Nuestra
revolución invisible
.
Por Chris Hedges*
Traducción: Enrique Prudencio para Zona Izquierda
¿Te has preguntado alguna vez cómo es posible que este gobierno y el
capitalismo que lo sustenta sigan existiendo a pesar de todo el mal y de
los problemas que está causando al mundo? Escribió el anarquista
Alexander Berkman en su ensayo “La idea es la clave”. Entonces la
respuesta habrá sido que se debe a que el pueblo apoya las instituciones
del capitalismo y que las apoya porque cree en ellas.
Berkman estaba en lo cierto. Mientras la mayoría de los ciudadanos crean
en las ideas que justifican la existencia del sistema capitalista
global, las instituciones privadas y estatales que sirven a nuestros
amos corporativos son inexpugnables. Cuando se rompen esas ideas, se
desinflan las instituciones sobre las que descansa la clase dominante y
se produce su colapso. La batalla de las ideas está fluyendo por debajo
de la superficie. Es una batalla que el Estado corporativo está
perdiendo progresivamente. Les está ocurriendo a un creciente número de
ciudadanos cada vez mayor. Sabemos que hemos sido despojados del poder
político. Reconocemos que se nos está despojando de nuestras libertades
civiles más básicas y apreciadas y vivimos bajo la mirada de las fuerzas
de seguridad y los aparatos de vigilancia más intrusivos de la historia
humana. La mitad vivimos en la pobreza. Muchos más de los que no lo
estamos nos uniremos a ellos si no logramos derrotar al estado
empresarial. Estas verdades ya no están ocultas. Parece que el fermento
político se encuentra latente en nuestra sociedad, pero esto no es así.
Las ideas que sustentan el estado empresarial están perdiendo
progresivamente su fuerza y eficacia a través del espectro político. Las
ideas que están surgiendo para ocupar su lugar, sin embargo, son
incipientes. La derecha ha retrocedido en el fascismo y en un festival
de la cultura del armamentismo y la violencia. La izquierda perdió el
equilibrio de fuerzas en lucha de clases con el capital tras décadas de
feroz presión del estado corporativo, en nombre de la lucha contra el
comunismo o el terrorismo y ahora está luchando para reconstruirse y
definirse. La repulsión popular hacia la élite gobernante, es casi
universal. Es cuestión de qué ideas captará la imaginación del de la
gente.
La revolución entra en erupción por lo general en torno a los
acontecimientos que, en circunstancias normales, se consideran actos sin
sentido, o de menor importancia entre tantas injusticias como comete el
Estado. Pero una vez que el pueblo se empieza a dar cuenta, comienza a
acumularlas en la mente como agravios consecutivos y cada vez más
graves, que van calentando la yesca de la revuelta hasta el punto en que
una simple chispa puede encender fácilmente la rebelión popular. Ninguna
persona o movimiento puede encender la mecha. Nadie sabe dónde o cuándo
se producirá la erupción. Nadie sabe la forma que tomará. Pero ahora es
cierto que viene una revuelta popular. La negativa por parte del Estado
a meter en vereda a la banca y a todo el conglomerado empresarial,
despreciando las quejas de la ciudadanía, junto con el abyecto fracaso
para evitar la represión laboral por parte del Estado empresarial, el
desempleo y subempleo crónicos, el peaje por la deuda masiva que está
paralizando a la mitad de las empresas, la pérdida de la esperanza y la
desesperación generalizada, significa que la explosión será inevitable.
“Como la revolución es la involución en su punto de ebullición, yo se
puede “acelerar” una verdadera revolución, como no se puede acelerar la
ebullición de una tetera.”, escribió Berkman. “Es el fuego que esta
debajo el que hace que hierva: el tiempo que tarde en alcanzar el punto
de ebullición dependerá de la fuerza del fuego”.
Las revoluciones, cuando entran en erupción, parecen las élites y el
sistema, un intruso que vino a robar. Esto es debido a que el verdadero
trabajo de agitación y concienciación revolucionaria, que no ve la
sociedad en general, sólo se da cuando se ha completado en gran medida.
Quienes a lo largo de historia han luchado por el cambio radical,
siempre han tenido que desacreditar primero las ideas y mostrar las
mentiras utilizadas para apuntalar a las élites gobernantes y crear las
ideas alternativas para la sociedad, ideas encarnadas a menudo en un
mito revolucionario utópico. La articulación de un socialismo viable
como alternativa a la tiranía empresarial, como el que propone el
libro “Imagine: living in a socialist USA” (o alemana, etc.) es para mí
lo más importante. Una vez que las ideas de cambio calan en una gran
parte de la población, una vez que la visión de una nueva sociedad
arraiga en la imaginación popular, el antiguo régimen ha muerto.
Un levantamiento que carezca de las ideas y de la visión de la futura
sociedad, no es una amenaza para las élites gobernantes. La agitación
social sin una definición y una dirección clara, sin un corpus de ideas
que la sustenten, deriva en nihilismo, en azarosa violencia y caos. Se
consume y agota en sí misma. En esencia, por esto es por lo que no estoy
de acuerdo con algunos elementos de los Cuadernos Negros anarquistas.
Creo en la estrategia. Y así lo hicieron muchos anarquistas, entre ellos
Berkman, Emma Goldman, Piotr Kropoykin y Mikhail Bakunin.
