luchas
nacionales por el poder en constante ebullición, apenas pueden ser
disimuladas por una capa superficial de urbanidad y cortesía. No todos
los supuestos actores hegemónicos son similares en su composición, en la
dirección de su curso histórico (ascendente o descendente) o en sus
estrategias geopolíticas para su supervivencia o para su expansión.
Evidentemente China está aumentando su peso e influencia en el mundo,
Rusia, un gigante herido busca su camino a través de una política
económica mixta, sintiendo aún los efectos depresivos tras la fase
expansiva anterior y los EE.UU., a pesar de llevar buscando y por fin
encontrando el liderazgo mundial, con frecuencia unilateral, ahora
aparentemente es un comodín capaz de hacer cualquier cosa con tal de
permanecer en la cumbre. En este contexto, los individuos, hasta hace
muy poco, no parecían tener la mínima importancia, por lo menos los
excluidos de las altas esferas del poder –la inmensa mayoría de la
humanidad– para quienes el papel de elemento pasivo coincidió con el
ascenso de las masas, las tecnologías dirigidas de manera centralizada y
la organización, preordenando en la práctica el empequeñecimiento de la
identidad individual y el sentido de actuar negativamente en la
formación y desarrollo consciente de sus vidas.
Por supuesto que es demasiado pronto para decirlo, pero los
acontecimientos protagonizados por las masas populares que se están
produciendo últimamente, se siguen desarrollando en la periferia del
poder político mundial –esto es, en Egipto, Turquía y ahora (quien no
podía dejar de sumarse al impulso de estas corrientes de cambio,
Brasil)–, han introducido la posibilidad de situar la transcendencia de
lo humano sobre las cosificadas instituciones y su liderazgo. No, hasta
el momento no hemos entrado en una Nueva Era Revolucionaria, pero en las
dos últimas semanas –una franja de tiempo en lo referente a
guerras y violaciones de las libertades civiles– EE.UU. ha perdido
repentinamente la cara, la estatura y la autoridad moral de la que
siempre ha presumido, y ha quedado con las vergüenzas al aire, más que
en Vietnam, Irak y Afganistán, delante de su propio pueblo y de todo el
mundo como invasor de la dignidad humana y la privacidad, atributos de
valor incalculable que marcan la diferencia entre democracia y
totalitarismo. Esto no empezó con la llegada de Obama al poder en 2009,
pero Obama debe ser considerado responsable de la intensificación de las
presiones cuya peor consecuencia ha sido el intento de ruptura de la
personalidad humana.
¿Les parece una formulación demasiado fuerte? Todo apunta a favor, en
particular el secretismo que une al gobierno, el propósito decidido de
magnificación de los poderes del Estado, como en la necromancia, de
alcance y potencia ilimitados, porque su identidad permanece oculta
detrás de montañas de documentos clasificados y de los expertos en el
arte de la confusión. A partir de esa base de operaciones (secreto
equivale a “invisible”, “indetectable”, libertad para perpetrar actos
ilegales, y de ahí, la acumulación de poderes ejecutivos para su propio
beneficio, y en concreto la conjunción de fuerzas militares,
paramilitares y de espionaje reforzando su expansión y engrandecimiento),
en que los lazos absolutistas de dependencia del liderazgo y de fe en el
mismo son obligatorios en el esquema estructural del capitalismo
monopolista de EE.UU., sus necesidades correlativas de seguir creciendo
con el fin de evitar la contracción y el estancamiento han de tener
éxito. Nada se deja al azar y menos aún se deja que llegue al público, y
mucho menos aún a personas con la agudeza política necesaria para
penetrar en el muro de silencio e interpretar hechos como asesinatos
selectivos, derrocamiento de gobiernos y regímenes o el eufemístico
“intervencionismo humanitario” como lo que son: preliminares para llevar
a cabo CRÍMENES DE GUERRA, o perpetración directa ya de los crímenes de
guerra, lo que ni Obama, ni el Estado de Seguridad Nacional, ni sus
asesores, ni el sistema judicial, ni el Congreso cómplice, ni las
comunidades militares y de espionaje, ni la economía política para la
cual lo anterior es una deuda emocional con la que se identifica
ideológicamente, deberían tolerar. Pero no solo toleran todo eso, sino
que todavía son capaces dar la cara colectivamente al mundo como si no
fueran unos hipócritas, cínicos, oportunistas, mercaderes de la guerra
y, clínicamente considerados, psicópatas.
