El imperio financiero y la prisión de los deudores globales.

 

Por Jérôme E. Roos, ZSpace page
Traducción: Enrique Prudencio para Zonaizquierda.org


Post image for Financial Empire and the global debtors’ prison

 

Que no nos quepa la menor duda: vivimos en la era del imperio financiero. A diferencia de las conquistas militares que llevaron a la expansión territorial de los imperios de la antigüedad, el imperio financiero contemporáneo no consiste en el ejercicio visible de una ideología impuesta manu militari, (aunque el imperialismo militar continúa sin duda en la actualidad), sino que toma la forma de una mano invisible. Mientras que a finales del siglo XIX y comienzos del XX la lógica de la dominación fue impuesta por el poder instrumental de los estados imperiales, el imperio del siglo XXI ya no necesita de la fuerza bruta para forzar la sumisión de los estados soberanos: a través de los mecanismos de disciplina de mercado de aplicación mundial y la condicionalidad del FMI, el poder estructural del capital financiero garantiza actualmente que todos se hinquen de hinojos ante los mercados monetarios.

En la acumulación del capital (1913), Rosa Luxemburgo señaló que “aunque los préstamos extranjeros son indispensables para la emancipación de los estados capitalistas en desarrollo, estos siguen estando bien amarrados por los viejos estados capitalistas que siguen manteniendo su influencia, ejercitando el control financiero y ejerciendo presión sobre las aduanas y la política exterior y financiera de los jóvenes estados capitalistas.” Este control financiero era tan fuerte, que en la primera ola de la globalización, que trascurre entre 1870 y el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914, los países morosos se enfrentaban a un 40% de posibilidades de ser invadidos, estaban sujetos a la diplomacia de las cañoneras, o a que se les impusiera el control extranjero sobre las finanzas nacionales bajo la amenaza de un bloqueo naval. En un signo significativo e irónico de aquel tiempo, incluso la Conferencia de Paz de La Haya de 1906 reconoció la legitimidad del uso de la fuerza en la solución de los conflictos causados por la deuda soberana.
 


Modo de obligar al moroso a cumplir sus compromisos: La era de la diplomacia de las cañoneras.


Así pues, la lógica del imperialismo de finales del siglo XIX y comienzos del XX tomó su forma militar, que en última instancia se basaba en el poder instrumental de los propios estados imperiales. En 1882, por ejemplo, a raíz de la revuelta Urabi en Egipto, que no había hecho más que deponer a los administradores franceses y británicos que habían tomado el control de las finanzas de Egipto a raíz de la crisis de la deuda de 1870, Gran Bretaña invadió sumariamente el país y lo incorporó al Imperio Británico como protectorado. Pulsamos la tecla de avance rápido 130 años y tenemos a los administradores extranjeros del FMI pisándole los talones a otro levantamiento popular para asegurarse de que Egipto no incumplirá sus deudas contraídas con los bancos occidentales. Los acreedores de ahora ya no tienen que recurrir a la fuerza militar de sus propios gobiernos para hacer cumplir los contratos de sus préstamos. Como administrador de la justicia financiera global, lo hará por ellos el FMI.

El Imperio Otomano incurrió en un incumplimiento similar en la década de 1870, y aunque todavía era lo suficientemente potente para resistir una invasión abierta por parte de Europa, el gobierno turco tuvo que someterse a un humillante acuerdo con sus acreedores extranjeros: un Consejo de Tenedores de Bonos Extranjeros, compuesto por los representantes de los mayores bancos europeos, tomaron el control de las oficinas tributarias y aduaneras. Según un miembro del Consejo, Edgar Vincent, “No existía ningún caso en que se hubiesen concedido poderes tan amplios a una organización extranjera para intervenir en un Estado soberano”. Pulsamos de nuevo la tecla de avance rápido 130 años, y Turquía, una vez más, se encuentra con graves problemas financieros. Se llama al FMI en 1998 y reestructura a fondo la economía, quedando en la marginalidad millones de turcos pobres, y dejando que el proyecto de Bretton Woods llegue a la conclusión de que “durante su larga década con el FMI, Turquía logró reemplazar los déficits públicos por un déficit de democracia.”

