TÁCTICAS PARA LA ESTRATEGIA DEL FRAUDE CONTINUO

 

Texto e ilustraciones de O COLIS  (del libro CUADERNO DE PALESTINA)


          
 Hace algunos años, cuando trabajaba en Khan-Younis en la realización de un mural en el hall del teatro del edificio multidisciplinar del Palestinian Red Crescent Society de esa ciudad del sur de Gaza, me contó Abdul Dweik una especie de chiste, de esos larguísimos que a los palestinos les gustan tanto, que refiere la historieta tragicómica de un campesino palestino que para poder vivir en sus propias tierras trabajaba contratado como empleado para el colono que las había ocupado. Aunque aquel colono de la historia no era como los fanáticos “noar hagyaot1 jóvenes de las colinas, colonos radicales de las “colonias salvajes” israelíes que ocupan parte de Cisjordania, sino un hombre moderado y aparentemente bien intencionado, dentro de lo cabe allí, como veremos.

            Aquél cuento me recuerda ahora la situación, los argumentos y las tretas que Mariano Rajoy emplea con los trabajadores de los sindicatos españoles, engañándolos una y otra vez, cuando se sienta, o asienta, a negociar con los representantes sindicales, ante la vigilante mirada de la Patronal. Veréis, dice, cómo estos sacrificios que hacéis ahora tendrán pronto sus frutos.           

            Abdul, padre de Fayeq Dweik, buen amigo mío desde mi primera visita a los Territorio Ocupados de Palestina, recordaba con lágrimas en los ojos sus olivares, expropiados años atrás por el gobierno israelí para entregárselos a un colono polaco de madre judía, por tanto judío de pleno derecho en Israel2. Abdul visitaba cada día lo que habían sido sus tierras desde el lugar al que le permitía llegar el muro, al lado de un otero al borde la carretera del asentamiento, junto a uno de esos innumerables tajos que desgajan la tierra palestina en cantones o bantustanes3, que aunque estén fuera de la separación radical del muro son fronteras infranqueables, por ley, para los palestinos. Allí se quedaba Abdul durante horas, observando sus olivos, agarrado con rabia al manillar de la bicicleta que le llevaba y traía todos los días desde Al-Bireh.

           Algunas veces, los campesinos palestinos expropiados y abandonados a su suerte, por no verse obligados a vivir en uno de los campamentos de refugiados de la UNRWA (United Nations Refugee World Aid), ya que no tienen a dónde ir, aceptan trabajar para el colono que les arrebata “legalmente” sus tierras, pero que les permite muy generosamente seguir viviendo allí con su familia, trabajando para él como empleados a sueldo. Estos colonos suelen construir grandes casas modernas con sus quinchos, almacenes y establos, y todos los servicios y ampliaciones que les proporciona el Estado, junto a la carretera de uso privado del asentamiento, y lo más lejos posible de la casita y el huertito que generalmente constituyen todo lo que les queda a las familias campesinas palestinas de aquello que fue suyo, ya que el campesino palestino, que nada puede hacer sin el permiso del colono, muchas veces ha de construirse la choza lejos de la vista de la casa del nuevo propietario.

            No siempre, en realidad casi nunca, las relaciones entre campesinos israelíes y palestinos es tan “idílica”. Los noar hagyaot del norte de Cisjordania suelen acosar constantemente a los campesinos palestinos que aún permanecen resistiendo en sus tierras, para atemorizarles y desmoralizarles, incluso llegando a atacarles con armas de fuego (que legalmente poseen para “su defensa y seguridad”, cuando a los palestinos se les detiene y encarcela por la simple posesión de un cortaplumas), y así el censo de destrucción de cosechas y campos, y asesinatos de campesinos palestinos crece año a año ante la más absoluta pasividad cómplice de las autoridades israelíes. Aquél espíritu del socialismo teológico que empezó en los primeros kibutzim que implementaron los mapai de Ben Gurión ha ido transformándose en destructivo fanatismo criminal por la influencia creciente de las yeshivas, escuelas talmúdicas radicales, en las que se forman los más religiosos y agresivos colonos israelíes. 

            El cuento que me contó Abdul transcurre al norte de Cisjordania, entre los suaves oteros que ondulan alrededor del pueblo palestino de Beit Furik (10.000 habitantes aproximadamente), cerca de Itamar (1.300 habitantes aproximadamente), un asentamiento de judíos religiosos Gush Emunim4. El colono judío del cuento vivía entre otros colonos mucho más radicales que él y por su comportamiento con Taleb se le consideraba “amigo de los árabes” y de ello presumía el colono con su trabajador expropiado, aunque, eso sí, como los  Ne'emanei Eretz Israel abusaba de otros de sus privilegios de ocupante, como el de extracción furtiva del agua que debiera corresponder a los habitantes y campesinos del vecino pueblo de Beit Furik5.