En este contexto entra en escena Snowden, de manera sorprendente al
tanto de todo lo que está en juego, como lo atestiguan sus declaraciones
elocuentes acerca de cómo la denegación de las libertades civiles niega
y repudia la sociedad democrática y a partir de ahí, reconoce la
magnitud de la delincuencia asociada al espionaje y control de todos los
ciudadanos. Una persona, sola, impotente, con principios, ha hablado y
han sufrido una fuerte sacudida los cimientos del poder. Más que una
alta puntuación en el marcador de los denunciantes, aunque íntimamente
ligado a ello, marca un momento trascendental en la historia de la
libertad de nuestro país o en la lucha por esa libertad. No se puede
permitir que se deslice de forma inadvertida entre el coro de denuncias
a través de los sospechosos habituales, los Republicanos y los
Demócratas por igual. Snowdon ha elevado el principio de privacidad a la
altura del panteón de los derechos constitucionales que es adonde
corresponde, como índice de salud social y de la personalidad
individual, algo que todas las nefastas intervenciones individuales, los
ataques con aviones no tripulados, las misiones de subversión de la CIA
JSOC, las detenciones indefinidas, han tratado de borrar de la
conciencia popular y hasta ahora lo han logrado en parte.
La vigilancia y espionaje del pueblo no es una estrategia accidental,
sino la vanguardia de la autopacificación de los individuos, un
mecanismo de probada eficacia en el control social. Uno vacila al hablar
e incluso al pensar; se elige un interlocutor con cautela, no sea que se
encuentre en alguna lista, el miedo omnipresente de ser observado,
diseccionado, analizado por los ojos crueles del totalitarismo
financiero. Ahora un gobierno ha facultado y legitimado a la Agencia de
Seguridad Nacional (y a varias otras agencias de espionaje, a la vez que
lanza ataques legislativos como TALON, CIFA, TIAP, sin olvidarnos de
MATRIX, (Intercambio de Información Antiterrorista Interestatal),
algunos de cuyos organismos llegan demasiado lejos incluso para el gusto
reaccionario del Congreso. Poseen total capacidad para espiar e
intervenir las conversaciones más íntimas entre personas de las que
hasta ahora nadie podía imaginar que estuviesen siendo espiadas.
Esperemos que la desconfianza del gobierno siga, aunque continúe con
prácticas de esta naturaleza, ya que como nos enseña la teoría política,
las sociedades con sufragio universal y sus gobiernos se basan en la
confianza, sin la cual no puede haber “contrato social” y se puede
empezar a esperar lo peor, por tanto.
Snowden puso el dedo en el dique de contención del mar del
totalitarismo, que en sí ya no es una denominación inexacta, es decir,
si uno cree que las libertades civiles son la pieza angular del polo
opuesto, una “democracia” social capitalista basada en el respeto y la
igualdad de trato entre individuos bajo el imperio de la ley, porque lo
que el gobierno de EE.UU. ha hecho es destruir la estructura
constitucional-social del país, al burlarse de la ley pisoteando las
garantías tradicionales de la libertad de pensamiento y expresión,
derecho de asociación, protección contra injustificadas inspecciones e
incautaciones y ahora camina cuesta abajo por una pendiente resbaladiza,
en la que todo vale, desde el uso de confidentes pagados, “plantar”
pruebas, “trucos sucios”, fomento de la desconfianza mutua, disolución
de organizaciones radicales y lo que el gobierno considera fundamental
para sus intereses, la seguridad dentro de la continuación del desorden.
Snowden puso el foco en el territorio prohibido del oscuro mundo donde
habita el gobierno Obama, cuyos tentáculos alcanzan no solo a
Norteamérica sino que llegan a todo el mundo, ya que como indican las
revelaciones de PRIMUS, intercepta comunicaciones extranjeras,
incluyendo escuchas telefónicas a diplomáticos y conferencias en lugares
público. A estas alturas ya estamos familiarizados con los detalles
gracias a The Guardian, Washington Post, New York Times, a la prensa
continental. En todo el mundo ya es una historia que no se va a olvidar,
dada la enorme magnitud de la ofensa y la hipocresía de Washington. Por
esta razón, creo que Snowden es un hombre marcado a ojos de Obama, al
que éste equipara prácticamente a Osama Bin Laden para mantenerle en el
punto de mira, y por lo tanto estará en el centro de la diana, sino es
mediante una clave (“ocurrirá un accidente”), será un objetivo directo
de las operaciones militares. Snowden tiene muchas razones para temer
por su vida y pedir asilo. En el escrito dice que ha aterrizado sin
problemas en Moscú, con la colaboración de las autoridades de China y de
Hong Kong (creando fricciones diplomáticos entre ellos y EE.UU.) y
estará en tránsito hacia un tercer país. La espada de Damocles de la Ley
de Espionaje tendrá que acechar a otras víctimas, asegurándose de
encender la luz de la obsesión de Obama con sigilo y hostilidad personal
hacia el que se cruce. Como he dicho antes, el secreto para él es un
seguro para no ser descubierto por haber cometido crímenes de guerra.