En 1898, Grecia también cayó bajo el control financiero extranjero ante el impago de las deudas que había contraído durante la guerra con Turquía. Mitchener y Weidenmier relatan que “el tratado de paz autorizaba a las potencias europeas a asumir la administración de los ingresos para pagar a los acreedores y también para efectuar el pago de las indemnizaciones de guerra”. Los paralelismos históricos entre la crisis de la deuda griega de 1898 y la actual son sorprendentes. Dado que Alemania había sido el “actor principal en la protección de los intereses de los tenedores de bonos extranjeros” en 1898, “le fueron confiadas por los otros países europeos las negociaciones sobre el funcionamiento y control de las finanzas de Grecia al igual que el acuerdo sobre la deuda.” Los términos de este acuerdo fueron incluidos en una nueva ley; pero como subrayan Mitchener y Weidenmier, la aprobación de esta ley – lo mismo que ocurre ahora con el memorando de austeridad – “fue un acto soberano solo en apariencia”.

Unos años después, en 1902, el presidente de Venezuela Cipriano Castro se negó a compensar a los inversores europeos por las pérdidas causadas durante el levantamiento revolucionario que lo llevó al poder. La respuesta de los acreedores fue rápida y tajante: durante cuatro meses, las cañoneras alemanas, británicas e italianas arrasaron las defensas costeras venezolanas y bloquearon sus puertos principales para obligar a Castro a pagar la deuda en su totalidad. Dos años más tarde, en gran parte como respuesta a esta exhibición descarada del imperialismo europeo en el hemisferio occidental, el presidente Theodore Roosevelt anunció su infame corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe, que sostenía que – en lugar de tener a las potencias europeas jugando en su patio trasero – EE.UU haría cumplir ahora los contratos de la deuda legítima de los inversores europeos en Latinoamérica y el Caribe por sí mismo. Al anunciar su nueva doctrina de política exterior, Roosevelt lanzó una velada amenaza a sus vecinos: “Si una nación demuestra que sabe actuar con razonable eficiencia y honradez en los asuntos políticos y sociales, si mantiene el orden y paga sus obligaciones, no tendrá que temer interferencia alguna de Estados Unidos.”

Un año más tarde, en 1905, los marines de EE.UU. invadieron la República Dominicana cuando intentó dejar de pagar sus deudas, haciéndose cargo de los ingresos aduaneros del país para garantizar la recuperación total de la inversión de los tenedores de bonos privados. Nicaragua corrió la misma suerte en 1911 y 1912. Pulsamos la tecla de avance rápido para que transcurran un par de décadas, y Estados Unidos ya está interviniendo una vez más en los asuntos soberanos de sus vecinos de Latinoamérica, enviando al FMI y al Banco Mundial en nombre de poderosos acreedores privados. En Venezuela, los siete años de austeridad impuestos por el FMI llegan con el transcurso del tiempo a alcanzar la espectacular apoteosis de masas del llamado Caracazo del 27 de febrero de 1989, en que cientos de miles de personas se manifestaron contra los recortes de los subsidios a los combustibles y alimentos que formaban parte del acuerdo del gobierno con el FMI. Esta vez, en lugar de tener que recurrir a las cañoneras de los EE.UU., los banqueros de Wall Street podían confiar plenamente en la disciplina interiorizada por gobierno deudor de Venezuela: las fuerzas represivas venezolanas abrieron fuego sobre los manifestantes y mataron a más de 3.000 personas. La deuda, por supuesto, fue ampliamente reembolsada.

 



La imposición de la disciplina al estado deudor en la era del imperio financiero.