Para cuando esté preparado el desafío abierto a las élites gobernantes,
ya se habrá perdido en gran parte la fe en las ideas en que sostienen el
capitalismo globalizado de libre mercado que sostiene las estructuras de
las élites gobernantes. Y una que vez que suficientes personas lo
consigan – un proceso este que puede llevar años -,”la evolución social
lenta, tranquila y pacífica se, se acelera rápidamente y se hace
militante y violenta”, como escribió Berkman. “La evolución se convierte
en revolución”.
Y aquí es donde nos dirigimos. No lo digo porque sea partidario de la
revolución, que no lo soy. Yo prefiero las reformas graduales
progresivas de una democracia funcional. Yo prefiero un sistema en el
que nuestras instituciones sociopolíticas permitan a la ciudadanía
despedir sin violencia a quienes las ocupan. Yo prefiero un sistema en
el que las instituciones dependan del pueblo en vez de ser cautivas del
poder empresarial. Pero no vivimos en tal sistema. La única opción que
nos queda es la revuelta. Las élites gobernantes, una vez que las ideas
que justifican su existencia han muerto, recurren a la fuerza. Es su
asidero final al poder. Si un movimiento popular no violento es capaz de
desarmar ideológicamente a burócratas, casta política y aparatos
represivos, para conseguir que, en esencia, la revolución por defecto no
sea violenta, mejor. Pero si el Estado puede organizar la violencia
efectiva y prolongada contra la disidencia, genera la reacción violenta
revolucionaria, o lo que el Estado llama terrorismo. Las revoluciones
violentas producen revolucionarios tan violentos como sus adversarios.
“El que combate contra monstruos, debe velar por no convertirse en
monstruo en el proceso”, escribió Friedrich Nietzsche. “Y si miras con
fijeza a un abismo el tiempo suficiente, el abismo te devolverá la misma
mirada.”
Las revoluciones violentas siempre son trágicas. Yo, al igual que muchos
otros activistas, procuramos mantener nuestra rebelión no violenta.
Tratamos de salvar al país de la barbarie de la violencia del Estado y
de sus oponentes. No hay garantía de que tengamos éxito, sobre todo con
el estado empresarial controlando un vasto aparato de seguridad interno
y fuerzas policiales militarizadas. Pero debemos intentarlo.
La banca y las empresas transnacionales, libres de todas las leyes y
regulaciones gubernamentales y limitaciones internas, están robando todo
lo que pueden y lo más rápido que pueden en su colapso. Los gerentes de
las empresas ya no se preocupan por los efectos de su pillaje. Muchos
esperan que los sistemas que están saqueando se desmoronen. Están
cegados por la codicia personal, la arrogancia y la prepotencia. Ellos
creen que su obscena riqueza podrá proporcionales protección y seguridad
eternas. Deberían de haber algo menos tiempo en el estudio de la gestión
en las escuelas de negocios y un poco más tiempo estudiando la
naturaleza y la historia humana. Ellos están cavando su propia tumba y
están creando a sus propios sepultureros, según Marx.
Nuestro giro hacia el totalitarismo empresarial, como el cambio a toda
forma de totalitarismo es gradual. El totalitarismo controla el flujo y
reflujo del sistema, a veces da un paso atrás antes de dar dos hacia
delante, a la vez que erosiona el liberalismo democrático. Este proceso
está ahora completado. El “consentimiento de los gobernados” es una
broma cruel. El presidente actual no puede desafiar el poder empresarial
más de lo que lo hicieron los anteriores, ya que la situación se ha
estado deteriorando y continúa haciéndolo de forma acelerada. No
pensaron entonces en que un proceso totalitario pudiese contar con la
complicidad de la presidencia.
El Estado corporativo busca mantener la ficción de nuestra participación
personal en el proceso político y económico. Mientras creamos que somos
partícipes, esta mentira sostenida mediante las campañas de propaganda
masiva, las campañas electorales interminables y el absurdo boato de
vacuo vacío político, los oligarcas empresariales se encuentran
tranquilos en sus aviones privados, en sus salas de juntas y en sus
áticos y mansiones. Al ponerse de manifiesto la quiebra del capitalismo
corporativo y la globalización, las élites gobernantes están cada vez
más nerviosas. Saben que si mueren las ideas que justifican su poder,
están acabados. Esa es la razón de que las voces disidentes – al igual
que los levantamientos espontáneos como los del movimiento Ocuppy – son
inmediatamente aplastados por el Estado empresarial.
“… muchas ideas, que fueron consideradas como verdades, han probado ser
erróneas y malignas,” escribió Berkman en su ensayo. “Al igual que las
ideas del derecho divino de los reyes, de la esclavitud y la
servidumbre”. Hubo un tiempo en que todo el mundo creía que estas ideas
e instituciones eran “naturales”, justas e inmutables. En la medida en
que esas supersticiones y falsas creencias fueron refutadas por los
pensadores avanzados, quedaron desacreditadas y perdieron su influencia
sobre la gente, hasta que finalmente se abolieron las instituciones que
representaban esas ideas. Los eruditos dirán que habían sobrevivido a su
utilidad y por tanto ya estaban muertas. Pero ¿cómo “sobrevivieron a su
utilidad”? ¿A quien le resultaban útiles y cómo “murieron”? Ahora
sabemos que solo eran útiles para la clase de los amos, de los
esclavistas, y que perecieron y fueron enterradas gracias a los
levantamientos populares”.
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*Christopher Lynn Hedges es un periodista estadounidense ganador del
Premio Pulitzer y corresponsal de guerra durante dos décadas para the
New York Times, especializado en informar sobre América Latina y Oriente
Próximo. Hedges es también conocido por ser autor de varios bestsellers.
Fuente: http://www.truthdig.com/report/page2/our_invisible_revolution_20131028