EL
CAPITALISMO, UN GENOCIDIO ESTRUCTURAL.
¡Que comience la revolución!
Por Gary LEECH, Conterpunch
Traducción: Enrique Prudencio para Zonaizquierda.org
¿A qué estamos esperando? ¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos de brazos
cruzados viendo a la casta política belicista y psicopática desplegar
sus aviones, sus buques de guerra, los bombarderos invisibles, sus
misiles, nuestros hijos e hijas y en última instancia sus armas
nucleares contra los pueblos más pobres del mundo? ¿Cuánto tiempo vamos
a ignorar los negocios de los belicistas, que con sus varitas mágicas
recogen el lucro de la guerra que llena sus bolsillos y panzas hasta los
topes, mientras millones de niños mueren de hambre y enfermedades
curables?
¿Cuánto tiempo vamos a aceptar la injusta desigualdad de que el 1% se
embolse la riqueza generada por el 99% ¿Cuánto tiempo vamos a aceptar
pasivamente la locura suicida de espoliar y saquear los recursos
limitados de nuestro planeta hasta el punto de que ninguno de nosotros
tengamos posibilidades de sobrevivir? ¡Que empiece la revolución¡
Y ¿qué pasa con el miedo irracional a las armas de destrucción masiva en
manos de los terroristas que nos mantienen paralizados y evita que nos
preocupemos de las injusticias perpetradas a diario en nuestro nombre?
Las armas de destrucción masiva más mortíferas que se utilizan en el
mundo de hoy no son las químicas o biológicas, sino las normas
establecidas por la Organización Mundial del Comercio, el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial y todos los llamados acuerdos
de libre comercio que no hacen más que elevar los niveles de desigualdad
en el mundo, el sufrimiento humano y la muerte. Las élites corporativas
y sus lacayos políticos hacen uso de estas armas sin ninguna
preocupación por el bienestar humano o el medio ambiente. La banca de
inversión de Wall Street apuesta en un casino global en el que todas las
probabilidades están amañadas para que gane siempre la banca, cuando la
banca representa solo al 1%. Mientras tanto, el inmenso número de
perdedores en este casino del capitalismo no pierden solo el dinero,
sino que también pierden sus hogares, su salud, su educación, sus medios
de subsistencia, su dignidad e incluso sus vidas. Son los millones que
mueren trágicamente cada año de hambre y enfermedades curables. Estas
son las últimas víctimas del genocidio estructural del capitalismo. ¡Que
comience la revolución!
Este genocidio no es simplemente una consecuencia desafortunada del
capitalismo, sino que constituye el fundamento mismo del sistema. ¡Y nos
encontramos sobre esa base hoy! ¡Todo lo que construimos se erige sobre
esos cimientos empapados en sangre! ¿No fue el genocidio de los pueblos
indígenas en todo el continente americano y el robo de sus tierras y
recursos lo que creó la riqueza que financió la Revolución Industrial?
¿Acaso no fueron las leyes de cercado de tierras las que obligaron a las
personas a abandonar las que cultivaban, con lo que les robaron sus
medios de subsistencia, para que pudieran ser “libres” para ir a
trabajar en las miserables condiciones de las fábricas de la Inglaterra
industrial? ¿No fue el secuestro por la fuerza de millones de africanos
y su esclavitud en las Américas lo que permitió “el desarrollo” del
combustible en EE.UU. y Canadá? Las mismas prácticas violentas han
continuado hasta nuestros días mediante el genocidio estructural
responsable del actual desplazamiento forzoso de campesinos de sus
tierras en todo el Sur global para que los barones ladrones capitalistas
puedan seguir explotando los recursos naturales del planeta con el fin
de llenar sus lujosos bolsillos. ¡Que comience la revolución!
Ningún sistema social de la historia humana ha demostrado nunca ser tan
genocida; no lo ha sido el comunismo, ni tan siquiera el fascismo. Y
ningún remiendo chapucero de un sistema que es intrínsecamente genocida
pondrá fin al genocidio. En la primera década del siglo XXI más de 120
millones de personas han muerto por causas estructurales del sistema
capitalista que les impidieron cubrir sus necesidades básicas. Mientras
tanto, los europeos gastan más dinero cada año en helados que el que se
requiere para proporcionar agua potable limpia con un saneamiento básico
en todo el mundo del Sur Global. Y los estadounidenses y europeos gastan
en alimentos para mascotas cada año una cantidad superior a la necesaria
para proporcionar servicios básicos de salud a todos los pobres del
mundo. Solo en un sistema genocida puede tener sentido gastar más en la
producción de helados y alimentos para mascotas para ricos, que lo que
se necesita para el saneamiento y potabilización del agua que consumen
miles de millones de personas que no constituyen un mercado viable, ya
que su trabajo no es necesario y esto les hace demasiado pobres para ser
consumidores. ¡Solo un sistema genocida puede hacer que la mitad de la
humanidad resulte desechable¡ Pero la otra cara de esta ecuación es que
los pobres de la tierra no tienen nada que perder más que las cadenas y
todo un mundo que ganar. ¡Que comience la revolución!
