Levántate o muere
Por Chris Hedges*
Traducción: Enrique Prudencio para Zona Izquierda
Joe Sacco y yo pasamos dos años recopilando información de los rincones
más pobres para nuestro libro “Days of Destruction, Days of Revolt”.
Fuimos a las empobrecidas “zonas de sacrificio” de nuestro país –las
primeras zonas que fueron forzadas a arrodillarse ante el dictado del
mercado– para mostrar lo que sucede cuando el capitalismo corporativo y
su expansión económica ilimitada se encuentran sin impedimentos
externos. Queríamos ilustrar el efecto que la explotación corporativa
desenfrenada produce en las familias, las comunidades y el medio
natural. Queríamos desafiar la ideología dominante de la globalización y
el capitalismo laissez-fair para ilustrar cómo la vida de los seres
humanos y el ecosistema son despiadadamente convertidos en mercancías
que se explotan hasta el agotamiento o la extinción. Y queríamos
demostrar la impotencia del liberalismo formal y de las instituciones
gubernamentales que una vez hicieron posible la reforma, instituciones
que ya no cuentan con la autoridad necesaria para verificar el asalto
del poder corporativo y poner freno a la devastación que va dejando tras
él.
Lo que ha ocurrido en estas zonas de sacrificio de ciudades
postindustriales como Camden, Nueva Jersey o Detroit así como en los
yacimientos de carbón del sur de Virginia Occidental, donde las empresas
mineras volaron las cimas de las montañas, en las reservas indígenas,
donde el proyecto demente de expansión y explotación económica ilimitada
provocaron algunos de los primeros males. También visitamos terrenos
agrícolas donde los trabajadores suelen sufrir condiciones que
reproducen la esclavitud, que se ha extendido actualmente por la mayor
parte del país. Estas zonas de sacrificio. Tú y yo seremos los
siguientes.
Nuestra legislación se escribe al dictado de las corporaciones. Los
empresarios controlan los medios de información. Ellos manejan el teatro
de la política electoral e imponen nuestro plan de estudios. Han
convertido el poder judicial en una de sus empresas subsidiarias. Ellos
han diezmado los sindicatos y otras organizaciones de masas
independientes y han comprado al Partido Demócrata, que en su día
defendió los derechos de los trabajadores. Con la evisceración y la
reforma gradual –el papel principal de las instituciones democráticas
liberales– nos hemos quedado indefensos frente al poder corporativo.
La incautación por el departamento de Justicia del registro de las
llamadas telefónicas entrantes y salientes que se produjeron durante dos
meses por los departamentos editorial e informativo de la Associated
Press, es el último de una serie de ataques espectaculares contra
nuestras libertades civiles. La decisión del Departamento de Justicia
forma parte de un plan para dar caza al funcionario o funcionarios que
filtraron información a la AP sobre un complot del gobierno para hacer
estallar un avión de pasajeros. Buscaban el flujo de información que
hubiese transitado por los teléfonos de las oficinas de Associated Press
en Nueva York, Washington DC y Haartford, Conneticut. También
registraron los domicilios y confiscaron los teléfonos móviles de los
editores y reporteros. Esto, junto con medidas tales como hacer uso de
la Ley de Espionaje contra las fuentes que denuncien hechos ilegales
cometidos por la administración del Estado, supondrá una profunda
congelación de todas las investigaciones independientes sobre los abusos
del gobierno y el poder corporativo. La incautación de los registros de
llamadas de los teléfonos de AP forma parte de una operación más extensa
por parte del estado corporativo para silenciar todas las voces que
discrepan y desafían la narrativa de la neolengua del estado para
esconder al público el funcionamiento interno, las mentiras y los
crímenes del imperio. La persona o personas que proporcionaron la
información clasificada a la AP, si son detenidas, probablemente serán
procesadas en su mayoría bajo la Ley de Espionaje. Esa ley instituida en
1917, no se aprobó con la intención de silenciar a los ciudadanos. Desde
1917 hasta que Obama asumió la presidencia en 2009, solo se había
utilizado contra los denunciantes en tres ocasiones, la primera contra
Daniel Ellsberg en 1971 por la filtración de los papeles del Pentágono.
La Ley de Espionaje ya ha sido utilizada tres veces por el gobierno
Obama en contra los Wistle Blowers (denunciantes de actos ilegales del
gobierno) una de ellas contra Thomas Drake.
La feroz persecución de la prensa por parte del gobierno (y los ataques
impulsados por otras agencias gubernamentales contra WikiLeaks, Bradley
Manning, Julian Assange y contra activistas como Jeremy Hammond) encajan
con la interpretación que el gobierno hace de la Autorización para Uso
de las Fuerzas Militares para llevar a cabo el asesinato de ciudades de
Estados Unidos; la enmienda a la ley FISA, que hace que sea legal
retroactivamente lo que antes era ilegal según nuestra Constitución, las
escuchas telefónicas y la vigilancia sin orden judicial de decenas de
millones de ciudadanos de Estados Unidos; y la sección 1021 de la Ley de
Autorización de la Defensa Nacional, que permite a los militares detener
a los ciudadanos, despojarlos del derecho al debido proceso y
mantenerlos detenidos indefinidamente. Todas estas medidas, en conjunto,
significan que apenas queda nada de las libertades civiles.