Hoy en día, puede haber llegado a su fin la era imperial de la ignominiosa diplomacia de las cañoneras, pero la era del imperio financiero se encentra en pleno apogeo. Lo que confirma una vez más la crisis actual de la deuda europea es que el capitalismo financiero, una vez desarrollado y globalizado plenamente, no necesita encarcelar a los deudores, ni la diplomacia de las cañoneras, ni los infantes de marina estadounidenses para imponer la disciplina a los estados morosos. Las rejas de la prisión de los deudores son reemplazadas por los flujos globales de capital financiero, las cañoneras hace tiempo que dieron paso a lo que Warren Buffet llamó las armas financieras de destrucción masiva, y los administradores extranjeros de las oficinas tributarias y aduaneras ya llevan uniformes militares, sino que visten los trajes negros del FMI y de la Troika. A través del control que ejercen sobre los flujos de capital y de su capacidad para retener el crédito que tanto se necesita, la alianza de las finanzas globalizadas ( formada por los grandes bancos e inversores institucionales, junto con las instituciones financieras internacionales y las autoridades financieras y monetarias de los países capitalistas dominantes) han conseguido una forma de poder estructural que les permite imponer la disciplina a los países deudores sin tener que recurrir a la coerción militar. Esta es la disciplina impuesta por los mercados de capitales internacionales y las instituciones financieras, que forman la columna vertebral del imperio financiero.

Cuando se habla de Imperio, Hardt y Negri nos recuerdan que no debemos dejarnos engañar creyendo que estamos usando una metáfora. No es que la abolición de la soberanía monetaria y fiscal griega recuerde de alguna manera la invasión nazi, como afirman los manifestantes de izquierda y de derecha en Grecia. Por desgracia la realidad es a la vez más compleja y subversiva que todo eso. En lugar de caer en la trampa de las alegorías históricas simples entre los Imperios territoriales de la antigüedad y el Imperio financiero actual, debemos concebir el Imperio como un concepto, un concepto que en palabras de Hard y Negri, se caracteriza fundamentalmente por la falta de fronteras. “En este sentido, el Estado del Imperio Financiero, a diferencia del Tercer Reich o del Imperio británico, no tiene fronteras. A diferencia de las tropas nazis o los barcos de la Armada británica, al capital financiero no basta simplemente con expulsarlo del territorio de Grecia. En lugar de representar una amenaza a la soberanía territorial nacional como fuerza de ocupación, el Imperio Financiero disuelve la noción de soberanía nacional por completo al subvertir la base del poder y legitimidad popular de la que el Estado moderno depende en última instancia: su capacidad de dirigir el flujo de capital mediante la política monetaria y fiscal.

Hasta cierto punto, el capital siempre ha operado más allá de las fronteras del Estado-nación moderno. Como Marx y Engels observaron en el Manifiesto Comunista: “La burguesía, mediante la explotación del mercado mundial, ha dado un carácter cosmopolita a la producción y el consumo en todos los países”. Pero con el resurgimiento de las finanzas mundiales dese 1973 en adelante, se ha incrementado en gran medida la dependencia estructural del Estado de un capital que se mueve sin trabas en un mundo globalizado. El Estado, que sigue existiendo en su ámbito territorial, se va despojando gradualmente de su capacidad para controlar los flujos de inversión no sujetos a la territorialidad, que constantemente necesita para subsistir. Como resultado, el subcomandante Marcos, que lideró en 1994 el levantamiento zapatista en contra del Estado mexicano – que para entonces se había incorporado totalmente al Imperio Financiero, poéticamente comentó que “en el cabaret de la globalización, el Estado aparecía una bailarina que va recorriendo todas las mesas, despojándose de una prenda en cada, hasta que se queda con lo mínimo e indispensable: las fuerzas represivas.” Por lo tanto, la necesidad de ejercer una represión física por parte de los acreedores se reduce en gran medida: desnudando al Estado y exponiendo su nuda esencia de violencia institucionalizada, el proceso de globalización sirve para internalizar la disciplina del deudor en el aparato estatal, lo que hace que los gestores estatales queden subordinados a la lógica del capital global.