¿Pero qué sucede cuando los pobres se atreven a resistir y luchar? ¿No
son entonces los afortunados beneficiarios de la “democracia” y
“libertad” que se encuentran no solo al extremo del cañón de un fusil,
sino en las bombas guiadas por láser y misiles que destruyen sus hogares
y desmembran a sus moradores? ¿Es que no se benefician de las sanciones
económicas que imponen otros países se traducen en hambre y enfermedad
causadas a pueblos enteros por la escasez de alimentos y medicinas
retenidas en nombre de la intervención humanitaria? ¿No son considerados
terroristas? Solíamos matarlos a ellos porque eran comunistas.
Independientemente de la etiqueta que les colguemos, ¿constituyen ELLOS
realmente una amenaza para NUESTRA seguridad? ¿Y creemos realmente que
matándolos y mutilándolos mediante los bombardeos, el hambre y la
enfermedad vamos a conseguir que vean el mundo como nosotros lo vemos?
¿O será que nos odien realmente? ¡Que comience la revolución!
¿Y qué pasa contigo y conmigo, que vivimos en el vientre de la bestia
imperialista? ¡No somos inocentes en absoluto! La mayoría de nosotros,
que vivimos en los países ricos del mundo, somos esclavos del 1% y
cómplices de la explotación y el genocidio de los pobres del mundo a la
vez. Se nos dice que nuestro nivel de vida es producto de nuestro propio
esfuerzo individual y que nadie tiene derecho a quitárnoslo. Pero, ¿qué
pasa con los que viven en los países del Sur, que trabajan hasta caer
eshaustos jornadas de 12, 14 ó 16 horas al día en una lucha desesperada
por la supervivencia? ¿No trabajan ellos intensamente también? Y sin
embargo, no importa lo duro que sea el trabajo que realicen, nunca
pueden conseguir un nivel de vida como el nuestro. Realmente, tendrán
suerte si consiguen sobrevivir, así que no es conseguir nuestro nivel de
vida lo que les preocupa, sino solo poder seguir viviendo. NUESTROS
hábitos de consumo y nivel de vida dependen de la explotación de SU
trabajo y de SUS recursos naturales. NOSOTROS no disfrutamos de un mejor
nivel de vida por que seamos intrínsecamente más inteligentes,
superiores, más blancos o más trabajadores, sino porque tenemos la
suerte de vivir en el campo de los explotadores imperialistas, ya se
trate de EE.UU., Canadá, Reino Unido, Europa Continental, Australia o
Nueva Zelanda. Podemos vivir de la forma que lo hacemos porque
consumimos la parte de los recursos del planeta que pertenecen a otras
personas. Por eso el coeficiente de la diferencia de la riqueza entre
las naciones ricas y las pobres ha aumentado del 3:01 en 1820 a 35:1 en
1950 y a 106:1 a día de hoy. Y esta es la razón por la que se
necesitarían cinco planetas Tierra para que los siete mil millones de
personas pudieran vivir con un nivel de vida como el nuestro. Por ello,
el “sueño americano” es realmente una pesadilla para cientos de millones
de personas de todo el mundo. ¿Que no tenemos conciencia? ¡Que comience
la revolución!
Pero ¡TENEMOS conciencia! Acaba de ser subsumida temporalmente bajo el
peso de la propaganda de las élites capitalistas y sus lacayos políticos
con la que nos bombardean a diario. Esta propaganda nos oculta la
conexión entre nuestro nivel de vida relativamente cómodo y el
sufrimiento masivo de millones de personas para asegurarse sus míseras
vidas. Nos beneficiamos de la gran riqueza que genera el capitalismo,
mientras que la mitad de la población mundial sufre miseria y
privaciones. Pero incluso nuestro cómodo nivel de vida está siendo
erosionado sin que apenas soltemos un gruñido de disgusto, mientras que
nos vemos obligados a trabajar más horas y a acumular niveles de deuda
más altos, viendo como la riqueza generada por nuestro trabajo está cada
vez más concentrada en las manos del 1%. Existe una máquina de
propaganda que nos convence de que debemos aceptar esta injusta
realidad. Nuestros sistemas educativos exigen orden y obediencia dentro
de las estructuras jerárquicas que nos gradúan y califican de acuerdo
con las necesidades de una sociedad cuyos valores están dictados por las
élites capitalistas. ¿Por qué sino se nos iba a obligar a estar sentados
obedientemente en filas para memorizar los mitos ridículos sobre
“democracia”, “libertad” y “justicia” que nos hacen tragar a cucharadas
desde unos libros de texto que han pasado un “lavado” que los ha dejado
“blancos”? La educación no solo entierra nuestra conciencia, también
aplasta nuestro espíritu. Para lo único que servimos después de la
graduación es para entrar en un lugar de trabajo igualmente rígido que
exige el mismo orden y obediencia. No hemos sido ducados, hemos sido
adoctrinados. ¡Que empiece la revolución!
¿Y los medios de comunicación, nos iluminan y alertan de esta realidad?