            Tal y como me lo contaba entonces Abdul Dweik, esa forma de razonar del colono con Taleb recordaba los kafkianos racconti de Italo Calvino en Los amores difíciles, pues el colono utilizaba las mismas formas de la ironía amorosa con el campesino que se describen en alguno de esos cuentos. En esas relaciones entre ocupante y ocupado, el colono trataba de mantener el fraude continuo desarrollando tretas y ardides absurdos con la pretensión de no hacer caso de demanda alguna, por lógicas o legítimas que fueran estas, dándole además esperanza a Taleb de que los sacrificios que le obligaba a asumir tendrían alguna vez, si no pronto, recompensa.

            Tretas tan similares también, me parece, a las maniobras de Mariano Rajoy con las pretensiones lógicas y legítimas de los sindicatos españoles, a los que sistemáticamente engaña prometiendo tras el esfuerzo un futuro feliz, a no más tardar.           

            Una vez al mes, el colono permitía que Taleb le visitara en su casa para rendir cuentas de la parte de la explotación de las tierras que estaban a cargo del palestino, dándole la oportunidad de tratar ocasionalmente peticiones, ruegos y propuestas personales, ya que debía consultarle todos sus movimientos y cambios de estructura en la parcelita, derribos o construcciones, o cualquier cosa por mínima que fuera, en esa parte en la que se le permitía disfrutar privadamente de la vida en familia. Doce veces al año, y siempre en viernes, a no ser que esos viernes coincidieran con alguna de las numerosas celebraciones judías, en cuyo caso se posponía la cita hasta el viernes siguiente, o al siguiente mes.

            Y si la visita debía celebrarse en viernes, opinaba Abdul siempre dispuesto a dar muchas explicaciones adicionales a la historia de referencia, exactamente como estoy haciendo yo desde que he empezado a escribir esta historia, al más puro estilo palestino, era porque ése es precisamente el día de la semana de las celebraciones religiosas musulmanas y suponía el colono que le molestaría especialmente a Taleb tener que ir a verle en viernes. Pero ni Taleb, ni ningún miembro de su familia era musulmán, sino cristiano, cristiano heterodoxo (hereje de su propia fe, quiero decir, como todos los cristianos, pues la interpreta cada uno a su manera) proveniente del área de Nazaret, lugar de donde eran originarios todos sus antepasados. Por eso insistía el colono en nombrar a Alá con mucha sorna, aunque aparentemente de forma muy condescendiente con su gentil trabajador árabe, como para agradarle, cuando, de molestarle a Taleb acudir a ver a su jefe algún día en especial de la semana, hubiera sido el domingo. Aunque tampoco en este caso, porque la heterodoxia de Taleb era bastante occidental, aseguraba Abdul sonriendo entre dientes, por más que al colono no le entrara en su cabezota que un merodeador6 árabe pudiera ser cristiano.

            Las tierras que ocupaba el colono tenían una extensión de 50 dunam7, una gran extensión para lo que suele ser habitual en los minufundios palestinos. En ese momento la explotación tenía una parte de olivares y huertos, y el resto servía simplemente como asentamiento de ocupación territorial, a modo de intimidante fortaleza ocupante, verdadero objetivo de la mayor parte de los asentamientos en los TTOO. La zona que ocupaban Taleb, su familia, animales y enseres, apenas ocupaba 1 dunam porque, además, el lugar servía al colono de almacén de leña, tractores, trastos y cacharros viejos e inservibles, e incluso de ruinas del asentamiento, que el colono no permitía sacar de allí a Taleb, de modo que la familia palestina sólo podía disfrutar de una pequeña porción de ese dunam que constituía la vivienda, el corral y el huertillo. Así que para el colono, Taleb y su familia eran simplemente merodeadores árabes musulmanes sin tierra, que seguramente se habían asentado allí durante el Mandato Británico, aprovechándose probablemente del desconcierto que se produjo en toda el área tras el fin de las ordenaciones territoriales otomanas, y que además, como todos los merodeadores allí, querrían aprovecharse del proyecto sionista de recuperación de aquella parte del Creciente Fértil. Pero como el colono creía y quería ser un buen reocupante, sus vecinos colonos  le reprochaban tanta magnanimidad con la familia de Taleb, actitud esta que le causaba no pocos problemas8.