Snowden no puede quedar en libertad, pero no por haber divulgado
secretos de Estado, sino porque simboliza el poder – o si se me permite,
la sublimidad de la verdad, sobre todo contra quienes quedan expuestos a
la vista de todo el mundo como una jauría de delincuentes políticos, y
más allá de eso, los dejó expuestos a través de sus trabajos, las
fuentes internas de represión de la que dependen la sociedad y su
estructura de poder, a saber, a la autopacificación como estado
primordial de la falta de acción político-moral del cuerpo y la mente,
al rechazo a la protesta social en el pensamiento y la acción, al
individuo sujeto a agudas pulsiones de un severo patriotismo, al
consumismo alienante y a la mano dura de la autoridad militarizada. Eso
que hemos podido ver y sobre lo que algunos se han manifestado en voz
alta. Pero este factor añadido que Snowden ha dejado al descubierto,
como es la vigilancia y el espionaje, proporciona a la autopacificación
silenciosa un potente refuerzo frente al miedo que el gobierno ha creado
para justificar medidas de seguridad que bordean la regimentación, que
se han transformado y extendido a lo que los psicólogos denominarían –si sólo examinaran las cuestiones consecuencialmente sociales– la
“introyección” total del sistema de poder norteamericano, incluyendo sus
cimientos capitalistas y militaristas y la propia docilidad que se
esperaba de la gente para sacar adelante este proyecto, sus objetivos e
ideología. Se trata de una gran carga para tener que llevarla consigo a
todas partes, aunque sea de forma inadvertida (es la prueba de la
eficacia de la represión y del éxito de un gobierno autoritario), lo que
deja al individuo desnudo y vulnerable a la politización extrema de la
mentalidad diseñada para evitar el pensamiento crítico y, en su lugar,
glorificar al Estado. La magnitud y el alcance del espionaje doméstico
practicado por la ANS (que junto con la CIA se ha convertido en la
mirada bifronte de Obama fijada en los actos internos y externos de la
subversión político-estructural), se convierte en la esclava de la lucha
contraterrorista, esta ahora sí, legitimada a través del edicto del
gobierno, extendiendo al mismo tiempo un manto de legitimidad sobre
aquella. ¡Lo mejor es estar siempre vigilantes! Hemos oído hasta la
saciedad que debe haber un equilibrio entre la seguridad y la
privacidad, en el que la primera siempre tiene prioridad, lo que no es
más que un truco de polemistas, porque la primera puede ser
infinitamente ampliada, y la segunda es un espantajo sin dientes para
morder. El miedo de EE.UU. al terrorismo, que es en sí mismo una forma
de terrorismo empleada contra el pueblo, allana el camino al gobierno
para llevar a cabo el espionaje interno con impunidad. La vigilancia,
como hemos constatado por las informaciones filtradas por Snowden, llega
a ser tan omnipresente y está tan arraigada institucionalmente (la
reciente información del New York Times sobre la estrecha relación entre
la ANS y el Valle del Silicio, confirma lo que ya se sabía sobre la
forma en que el gobierno se ha granjeado la colaboración de Google y
otros, nuestros presuntos agentes de la liberación social a través de
los medios de comunicación de masas) para convertirnos en seres
timoratos y apáticos rendidos ante la poderosa Tecnología y el
todopoderoso Gobierno, siempre temiendo que uno de nosotros puede ser el
siguiente en el sumario, con el tribunal de la FISA aplaudiendo desde el
fondo, es decir, que podemos ser nosotros los sospechosos de la última
subversión si no nos ajustamos a todos los principios, medidas e
instrucciones, transmitidas desde lo Alto.
