Comencemos ya esta guerra de clases

Por Chris Hedges*, Truthdig
Traducción: Enrique Prudencio para Zona Izquierda

“Los ricos son diferentes a nosotros”, se dice que comentó F. Scott Fitzgerald con Ernest Hemingway, a lo que Hemingway supuestamente respondió: “Sí, tienen más dinero”.

Este intercambio de palabras, que nunca tuvo lugar, muestra el ingenio de Fitzgerald, al que responde Hemingway. Los ricos son diferentes. La riqueza y los privilegios que proporciona permiten a los ricos convertir a quienes les rodean en trabajadores cumplidores, parásitos, sirvientes aduladores y sicofantes. Los ricos son una raza, como nos ilustra Fitzgerald en “El gran Gatasby” y en el cuento “El muchacho rico”, una clase para la que los demás seres humanos son productos desechables. Colegas, socios, empleados, personal de cocina, sirvientes, jardineros, tutores, entrenadores personales, incluso los amigos y familiares se pliegan a los caprichos de los ricos o desaparecen. Una vez que los oligarcas alcanzan un poder político y económico desenfrenado, como ocurre actualmente, los ciudadanos también se convierten en productos desechables.

La imagen pública de la clase oligárquica se parece muy poco a la privada. Yo, como Fitzgerald, estuve en el abrazo de la casta superior mientras fui joven. Me enviaron a la edad de 10 años con una beca a un internado exclusivo de Nueva Inglaterra. Estuve con compañeros cuyos padres – padres a los que raramente veían – llegaban al internado en sus limusinas acompañados por sus fotógrafos personales (y a veces con sus amantes), para poder alimentar a la prensa con imágenes de los ricos y famosos jugando el papel de padres modélicos. Pasé un tiempo en los hogares de los ultra-ricos y poderosos, viendo a mis compañeros, que eran niños, tratar con inusitada crueldad a los hombres y mujeres que trabajaban para ellos, como sus chóferes, cocineros, niñeras y demás sirvientes. Cuado los hijos e hijas de los ricos se meten en graves líos y problemas, siempre hay abogados, publicistas y personajes políticos que les protegen y resuelven los problemas que han creado. Los ricos muestran un desdén snob hacia los pobres – a despecho de los actos de filantropía bien divulgados y cacareados -, y de las clases medias que los corea. Estas clases bajas son vistas por los ricos como seres toscos y groseros, parásitos molestos que tienen que soportar, en ocasiones aplacar y siempre controlar, en su carrera por amasar más poder y riqueza. Mi rechazo a la autoridad, y mi odio a la prepotencia, a la vez que la crueldad y el sentido de tener derecho a hacer lo que les venga en gana de los ricos, me vienen de haber vivido entre los privilegiados. Fue una experiencia muy desagradable Pero me expuso a su egoísmo y hedonismo insaciables. Aprendí desde niño que eran mis enemigos.

La incapacidad de comprender la patología de nuestros gobernantes oligárquicos es una de nuestras más graves carencias. Vivimos cegados ante la depravación de nuestra élite gobernante por la propaganda incesante de empresas de relaciones públicas que trabajan para los ricos y sus negocios. Políticos obedientes, artistas despistados y nuestra insulsa cultura popular financiada por las empresas, que presentan a los ricos como líderes excelsos, para fingir que con diligencia y trabajando intensamente podemos llegar todos a ser como ellos. Eso es lo que nos impide ver la verdad.

“Tom y Daisy eran personas muy descuidadas”, escribió Fitzgerald sobre la pareja rica que se encontraba en el centro de la vida de Gatsby. “Destrozaron las cosas y los seres vivientes y después se refugiaron en su dinero o en su vasto descuido, o lo que fuera que les mantenía juntos y dejaron que otras personas limpiaran el desorden que ellos habían creado”.

Aristóteles, Maquiavelo, Alexis de Tocqueville, Adam Smith y Karl Marx. Todo empezó con la premisa de que hay un antagonismo natural entre los ricos y las masas. “Los que poseen demasiado de los bienes de fortuna, poder, riqueza, amigos y similares, no quieren ni pueden someterse a la autoridad”, escribió Aristóteles en “El mal comienza en casa; para cuando son muchachos, a cause del lujo en el que se educan, nunca aprenden, ni siquiera en la escuela, el hábito de la obediencia. Los oligarcas, como sabían estos filósofos, se educaban en los mecanismos de la manipulación, la represión sutil o manifiesta y la explotación para proteger su riqueza y el poder a costa nuestra. El mecanismo de control más importante es el dominio de las ideas. Las élites gobernantes se aseguran de que la clase intelectual establecida esté subordinada a una ideología - en este caso al capitalismo de libre mercado y la globalización – que satisface su codicia. “Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes”, escribió Marx, “las relaciones materiales dominantes concebidas como ideas.”