¡No¡ Nos adoctrinan aún más mediante historias sensacionalistas que
sirven para reforzar las creencias y mitos que nos han inculcado
mediante el sistema educativo y para distraernos de los verdaderos
problemas que afectan a nuestras vidas y al mundo en que vivimos. No, es
más importante que vayamos de compras, ver la televisión y twiteemos con
celebridades, que la dura realidad, que hacer frente a las difíciles
realidades resultado de las opciones de nuestro estilo de vida. Pero por
muchas tiendas que visitemos, por mucha televisión que nos traguemos y
por mucho que cotilleemos con las celebridades de culto, no
conseguiremos adormecer suficientemente nuestra conciencia; por eso
muchos de nosotros somos tan dependientes de analgésicos en forma de
alcohol, drogas ilegales y antidepresivos. ¿No es hora de reavivar tanto
nuestra conciencia como nuestro espíritu? ¡Que comience la revolución¡
Para quienes bombardean los países más pobres del mundo desde el cielo
con monstruos de control remoto, para quienes creen que tienen un
derecho inalienable a cometer genocidio estructural mediante su
explotación brutal de las personas y la naturaleza, a los que utilizan
la riqueza generada por NUESTRO trabajo para construir SUS mansiones y
mantener sus modos de vida privilegiados, para los que defienden sus
privilegios con las herramientas de alta tecnología para espiar todo lo
que hacemos y decimos en nombre de la seguridad nacional y para aquellos
que utilizan su poder e influencia para desarrollar mecanismos de
propaganda y control mental con el fin de mantener nuestra obediencia,
lanzo una advertencia: ¡Cuidado, porque estas armas pronto se volverán
en contra vuestra¡ Después de todo, si los palacios políticos conocidos
como Casa Blanca, 24 de Sussex Drive y 10 de Downing Street; las suites
corporativas de Wall Street, Bay Street, la City de Londres y los
Ministerios de la Guerra situados en el Pentágono, el Edificio Pearkes y
Whitehall, se desvanecieran todos en el olvido ¿no estarían mejor los
miles de millones de personas oprimidas y empobrecidas de todo el mundo?
Estos edificios y lo que representan no son fuentes de libertad y vida;
son los responsables del sufrimiento y de la muerte. ¡Que comience la
revolución¡
¿No deberían ser las élites corporativas las que se vieran obligadas a
encogerse de miedo, aterrorizadas ante la perspectiva del hambre y de la
enfermedad que les asola a ellos y a sus familias hasta el punto en que
se vean obligados a mendigar cupones para alimentos u otras limosnas?
¿No deberían ser embargadas las casas de los peces gordos de la banca de
inversión para que estén obligados a sobrevivir con lo que encuentren
para sí mismos y sus familias, y no que se encuentren acomodados
confortablemente en sus barrios privados de lujo, sino viviendo en la
calle con el temor constante a la amenaza violenta que plantea la ira de
las hordas cuya dignidad ha sido destruida durante siglos? ¿No debería
ser la casta política y los generales que portan espadas de alta
tecnología mortal de necesidad los que deberían ser forzados a vivir en
constante temor de ser volados en pedazos o sometidos a tortura a manos
de los pobres y desposeídos, víctimas de su genocidio en curso? ¿Esto no
constituye la justicia? ¡Que comience la revolución!
¿Y que tipo de mundo se podría conseguir con tal revolución? Imagina un
mundo en el que todos los recursos se distribuyen de manera uniforme
para que ningún niño pase hambre. Imagina un mundo en el que nos importe
nuestro vecino más de lo que nos preocupamos por un concursante de un
programa de televisión o el un personaje de una telenovela. Imagina un
mundo en que el respeto a la madre tierra fuese más satisfactorio que
comprar un nuevo par de zapatos o el último gadget electrónico. Imagina
un mundo en el que cooperemos en vez de competir entre sí. Imagina un
mundo en el que la cooperación se extienda al lugar de trabajo y que
seamos empoderados como co-jefes a través de un proceso de toma de
decisiones colectivas en lugar de ser meros apéndices del sistema de
producción, forzados a seguir dócilmente los dictados de otros. Imagina
un mundo donde el autoritarismo no existe en el ámbito político, en
nuestros lugares de trabajo o en nuestros hogares. Imagina un mundo en
el que todos nosotros tenemos una voz significativa en todas las grandes
decisiones que afectan a nuestras vidas. Imagina un mundo en el que
todos los negros, blancos, marrones, varones, mujeres y maricones son
vistos como seres humanos iguales. En pocas palabras, imagina un mundo
de armonía y compasión. Algunos podrían decir que este mundo no es nada
más que un sueño utópico, pero yo digo que la utopía es creer que
podemos seguir como estamos.
Así que…,que empiece la Revolución, ¡AHORA¡
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Garry Leech es periodista y escritor. Autor de numerosos libros, entre
ellos: El capitalismo: un genocidio estructural, 2012 , Más allá de
Bogotá: Diario de un periodista de guerra contra las drogas en Colombia,
2009; o Las intervenciones por el crudo: El petróleo de Estados Unidos y
el nuevo desorden mundial, 2006
Fuente:
http://www.counterpunch.org/2013/09/30/let-the-revolution-begin/