Desgraciadamente, EE.UU. no es Brasil (asumiendo que las manifestaciones
de masas tienen piernas y que, al contrario que el Movimiento Occupy,
tenga propuestas programáticas y desarrolle un movimiento con
alternativas político-económicas, sin que les de miedo de ser tachados
de elitismo porque no consigan llegar siempre a la unanimidad en sus
propuestas). Pero quizás yo sobreestime el grado de descontento que se
da en este país, no descontento amorfo (del que hay una gran
abundancia), sino unido al pensamiento disciplinado, dado un deterioro
de la situación de todos los frentes, encontrando nuevamente la valentía
para actuar, como se veía en los movimientos por los derechos civiles y
los movimientos contra la guerra. La autoridad lo recuerda bien, incluso
cuando nosotros, frecuentemente como participantes, olvidamos, y esa es
la razón por la que sugiero que los pasos drásticos del espionaje y los
estragos causados a la Constitución tienen perfecto sentido para las
élites norteamericanas, exactamente como tiene perfecto sentido el uso
de drones armados para perpetrar asesinatos selectivos, porque ellos
perciben los peligros con antelación, real o imaginariamente, para la
continuidad de su poder y privilegios, acostumbrados a la posición
hegemónica del país, y su propia introyección de valores sesgados a
favor de sus intereses, incluyendo un lugar para la exaltación del
militarismo en todos los aspectos de la vida norteamericana.
El militarismo y el espionaje de los ciudadanos son primos hermanos,
ambos dependen de la aceptación del ORDEN establecido. Ese orden, es el
valor ideológico supremo de una estructura jerárquica de clase como la
que tenemos, ahora más que nunca, con grandes desigualdades en el
reparto de la riqueza y el poder. Este orden tiene diferentes formas, en
gran medida no políticas, formas que los activistas han desafiado
durante algún tiempo, pero todavía sin haber creado un foco –ahora
observando el fermento brasileño, todavía una paja en el viento, pueden
(junto con Grecia y Turquía) servir de inspiración–. En cualquier caso,
la conformidad se agota, dadas las múltiples fuentes de descontento en
la cultura y la sociedad norteamericana y la protesta sobre los
cimientos de la lucha por los derechos civiles, las grandes
manifestaciones contra la guerra de Vietnam, y la rebeldía de la
contracultura hacia lo que pudiera ser pero todavía no ha sido modelado
en una potente fuerza contra el sistema, que sirva para conseguir el
cambio estructural, económico y social, para acabar con situaciones
brutales como la experiencia del desempleo, los desahucios hipotecarios,
la destrucción del medio ambiente, la cabalgada sin fin de la guerra, la
agresión militar a un país tras otro, el crecimiento de los arsenales
nucleares, el ataque a los derechos históricos de la clase trabajadora y
las libertades civiles. Hay una grieta en la fachada del orden, tal como
lo entienden los grupos dominantes, que a pesar de sus habilidades en la
vigilancia y el espionaje para controlar a todo el mundo como ya hemos
mencionado, (e incluso sublimar las rutas de larga duración del
consumismo), ya no pueden tolerar, particularmente porque ellos mismos
perciben en la situación cambiante del país su relativo declive, en un
sistema mundial multipolar como el actual, que supera sus poderes de
potencia hegemónica unilateral, lo que hace que la necesidad de
conformidad haya de ser tanto más urgente y satisfactoria. Y aquí es
donde el terrorismo, especialmente vía espionaje de los ciudadanos,
entra en sus cálculos, por ser un contexto ideal para tapar oídos y
silenciar bocas. ¡¡¡ LA PROTECCIÓN DE LA PATRIA ESTÁ POR ENCIMA DE TODO
LO DEMÁS!!!.
Snowden hace añicos las piadosas afirmaciones del excepcionalismo de
¡AMÉRICA!, que para ellos es una ciudad sobre la colina formada por
políticos demagogos, espías, fisgones, mercenarios y los carroñeros que
viven entre nosotros, supercomputadoras a la vista, armadas con ideas
preconcebidas de los enemigos que acechan en la oscuridad, todo un
enjambre de viles agentes envueltos en la Bandera, aparentemente
inexpugnable, hasta que una persona llegó y destapó la basura pública
que se ocultaba, enmascarada de Seguridad Nacional. El que esto escribe
le desea la velocidad de Dios para alcanzar la seguridad, buena salud y
larga vida. La nación, lo sepa o no, está en deuda con la valentía y la
conciencia moral de Snowden.
_______________
*Norman Pollack es autor de “La respuesta populista a la Norteamérica
Industrial” (Harvard) y “La política justa”, (Illinois).
Profesor emérito de historia de la Universidad Estatal de Michigan.
Fuente:
http://www.counterpunch.org/2013/06/25/edward-j-snowden-and-the-exposure-of-voyeuristic-fascism/