El puñado de oligarcas corporativos que controla el globo se ha quedado
con todo – riqueza, poder y privilegios – y el resto de nosotros
luchamos como parte de una vasta subclase, progresivamente empobrecida e
implacablemente reprimida.
Hay un conjunto de leyes y normas para nosotros y hay un conjunto de
leyes y normas para una élite que ejerce el poder que funciona como una
mafia global.
Estamos indefensos ante el embate empresarial. No hay manera de votar
contra el poder corporativo. Los ciudadanos no tienen forma de conseguir
el enjuiciamiento de banqueros, financieros de Wall Street y casta
política por fraude, ni a los militares y agentes del espionaje por
tortura y crímenes de guerra, ni a los funcionarios de seguridad y
vigilancia por abuso de los derechos humanos. La Reserva Federal se
limita a imprimir dinero para entregárselo a los bancos y a los
especuladores financieros, a quines se les presta al cero por ciento,
mientras estos nos lo prestan a nosotros después a tasas usurarias de
hasta el 30%. No sé cómo denominar a este sistema. Ciertamente no es
capitalismo. Extorsión le puede sentar mejor. Mientras tanto la
industria de combustibles fósiles, por su parte, destroza
implacablemente el ecosistema en pos del lucro. La fusión en verano del
40% del hielo del océano ártico, las empresas lo ven sencillamente como
una oportunidad más de lucro. Las empresas se desplazan presurosas hacia
el Ártico para extraer los últimos vestigios de petróleo, gas natural,
minerales y bancos de peces indiferentes al dolor de un planeta
moribundo. Las mismas fuerzas corporativas que nos obsequian con
cantidades ingentes de “noticias del corazón”, nos facilitan también la
información sobre concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera
que sobrepasan las 400 partículas por millón. Nos ponen en trance con
sus alucinaciones electrónicas mientras nosotros negamos con la cabeza,
paralizados por el miedo como los marineros de la Odisea, entre Escila y
Caribdis.
No existe nada en 5.000 años de historia económica que justifique la
creencia de que la sociedad humana debe estructurar su comportamiento en
torno a la demanda del mercado.
Esta es una ideología absurda. Las tan difundidas promesas de la
economía de mercado, a día de hoy, han quedado al descubierto como meras
mentiras. La migración de las empresas al extranjero ha diezmado nuestra
base manufacturera. Ha hecho que bajen los salarios, empobreciendo a
nuestra clase obrera y causando estragos en la clase media. Esto ha
obligado a grandes estratos de población – incluidos aquellos cargados
con la deuda de los préstamos de estudiantes – a décadas de servidumbre
de la deuda. También ha abierto el camino hacia los refugios fiscales
masivos que permiten a empresas como General Electric eludir el impuesto
sobre la renta. Estas empresas emplean mano de obra virtualmente esclava
ya sea en Bangladesh o en China, consiguiendo un lucro obsceno. Mientras
las empresas exprimen los últimos recursos de las comunidades y la
naturaleza, que luego dejan atrás como Joe Sacco y yo vimos en las
“zonas de sacrificio” de las que hablamos al principio, que luego
abandonan dejando detrás sufrimiento humano y paisajes lunares. Cuanto
mayor es la destrucción, mayor es la fuerza que utiliza el sistema para
aplastar las protestas populares.
Más de 100 millones de estadounidenses (un tercio de la población) viven
en la pobreza o en un estrato denominado “al borde del nivel de la
pobreza”. Pero a pesar de, las historias de pobres y “casi pobres”, de
las dificultades que tienen que soportar, rara vez se dice que los
medios de comunicación son todos propiedad de unas cuantas empresas como
Viacom, General Electric, Ruper Murdoch, Clear Channel y Disney. El
sufrimientos de las clases bajas, como la conducta criminal de las
élites en el poder, se ha vuelto invisible.
No existe nada en 5.000 años de historia económica que justifique la
creencia de que la sociedad humana debe estructurar su comportamiento en
torno a la demanda del mercado
En la reserva indígena Lakota en Pine Ridge, Dakota del Sur, el segundo
condado más pobre de EE.UU., la esperanza media de vida de un varón es
de 48 años. Es la más baja del hemisferio occidental, excluido Haití.
