¿Necesita
Grecia un Plan C?
Por Jérôme Roos (Znet)
Traducción de Enrique Prudencio
para
Zonaizquierda.org
Otra cumbre de emergencia. Otra fecha límite. Otra última oportunidad.
¿Conseguirá Grecia pasar la prueba? ¿Quedará eliminada? ¿Va a dormir
fuera de la moneda única? ¿O habrá un acuerdo en el último minuto para
"salvar el día"?
Cinco años después de la crisis, los griegos están hartos y hastiados y
es comprensible. Un lustro después, nada es lo que era; sin embargo,
todo sigue igual. El viejo establisment político ha sido destronado,
pero los acreedores siguen manteniendo firmemente el control. La Troika
ha sido formalmente depuesta, pero las mismas instituciones siguen
estrangulando lentamente el país hasta la muerte. Mientras tanto, la
esperanza que generó la histórica victoria de Syriza en enero se está
agotando rápidamente por la oscuridad existencial de la derrota
inminente. La tragedia de la crisis sin fin de la zona euro hace tiempo
que degeneró en la farsa de las negociaciones sin fin, un teatro del
absurdo que sólo los expertos políticos más endurecidos parecen ser
capaces de tragar. Durante cinco meses, los acreedores de Grecia han
dejado muerto de hambre al país al privarle de todo crédito en un
descarado intento de forzar al primer gobierno de izquierda radical de
Europa a una rendición humillante.
Irónicamente, las extremas exigencias de los acreedores están
contribuyendo a una rápida radicalización de los sentimientos anti-euro
dentro de Grecia, por lo que el impago y subsiguiente Grexit resultan
cada vez más probables. Pero, cualquiera que sea el resultado, las
negociaciones ya han puesto de manifiesto una verdad fundamental sobre
la devaluación de la vida política contemporánea en Europa. Esto, en
todo caso, es la política como espectáculo; una obra de teatro mal
interpretada en la que los ciudadanos comunes se han visto reducidos
paulatinamente al papel de espectadores pasivos, leyendo impotentes los
últimos titulares y gritando inútilmente ante las pantallas de la
televisión; condenados a un juego de constantes adivinanzas sobre las
últimas intenciones de sus representantes electos y el cómo serán recibidas
por la mafia de acreedores.
Mientras que la victoria electoral de Syriza fue una clara expresión de
empoderamiento popular, es difícil negar que hay algo profundamente
desmoralizante acerca de la medida en que estas negociaciones han
consistido en un juego macabro orquestado por las mafias acreedoras para
atraer a la izquierda radical griega a la trampa y al chantaje con el
fin de humillar al pueblo griego para de que sirva de ejemplo de lo que le
ocurrirá al siguiente que intente enfrentarse a la mafia de la UE y los
acreedores. Por otra parte, al centrar casi toda su atención en la
conclusión exitosa de las negociaciones, la izquierda se arriesga a
perder de vista la forma en que esta preocupación por la alta política
"respetable" está contribuyendo activamente a la enajenación de los
ciudadanos comunes de la vida política y las luchas sociales en las que
se supone deberían participar.
Durante cinco meses, de lo único que hemos estado hablando es de si se
llegaría o no a un acuerdo. Pero ¿qué pasaría el día después? ¿Qué haría
Syriza si se quedara en el euro? ¿Qué pasaría si deja de pagar la deuda
y abandona el euro y la UE? ¿Cuáles son las perspectivas de Grecia para
los próximos años, la próxima década? ¿Hay vida después de las
negociaciones con las mafias de Bruselas? ¿Cómo se verá más adelante
todo esto que está ocurriendo ahora? Plantear la pregunta de esta manera
revela cuán rápidamente el horizonte radical se ha reducido en los
últimos años. En los primeros días de la crisis, la gente sigue hablando
de reinventar la democracia, la transformación de las finanzas y la
producción, y la organización del poder popular desde abajo. Hoy en día,
toda la izquierda parece hablar del mérito relativo del Plan A de Varoufakis (acabar con la austeridad sin dejar de estar en la zona euro)
frente al Plan B de Lapavitsas' ("ruptura" con los acreedores y salida
de la zona euro). En la cacofonía de este debate altamente dicotómico,
pocos parecen darse cuenta del hecho de que ambos planes esencialmente
comparten la misma premisa de arriba hacia abajo: si el gobierno tiene
éxito en la ejecución del programa elegido, la recuperación económica
será rápida y las cosas volverán a estar de nuevo y rápidamente como
estaban antes. Esto es una ilusión peligrosa. Grexit o no Grexit, para
la mayoría de los griegos no habrá vuelta atrás a los días felices del
consumismo alimentado por el crédito. Tanto el Plan A como el Plan B, no
pueden ser exitosos, por lo que seguirán estando acompañados de grandes
dificultades para la gente común. En realidad, ni el estado disfuncional
de Grecia ni su economía deprimida podrán satisfacer adecuadamente las
necesidades básicas de millones de trabajadores desposeídos, ni a los
pensionistas y jóvenes desempleados del país.