La difusión general de la ideología del capitalismo de libre mercado a través de los medios de comunicación y de la purga de las voces críticas, especialmente en la academia y la cultura, ha permitido que nuestros oligarcas hayan abierto la mayor brecha de desigualdad de ingresos en el mundo industrializado. El 1% de la población posee el 40% de la riqueza, mientras que el 80% de abajo solo disfruta del 7%, como escribió Joseph E. Stiglitz en “El precio de la desigualdad
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El surgimiento de un Estado oligárquico ofrece a la nación dos opciones, según Aristóteles. El levantamiento de las masas empobrecidas para modificar el desequilibrio del reparto de la riqueza y el poder o la instauración de una tiranía brutal por parte de la oligarquía para mantener a las masas esclavizadas por la fuerza. Parece que hemos elegido la segunda de las opciones de Aristóteles. Los lentos avances que hemos hecho en el sigo XX mediante la presión de los sindicatos, y demás movimientos sociales, como la regulación gubernamental, el New Deal, los tribunales, la prensa alternativa, se han invertido. La oligarquía nos está convirtiendo, cómo hicieron en el siglo 19 en la industria textil y siderúrgica en seres humanos de usar y tirar. Los oligarcas están reforzando los aparatos represivos y de espionaje electrónico más terroríficos de la historia de la humanidad para mantenernos sometidos.

“La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”. Marx tiene toda la razón. Cuanto antes nos demos cuenta de que estamos atrapados en una lucha a muerte con nuestra élite empresarial gobernante, antes nos convenceremos de que esta élite debe ser derrocada. La oligarquía corporativa ha acaparado todo el poder del sistema institucional del Estado. La política electoral, la seguridad interna, la judicatura, las universidades, el arte y las finanzas, junto con prácticamente todas las formas de comunicación, están en manos de la élite empresarial-financiera. Nuestra democracia, con falsos debates entre los dos partidos corporativos del sistema, es puro teatro político sin ningún sentido. Desde dentro del sistema no hay forma de hacer frente a las demandas de los mercados financieros. La única vía que nos queda, como Aristóteles ya sabía en su tiempo, es la rebelión.

No es nada nuevo. Los ricos, a lo largo de la historia, han encontrado siempre formas de subyugar y someter a las masas. Y las masas, a lo largo de la historia, han despertado cíclicamente para deshacerse de sus cadenas. La lucha incesante de las sociedades humanas entre el poder despótico de los ricos y la lucha por la justicia y la igualdad está en el núcleo de la novela de Fitzgerald, que mediante la historia de Gatsby lleva a cabo una feroz denuncia del capitalismo. Fitzgerald estaba leyendo “La decadencia de Occidente” de Oswald Spengler al mismo tiempo que escribía “El gran Gatsby”. Spengler predijo que según iban calcificándose y muriendo las democracias Occidentales, una clase de matones adinerados iría reemplazando a las élites políticas tradicionales. Spengler tenía razón al respecto.

“Solo hay dos o tres historias humanas”, escribió Willa Cather, y se van repitiendo a sí mismas tan ferozmente como si nunca hubiesen ocurrido.

El flujo y reflujo de la historia ha empujado a los oligarcas de nuevo hasta el cielo. Nos sentimos humillados y quebrantados, aplastados contra el suelo. Es una batalla antigua. Una batalla de la lucha de clases en la que opresores y oprimidos se han enfrentado una y otra vez a lo largo de la historia de la humanidad. Parece que nunca aprendemos. Es hora de izar las horcas.
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*Christopher Lynn Hedges, periodista estadounidense ganador del Premio Pulitzer y corresponsal de guerra especializado en informar sobre América Latina y Oriente Próximo como corresponsal de The New York Times durante dos décadas.

 

Fuente: http://www.truthdig.com/report/item/lets_get_this_class_war_started_20131020
 

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