Alrededor del 60% de las viviendas de Pine Ridge, muchas de las cuales
son chozas cubiertas de pastos secos, no tienen electricidad, agua
corriente, aislamiento adecuado ni sistemas de evacuación de las aguas
residuales. En los viejos campos de carbón del sur de Virginia
Occidental, envueltos por una atmósfera tóxica y con el suelo y el agua
envenenados, el cáncer es una epidemia. Hay muy pocos puestos de
trabajo. Y los montes Apalaches, donde manan las aguas que abastecen la
mayor parte de la costa oriental de EE.UU., están salpicados de enormes
embalses de agua estancada llenos de metales pesados y lodos tóxicos. En
el sur Virginia Occidental, los niños van a la escuela con inhaladores
en la mano para poder respirar. Los residentes atrapados en las colonias
interiores de nuestras ciudades arruinadas sufren altos niveles de
pobreza y violencia, así como de encarcelamiento en masa, que les deja
psicológica y mentalmente destrozados. Y los trabajadores agrícolas del
país, a los que se niega la protección jurídica, a menudo se ven
obligados a trabajar en condiciones de servidumbre no remunerada. Esta
es la terrible ley de la dominación corporativa. Aquí es donde nos
encontramos todos bajo el mando y capricho de los amos. Y en esta
acelerada caída hasta el fondo vamos a terminar como siervos o esclavos.
Rebelarse. Aunque no puedas, aunque todos fracasemos, nos hemos
juramentado contra las fuerzas de la explotación social y la muerte,
nuestra dignidad es fundamental como seres humanos. Nosotros hemos
defendido lo que es sagrado. Rebelión significa desafío constante.
Significa resistir como lo hacen Bradley Manning y Julián Assange, como
lo ha hecho Mumia Abu-Jamal, el periodista radical a quien visitaron la
semana pasada Cornel West y James Cone en la cárcel de Frackville,
Pensilvania. Significa negarse a sucumbir al miedo. Esto significa
negarse a rendirse, incluso si uno se encuentra, al igual que Manning y
Abu-Jamal enjaulado como un animal. Significa decir que no. Para
mantenerse seguro, seguir siendo “inocente” ante la ley en este momento
de la historia es ser cómplice de un mal monstruoso. En su poema de
resistencia “Si hay que morir” Claude McKay sabía que las probabilidades
estaban en contra de los Afro-Americanos que se resistían a la
supremacía blanca. Pero también sabía que la resistencia a la tiranía
salva nuestras almas. McDKay escribió:
Si hemos de morir que no sea como cerdos
perseguidos y enterrados en un lugar sin pena ni gloria
mientras a nuestro alrededor ladran los perros rabiosos
haciendo burla de muestra suerte maldita.
Si tenemos que morir, oh, vamos a morir noblemente
de forma que nuestra preciosa sangre no sea derramada
en vano;
entonces hasta los monstruos que desafiamos
se verán forzados a honrarnos aunque estemos muertos.
Oh parientes, ¡debemos enfrentar al enemigo común!
Aunque superados en número mostrémonos valientes
y por sus mil golpes, ¡a cambio un golpe de muerte!
¿Qué importa que ante nosotros se encuentre la tumba abierta?
¡Vamos a enfrentar como hombres esa banda cobarde de asesinos
contra la pared, muriendo, pero en la lucha¡
Es el momento de crear movimientos de masas radicales que desafíen a
todos los centros de poder formal sin hacer concesiones a nadie. Es el
momento de utilizar el duro lenguaje de la rebelión y la lucha de
clases. Es hora de marchar al son de nuestro propio tambor. La ley ha
sido históricamente un instrumento imperfecto de la justicia, como saben
bien los afroamericanos, pero ahora es solo la criada de nuestros
opresores corporativos, ahora se ha convertido en un instrumento de la
injusticia. Fueron nuestros amos empresariales los que comenzaron esta
guerra. No nosotros. La revuelta nos marcará como criminales. La
revuelta nos empujará hacia las sombras. Pero si no nos revolvemos, ya
no podremos usar la palabra “esperanza”.
El “Moby Dick” de Herman Melville agarra el alma oscura del capitalismo
global. Estamos todos a bordo del barco condenado Pequod, nombre
relacionado con una tribu india erradicada por genocidio y Ahab está al
mando. “Todos mis medios son cuerdos”, dice Ahab, “mi motivación y mi
objetivo, locos”. Estamos navegando en un viaje demencial de
autodestrucción y no hay nadie con autoridad, incluso si ven lo que está
por delante, no sabemos si están dispuestos o si son capaces de
detenerlo. Todos los del Pequod que tienen conciencia, incluyendo a
Starbuck, no tuvieron el valor de enfrentarse a Ahab. El barco y la
tripulación estaban predestinados por el hábito, la cobardía y la
arrogancia. Tenemos que hacer nuestra la advertencia de Melville.
Levántate o muere.
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* Chris Hedges trabajó durante casi dos décadas como corresponsal en el
extranjero, con base en Centroamérica, Oriente Medio, África y los
Balcanes. Ha estado en más de 50 ciudades como corresponsal de varios
periódicos y cadenas de radio. Durante casi 15 años trabajó como
corresponsal en el extranjero para The New York Times.
Fuente: http://www.sott.net/article/261989-Rise-Up-or-Die
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