            El viernes en el que comenzaba la historia que me contaba Abdul, el campesino Taleb, en su reunión mensual con el colono, tras la presentación de cuentas y enumeración de cuestiones de la explotación del asentamiento que interesaban al colono, le expuso a éste la necesidad que tenía de ampliar la superficie de vivienda de su casita puesto que eran ya cinco viviendo allí: además de él, su madre y su padre, su mujer, Fausille, y los pequeños Shilouk y Subhji, y ya que en ese lugar, que era apenas un establo de 50 metros cuadrados, ya vivían apretados e incómodos, más que iban a estarlo porque su mujer se había quedado embarazada, por lo que necesitaba ampliar algo la casita, para lo que le pedía permiso para introducir ladrillos y cemento en su parcelita, y poder hacer la ampliación enseguida.      

            Generalmente, colono y campesino hablaban en una mezcla tortuosa de árabe mizrají e inglés, pero cuando el colono se enfadaba, varias veces en cada reunión, solía expresarse en un violento jidish que Taleb entendía bastante bien pero que hacía como que no, cosa esta muy habitual en la estrategia de habituación al ocupante de la población palestina. También hay israelíes que han acabado por aprender árabe, aunque no lo reconocen jamás porque les parece que es como una traición indigna acomodarse a la jerga inútil de los merodeadores.

            Tras la petición de Taleb, el colono se quedó pensativo, mirando por la ventana del salón que daba al mediodía. Se había llevado la mano a la barba y parecía calcular algo, aunque a Taleb no le extrañó nada la tardanza en responderle porque era muy habitual que no le contestara a lo que le preguntaba, incluso a veces se ausentaba de la habitación y volvía después apremiándole para que terminaran la reunión, quedara o no alguna cuestión pendiente. Al cabo de un rato, el colono le preguntó sin mirarle:     ¿Y cuántos dices que vivís en la casa? Seis, respondió Taleb muy pacientemente. Vaya, se sorprendió el colono como si acabara de enterarse. Y después le dijo: pues ya que “tu” Alá no responde a “tus” ruegos, tendré que ocuparme yo de “tu” comodidad, ¿no es eso? Taleb iba a protestar, pero el colono se volvió y tomándole de los hombros y mirándole a los ojos intensamente le aseguró muy paternalmente que en demostración de su buena voluntad iba ayudarle.

            Tú tienes unas cuantas gallinas, ¿no es así?

            Sí, respondió Taleb, ocho gallinas y dos gallos.

            Bueno, bueno... Pues vas a hacer una cosa, y por rara que te parezca entiende que esta es la forma en la que creo puedo ayudarte. Por las noches vas a tomar a los dos gallos y a las ocho gallinas y las vas a meter a dormir con vosotros dentro de la casa y allí deberán permanecer toda la noche.

            ¡Pero si apenas hay sitio para nosotros seis, ¿cómo va a solucionar ese problema que introduzca las aves en la casa?!

            Es mi decisión, verás cómo el mes que viene vienes encantado y me lo agradeces como si hubiera sido una idea de tu Alá.

            El colono dio la reunión por terminada y Taleb volvió a la cabaña y le contó a su familia cuál era la decisión del colono.

            No tendremos sino que obedecerle, dijo la mujer, no vaya a enfadarse y tengamos que irnos al campamento de refugiados de Aida, con tus hermanos, y ya sabes cómo están allí, aquí, al menos estamos sólo nosotros...

            Cada atardecer, uno de los criados del colono, Slomo, iba para comprobar que se cumplían las órdenes y que Taleb introducía los gallos y las gallinas en el interior de la casa. Y el pobre campesino cumplía con la absurda orden cada noche. Aunque Fausille, la mujer de Taleb, opinó que al menos los gallos no cantaban al amanecer con la oración del fayr que traída el viento del alba desde el pueblo de Beit Furik, como hacían antes, cuando les sorprendía en el corral abierto el canto del muecín.

            Al viernes siguiente del siguiente mes, Taleb visitó al colono y tras rendir cuenta de las aceitunas, lechugas, tomates, huevos y leche de cabra que le había entregado, y después de alguna discusión a este respecto, el colono le preguntó por su situación familiar en general. ¿Cómo ha ido la cosa este mes?, preguntó.