En 1982, con el poder estructural del capital ascendiendo firmemente tras la caída e los acuerdos de Bretton Woods, el politólogo norteamericano Charles Lindblom escribió un polémico artículo en el Journal of Politics en el que se compara el mercado a una prisión. Al permitir a los inversores privados retener el capital retener, un capital muy necesario para la economía del Estado, observa Lindblom, el Estado funciona efectivamente como un mecanismo disciplinario para sus dirigentes estatales: ¿Desea hacer unas normas ambientales más severas? Tendrá que tener en cuente el impacto de la inversión empresarial – y por lo tanto en el empleo y su nivel de aprobación como político en las encuestas. ¿Quiere regular el sector financiero? Va a tener que preocuparse por los grandes bancos, que pueden responder trasladando sus activos a otro país. ¿Quiere subir los impuestos a los ricos? Tendrá que considerar la posibilidad de que sus más famosas estrellas de cine se trasladen a Rusia. Cualquier cosa que quiera hacer como político, en cuanto que esté en el poder, lo primero a lo que tiene que atender es a los intereses empresariales y a los castigos que los empresarios pueden ejercer mediante la retirada de la inversión si no les gusta su política. Lo más notable, señaló Lindblom, es que “este castigo no depende de la conspiración o la intención de castigar… preocuparse uno de sus propios negocios es una fórmula que proporciona un extraordinario poder para conseguir lo que nos interese.

La noción del mercado como prisión de Limblom se puede ampliar fácilmente a los mercados globales de capital actuales. Cómo escribió Robert Kuttner recientemente en su revisión de Debt: The First 5.000 Years (“Deuda: los primeros 5.000 años”) “economías completas en el extranjero, contratos de las deudas del pasado, reunidos en una cárcel metafórica deudores que no pueden ni pagar a los acreedores ni poner en funcionamiento los medios de vida productivos.” Del mismo modo, el abogado financiero Ross Buckley ha escrito que todavía tenemos algo muy parecido a la prisión por deudas para los países altamente endeudados.” Como hemos visto en Grecia y en Italia en 2011, el mecanismo disciplinario automático de los mercados mundiales de capital sirve en última instancia para minar los procedimientos democráticos, sustituyendo gobiernos electos por otros denominados “de tecnócratas”. En el proceso, los políticos quedan reducidos al papel de gestores temporales del aparato del Estado en nombre del capital financiero, un acuerdo que resulta en última instancia más conveniente y mucho menos costoso para la alianza de banqueros mundiales “que el envío de barcos de guerra o la ocupación física del país. En este sentido, el imperio financiero de hoy no es realmente una metáfora: es la culminación del desarrollo capitalista de hoy en la forma perfeccionada del imperialismo, que casi no requiere derramamiento de sangre por parte del capital, mientras que se asegura un alza masiva en la redistribución de la riqueza de los pobres a los ricos

Todos somos prisioneros de la deuda

Pero muchos no consideran bueno el abrumador poder estructural del capital financiero. A pesar de que de forma predeterminada ha sido considerado a priori como una opción política legítima en la gestión de las crisis de deuda internacional, todavía hay voces que reclaman una mayor intervención en los asuntos soberanos de los países endeudados. En la estela del impago de la deuda de Argentina, por ejemplo, los economistas del Instituto Tecnológico de Masachussets Ricardo Caballero y Rudi Dornbusch sostuvieron que “no se podía confiar en Argentina” y que “alguien tiene que dirigir el país con mano de hierro”. Descartando la preparación de una especie de golpe militar patrocinado por la CIA y apoyado militarmente por EE.UU. - la solución preferida por el capital norteamericano durante la “guerra fría”-los autores sugirieron que “ahora Argentina debe renunciar a gran parte de su soberanía monetaria, fiscal, regulatoria y de gestión de activos durante un largo período de tiempo, digamos que unos cinco años”, y permitir a los comisionados extranjeros hacerse cargo de la gestión financiera del país. “En concreto”, subrayaron, “un consejo de experimentados banqueros centrales extranjeros debe tomar el control de la política monetaria de Argentina”.

