El problema de la austeridad: Los recortes tienen más que ver con la
ideología que con la economía.
El fetichismo de la austeridad es simplemente la última expresión de la
ortodoxia de los mercados*.
Por:
Alex Himelfarb** (Common Dreams).
Traducción de
Enrique Prudencio
para
Zonaizquierda.org
Los gobiernos de aquí y de todas partes están cada vez más preocupados
con los recortes a pesar de que las evidencias ponen de relieve las
desastrosas consecuencias sobre la población y la economía. La
austeridad no da como fruto ni siquiera el equilibrio presupuestario que
sus defensores prometen. Incluso el Fondo Monetario Internacional está
predicando ahora el equilibrio en lugar de mantener el enfoque solo en
los recortes. Sin embargo los partidarios de la austeridad no ceden,
niegan la evidencia y doblan la apuesta. ¿Por qué ocurre esto?
Por supuesto que la minoría que está en lo más alto se lucra con la
austeridad, por lo menos a corto plazo, y aunque son pocos, ejercen una
influencia considerable. Y algunos expertos están tan comprometidos en
este programa que tendrían que tragárselo para alterar el curso de las
cosas. Pero la impermeabilidad a la evidencia es mucho más que eso.
Lo que convierte en “científica” una teoría es que sea maleable: si
aparecen evidencias contrarias, la teoría se modifica o se tira a la
papelera. Pero el fetichismo de la austeridad no tiene nada que ver con
la ciencia económica; es sencillamente la última expresión de la
ortodoxia del libre mercado, y como ideología, es impermeable a la
evidencia, nunca es errónea. Como la creencia es que menos gobierno es
la solución para casi cualquier problema, el dogma sigue inmutable
aunque la evidencia demuestre que es erróneo. No hay más que comprobar
la respuesta a la evidencia de los devotos del libre mercado.
Lo primero es negarlo. Así es como nuestro gobierno federal reaccionó a
los primeros signos de la crisis en 2008. Y ahora nos recuerda
constantemente lo bien que lo estamos haciendo, agarrándose a cualquier
atisbo de buena nueva e ignorando el resto, comparándonos con aquellos
que se encuentran hundidos en problemas más profundos, en vez de
compararnos con los pocos que están prosperando por haber seguido un
curso diferente.
A veces esto funciona políticamente. Nadie quiere malas noticias y a
menudo castigamos a los políticos que nos las traen. Aquellos que nos
recuerdan la creciente desigualdad, el estancamiento de los ingresos, el
incremento del número de niños en la pobreza, son considerados
pesimistas sombríos. ¿Por qué hablan así, es que odian a Canadá? Pero
antes o después nos daremos cuenta de que ocultar las malas noticias es
aún peor que darlas y negarlas ya tampoco vende. Aquí es donde los
adherentes se distancian y doblan la apuesta. Si la austeridad no
funciona, para qué necesitamos más austeridad. Todavía no llegamos a
estar en una situación en que no haya gobierno y en que no paguemos
impuestos, por lo que los austeros deben pensar que aún no han recortado
lo suficiente. Ese parece ser el argumento de los Conservadores de
Ontario y de los Tories del Reino Unido. En Canadá la austeridad ha sido
implementada a cámara lenta, en pasos sucesivos, así que ya estamos
maduros para oír este argumento: Nuestro Gobierno Federal, negando que
los presupuestos anteriores fuesen “realmente” austeros, apunta ahora
que en el próximo presupuesto habrá mayores recortes.
No obstante, hay límites políticos a los recortes. Eso es jugando de
manera espectacular en las calles del sur de Europa. Pero aquí también
las consecuencias de los recortes son cada vez más visibles, en primer
lugar para los más vulnerables: las comunidades aborígenes luchando para
cubrir sus necesidades básicas, matrículas más caras y mayores gastos de
los estudiantes, refugiados que no pueden conseguir sus medicinas que
necesitan para sobrevivir, más desempleados canadienses sin el estado de
bienestar adecuado porque no pueden acceder al seguro. Más adelante irán
surgiendo otras consecuencias: regulaciones medioambientales más laxas,
recortes en educación y ciencia, negligencia en el mantenimiento de las
infraestructuras que se deterioran, la erosión de los servicios públicos
que harán que nuestra economía sea menos competitiva, menos justa, menos
sostenible. Cuanto más profundos sean los recortes, más se erosionarán
los servicios públicos, cuanto más crezca la desigualdad y la pobreza,
mayores serán los riesgos de disturbios sociales y más elevados serán
los costes políticos. ¿Y entonces, qué?
Podemos refugiarnos en el argumento final de que se ha hecho
correctamente todo lo que había que hacer y ahora todo depende del
mercado. Estos argumentos ya están en las páginas de economía de
nuestros medios: cuando el Gobernador del Banco de Canadá insta a los
empresarios a poner en la economía algo del dinero sobre el que han
estado sentados. Los austeros reaccionan con energía. No se preocupen
por el ”dinero muerto”, dicen. No se preocupen por el absentismo del
sector empresarial en invertir las ganancias – y los recortes de
impuestos – en inversiones que creen puestos de trabajo. Suena
extrañamente como los viejos comunistas que se aferran a la noción de
revolución inevitable, su argumento es pura ideología” “Es solo cuestión
de tiempo”, seguramente las fuerzas del mercado, como mandan las leyes
de la economía, entrarán en funcionamiento. Si existen leyes económicas
inexorables que producen puestos de trabajo y crecimiento gracias al
recorte de impuestos y del gobierno, parece que alguien se olvidó de
decírselo a los empresarios
Así que las ideas erróneas persisten. A los críticos se les presenta
como proveedores negativos de la fatalidad, derrochadores de impuestos o
cosas peores. Vamos a ser claros, nadie está argumentando a favor de la
imprudencia ni el derroche. Los presupuestos deben de ser equilibrados
en el tiempo y la deuda debe bajar cuando vengan tiempos mejores. Pero
debemos comprender cómo hemos llegado hasta aquí y no debería ser
necesario continuar repitiendo lo que sencillamente no funciona.
Lo que nos trajo hasta donde estamos fue una combinación de recesión –temporalmente un gasto más elevado y pérdida de ingresos – y más de una
década de continua reducción de impuestos que llegó a un punto que el
sistema no pudo soportar.
Antes de la recesión y de la última reducción de impuestos, teníamos
superávits. Gastar no era obviamente un gran problema, la relación
deuda-PIB de nuestro país es bastante razonable y las tasas de interés
son bajas. ¿Porqué entonces esa obsesión con los recortes? ¿Y dónde
están las alternativas?
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Publicado el domingo 24 de febrero en The Toronto Star.
** Alex Himelfarb es el director de la Glendon School de asuntos públicos e
internacionales y anterior secretario del Privy Council. Alex´s blog
Fuente: http://www.commondreams.org/view/2013/02/24-4
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