            Pues mal, ¡cómo va a ir!, si ya teníamos problemas antes, ahora es peor, porque las aves tampoco acaban por acostumbrarse a nuestra presencia y se mueven inquietas en la oscuridad y ponen menos huevos, cosa que repercute en nuestra economía y no en la suya, porque usted me obliga a entregar la misma cantidad de unidades de siempre. Además, mi mujer ha tenido gemelos y ahora no somos seis, sino ocho y claro, hay menos espacio disponible... Si al menos me dejara llevar algunos ladrillos a la choza podría hacer una pequeña ampliación.

            Enhorabuena Taleb, ya tienes una familia numerosa, exclamó el colono. La familia es el primer ladrillo para el buen orden en la unidad social porque nos educa en virtudes que llevan a la felicidad auténtica y a la duradera satisfacción. Enhorabuena. Pero ya que veo que mi idea de las gallinas no ha surtido efecto todavía, y no creas, ya lo había previsto, debemos completar el plan con otras aportaciones. ¿No tienes tú una fantástica chiva de Saanen?

            Sí, una vieja cabra que habrá que sustituir pronto porque empieza disminuir sus aportaciones de leche y mi madre, que es quien la ordeña y cuida, viene avisando de esto hace tiempo, como ya le he estado advirtiendo a usted mes tras mes. Y como nos obliga a entregar la misma cantidad de leche para sus quesos los que sufrimos la merma somos nosotros. Y, además, cada vez consume más heno y concentrados...

            Bueno, bueno, habrá que ver cómo y cuándo se sustituye esa maravilla, pero mientras tanto decido algo al respecto, vas a meterla a dormir también con la familia. Ya verás cómo esto surte el efecto beneficioso que espero y deseo para vosotros, y ya me dirás el próximo mes.

            Aún le dio tiempo a Taleb de protestar un momento antes de que se fuera el colono dando por terminada la reunión, despotricando primero en inglés y luego en un jidish lleno de interjecciones advocativas muy poco religiosas.

            Slomo siguió vigilando cada atardecer que se cumplieran las órdenes de su jefe y que Taleb introdujera a las gallinas, los gallos y la chiva en la choza de la familia campesina y que se quedaban ahí toda la noche.

            Mira, decía el padre, pues no sé tú, pero yo agradezco mucho el calorcillo que aporta esta vieja cabra.

            Uno de los gallos, el rojizo, que tenía muy mal carácter, atacaba de vez en cuando a la vieja cabra y los niños reían. Ya ves, decía la abuela en la oscuridad, hacía tiempo que no se oía tanta risa en esta casa, loado sea Dios. Y así transcurrían las noches, entre balidos, risas, cacareos y persecuciones entre los animales.

            Al mes siguiente, cuando el colono le preguntó a Taleb cómo se encontraba su familia compartiendo el espacio por las noches con los animales, éste le contestó muy lacónicamente: peor. Y después de un buen rato, el colono dijo que entendía que tanto ser vivo en ese espacio dificultaba la intimidad de todos, por lo que se le ocurrió que Taleb debía introducir de forma permanente algunos elementos inanimados que los animales consideraran como suyos, porque todos necesitamos de un lugar adecuado, y los gallos, las gallinas y la cabra también lo echan en falta. ¿Inanimados?, preguntó Taleb que sospechaba que el colono empleaba la jerga mizrají para desorientarle.

            Sí. ¿No hay detrás del corral un viejo depósito de agua inservible?

            Bueno, la cisterna está inservible porque sus amigos noar hagyaot de Itamar se entretuvieron durante semanas en disparar sus armas contra ella y quedó tan perforada que ya no sirve9. Está muy oxidada y no sé por qué no me deja sacarla de allí, Slomo podría ayudarme con un tractor y la sacaríamos a los espacios de chatarra que limpian los voluntarios cada mes en los terrenos de Beit Furik.

            Esos noar hagyaot no son mis amigos, dijo con voz grave, y no te haces idea de los problemas que me causan esos jóvenes patriotas a mí y a mi familia por mi condescendencia contigo. Y con respecto a la cisterna vamos a introducirla en tu casa para crear un espacio de habitabilidad confortable para los animales.

            Taleb trató de discutir, pero el colono tenía ya la decisión tomada. Diré a Slomo que te ayude con la gente que haga falta. Como creo que el depósito no cabrá por la puerta haremos una ampliación en la entrada a la casa, la que sea necesaria, y luego la cerraremos.

            ¡Pero bueno!, dijo Taleb, no me permite llevar ladrillos para ampliar mi espacio vital y los va a llevar allí para reducir la capacidad de movimientos de mi familia. Es una idea perversa. Vamos a estar prietos como conejos en una madriguera.