Del mismo modo, Mitchener y Weidenmier, dos economistas que se esforzaron mucho en destacar la eficacia de la coerción militar en la disuasión de impagos de la deuda soberana entre 1870 y 1913, sugirieron que actualmente “algún tipo de control fiscal o monetario efectuado por un comité financiero externo podía imponer la necesaria disciplina a los deudores recalcitrantes”. “Un conservador y prominente comentarista de la crisis de la deuda latinoamericana durante la década de 1980, autor de un libro que fue especialmente elogiado por el director del FM, Jacques De Larosière, el director de la Reserva Federal Paul Volcker y el importante banquero Charles Dallara, incluso fu tan lejos como proponer la noción un tanto aterradora de que “las cañoneras son las mejores amigas de los prestatarios.” No es sorprendente que llamadas similares a la abolición de la soberanía fiscal encuentren eco en los círculos de la política europea actual. En 2011, por ejemplo, uno de los principales miembros del partido conservador de Angela Merkel, argumentó que “Grecia tiene que renunciar a algo, como por ejemplo a parte de su soberanía nacional, al menos temporalmente”, para permitir que los acreedores privados recuperen sus créditos en su totalidad.

Durante las negociaciones entre Grecia y sus acreedores privados el año pasado, Larry Elliot, editor de economía de The Guardian, observó con razón que a pesar de que los buques de guerra han sido reemplazados por hojas de cálculo, serán todavía las cañoneras de la Troika las que se saldrán con la suya”. La presión real, observó The Guardian, “la ejercen ahora los bancos, los fondos de cobertura y el equipo de funcionarios del Fono Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Unión Europea. Así que tal vez no estemos tan lejos de la época imperial como nos gustaría pensar – y mientras que el uso de la fuerza militar puede considerarse hoy descartad, su ausencia no se debe tanto a la existencia de una cierta moralidad liberal progresista, sino más bien al alto coste de la intervención militar en comparación con los métodos más eficaces de la intervención financiera que la sustituyó. Aunque un tercio de los estados de Norteamérica todavía obligan a los ciudadanos a ir a prisión por no pagar sus deudas, la tendencia general en el imperio financiero ha sido la de alejarse del ejercicio directo de la pena de cárcel y acercarse hacia formas más estructurales de dominación. En este sentido la prisión de los deudores ya no es sólo un lugar físico en el que “los deudores recalcitrantes” están encerrados y apartados de la sociedad, sino que se ha convertido en un mecanismo disciplinario extraterritorial que abarca el mundo como un todo. Ahora todos somos prisioneros de la deuda.

Por suerte, el poder estructural del capital financiero no puede ser completo. De hecho, aquellos que estén dispuestos a echar un vistazo ya pueden ver las grietas en las paredes de la prisión – algunas de ellas realizadas por los innumerables intentos de fuga de los propios presos que tratan desesperadamente de romper las paredes para escapar, mientras que otras son sencillamente causadas por las deficiencias de la arquitectura financiera mundial, incapaz de sostener el peso insoportable de la carga de la deuda que los estados, las empresas y los hogares han acumulado con los años. Como el propio Lindblom señaló, allí donde haya prisiones también habrá fugas de presos, y el desmoronamiento de disciplina del mercado que sostiene el Imperio Financiero no es ni mucho menos a prueba de fugas. La experiencia argentina de 2001 es un ejemplo de ello. Si bien no hay necesidad de idealizar la morosidad ampliamente discutida de Argentina, ni considerar como acto de desafío revolucionario lo que era sencillamente un desesperado (y exitoso) intento populista de la élite peronista para aferrarse al poder frente a la agitación social masiva. La lección más importante que emerge de Argentina, fue que ante un levantamiento popular espontáneo y sostenido, se quiebran como el cristal hasta en las paredes más robustas.

De hecho, el Imperio Financiero puede habernos reducido a todos a presos modernos, los presos de hoy en día, pero aún así podemos llegar a ser los protagonistas sociales de la mayor fuga de una prisión que se haya producido en la historia de la humanidad, siempre y cuando saquemos las lecciones correctas de la larga historia de dominación imperial que nos llevó a este punto decisivo de la historia humana.

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Fuente: http://www.zcommunications.org/contents/192785


 

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