Por supuesto que la imposición de una moratoria de la deuda y la
reintroducción del dracma pueden restaurar la dignidad y la autonomía
nacional, por lo que el Plan B es una opción mucho más progresista que
continuar con la servidumbre de la deuda bajo la égida de los acreedores
del país. Pero en los años y décadas por venir, incluso Grexit y la
devaluación no podrán soportar la profunda crisis estructural del
capitalismo griego. Lo que se necesita, por tanto, independientemente de
lo que termine de decidirse a nivel de la alta política, es el
desarrollo de una visión mucho más imaginativa que pueda realmente
llevar al país más allá de las contradicciones profundamente arraigadas
en su estructura económica y su Estado colapsando. Lo que se necesita,
en definitiva, es un plan C: la reactivación y revitalización de un
proyecto de los bienes comunes –un proyecto que brotó con gran potencia
y creatividad en el ciclo de las luchas del período 2010-2012, pero que
desde entonces ha disminuido debido a la desmovilización de los
movimientos sociales por la confianza generalizada de las masas
populares en un gobierno de izquierda–. En contraste con el Plan A y el
Plan B, el Plan C, podría aplicarse directamente sobre el tejido de la
vida cotidiana. Sería fundamental girar en torno a la movilización de
los trabajadores autoorganizados y las comunidades locales, la
consolidación de las organizaciones de base existentes y la construcción
de nuevos órganos de poder popular. El Plan C podría funcionar de forma
autónoma
–como podrían hacerlo el Plan A o el Plan B–.
Sería la
condición previa para el éxito de cualquiera de los dos, sin embargo,
que su enfoque ascendente estuviera en tensión constante con su lógica
dominante de arriba hacia abajo.
El Plan C haría al menos tres contribuciones importantes a la lucha en
curso. La primera sería un potencial mejorado de la resiliencia.
Aquellos que son capaces de cooperar y organizarse colectivamente,
tienen una capacidad mucho mayor para soportar las dificultades
inevitables de los largos años de lucha que aún quedan por delante.
Dentro o fuera del euro, los trabajadores y las comunidades se tendrán
que reproducir de alguna manera en condiciones de precariedad extrema.
Los bienes comunes existentes, como las clínicas sociales
autoorganizadas, las redes de ayuda mutua y de solidaridad económica
tendrán que ser fortalecidos y difundidos para proteger el bienestar
humano y mejorar aún más la resistencia popular. Pero la capacidad de
recuperación por sí sola es apenas suficiente. Los acreedores
extranjeros de Grecia y los oligarcas nacionales estarían más que
dispuestos a "externalizar" sus responsabilidades sociales a otros para
que puedan continuar su asalto salvaje a lo que queda del Estado de
bienestar anémico en el país. Esto nos lleva al segundo punto: el
potencial de resistencia. Los movimientos auto-organizados, los lugares
de trabajo y las comunidades pueden
–una vez más–
convertirse en la
base de la feroz oposición de base para erradicar la austeridad y el
despojo. La historia ha demostrado que, sin tales órganos profundamente
arraigados y la presión popular ejerciendo el poder desde abajo, incluso
los gobiernos de izquierda son fácilmente desviados de sus principios.
Por último, la tercera aportación nos lleva, más allá de la resiliencia
y la resistencia, hacia el potencial para la revolución
–no
necesariamente en el antiguo sentido de la toma de la Bastilla, sino más
bien en el sentido de una transformación fundamental de las relaciones
sociales mucho más significativa–. Por postular una alternativa
potencialmente transformadora a la dicotomía del estado y el capital, un
proyecto de los bienes comunes impugnaría las lógicas de arriba hacia
abajo, ambas fundamentalmente anti-democráticas. Al mismo tiempo, nada
impediría a los plebeyos aliarse estratégicamente con las fuerzas
progresistas dentro del gobierno de izquierda para defender los avances
sociales y frenar el poder del capital. Cualquiera que sea el resultado
de las negociaciones de la deuda, la izquierda no puede limitar su
imaginación política a la cuestión de perseverancia de Tsipras en las
trastiendas de Bruselas. Una preocupación limitada a las negociaciones
sólo producirá la reproducción de la misma sensación de distanciamiento
y falta de poder que la política de la UE estaba destinada a inducir en
primer lugar. Con acuerdo o sin acuerdo, todavía queda por delante una
larga lucha. Sólo una rápida intensificación de la lucha desde abajo
puede evitar la atribulación a Grecia
–y convertirla, una vez más, en
un faro orgulloso de la democracia para el resto del mundo.
20 de junio 2015
_________________
*Jerome Roos, doctorado en Economía Política Internacional, es
investigador del Instituto Universitario Europeo, y editor fundador de
la revista anual sobre los resultados del Insstituto.
Fuente: https://zcomm.org/zcommentary/greek-referendum-euro-crisis-explodes-into-dramatic-climax/
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