            No me importa lo que creas, porque sé que mi idea sobre tu protección y la de tu familia es mucho mejor que la que te proporciona tu Alá. Y verás, además, como todo esto que hago por ti tiene mucho sentido y pronto me lo agradecerás. 

            No sé, me decía Abdul Dweik aquella tarde en Khan-Younis cuando me contaba esta historia, si fue porque Taleb hizo ese símil con la madriguera y los conejos por lo que el colono le regaló a Shilouk, Subhji, Yamal y Amar, los hijos de Taleb y Fausille, media docena de gazapos blancos, con la advertencia de que debían vivir también en la casa con todos los otros animales, y no sólo por la noche, sino durante todo el día. Así que los conejillos pronto se hicieron grandes y se multiplicaron e invadieron la casa, perforaron madrigueras por todas partes y se acostumbraron a vivir con todos. Se comían el heno de la cabra y los concentrados, dejando también a las gallinas y los gallos sin nada que picotear, por lo que el gallo rojo los perseguía constantemente, cosa que a los niños les divertía mucho. Por las noches, los innumerables conejos entraban y salían por los agujeros de la cisterna y a veces se perdían y no regresaban, pero cada vez había más, y se les veía por todas partes.

            Slomo vigilaba que cada día se cumplieran los planes del colono y en las visitas mensuales de los viernes Taleb recibía la orden de seguir llenando la casa con cosas absurdas, sin entender que aquello pudiera llevarle en algún momento a solucionar su problema de espacio. Peor, aún peor, mucho peor, decía cada viernes cuando le preguntaba el colono por su situación. Llegó un momento en el que tenían que dormir unos sobre la leña, otros metidos en la cisterna, sobre los fardos de heno, bajo la mesa, y cuando querían salir o entrar de la casita tenían que mover algún cachivache nuevo al que no lograban encontrarle lugar adecuado en donde no estorbara, pero no existía espacio vacío alguno, todo estaba lleno, de suelo a techo.

            Meses después, un viernes, el colono le preguntó a Taleb cómo se encontraba la familia, y el campesino no respondió, andaba ya barruntando renunciar y marcharse al campamento de refugiados de Aida. Creo, dijo el colono, que tienes demasiados conejos y por eso he dado orden a Slomo de que los capture a todos y los venda en el mercado, puedes quedarte con alguno de ellos, si quieres, y sacarlos a vivir al corral permanentemente. A Taleb no le pareció ni mal ni bien, los niños protestaron, pero finalmente desparecieron los conejos de la casa. Al viernes siguiente el colono volvió a preguntarle cómo se encontraba la familia y Taleb tampoco contestó, creía que en cuanto reuniera el valor necesario se marcharían al campamento de Aida, aunque no quisieran ni su mujer ni sus hijos mayores, la madre había muerto por Navidad, y el padre no decía nada. Te veo muy alicaído, Taleb, vamos a ver ¿te gustaría que te diera permiso para sacar los gallos, las gallinas y la vieja cabra de tu casa y llevarlas al gallinero y al establo? Bueno, dijo Taleb sin mucho entusiasmo. Pero, esta vez les gustó a todos la idea, aunque el padre no dijo nada, hacía meses que no hablaba. Y así fueron pasando los viernes y el colono fue poco a poco decidiendo tirar todos los estorbos que había almacenado en la pequeña casa de la familia de Taleb.

            Y un bendito viernes le propuso a Taleb sacar la cisterna y tirar todos los restos de cosas inservibles que hubiera en la casa. Taleb agradeció mucho la idea y corrió a contárselo a su familia. Al día siguiente Slomo y algunos braceros derribaron la entrada, sacaron con un tractor la cisterna hasta la explanada de Beit Furik, y finalmente volvieron a dejarlo todo como estaba antes de la instalación de la cisterna y, a petición de Taleb, accedieron a arreglar algún desperfecto que se había ocasionado con tanto movimiento.

            Frente a la casa, Taleb y su familia, miraban encantados todas aquellas maniobras cuando vieron llegar al colono.

            ¿Qué, Taleb?, dijo con los brazos en jarras, ¿cómo ves ahora la cosa?

            ¡Mucho mejor, señor!, ¡dónde va a parar!, se lo agradezco mucho.

            Y todos se acercaron para saludarle alborozados, todos excepto el padre de Taleb que había comenzado a llorar bajito, mirando a la cabra anciana, aferrado al manillar de su vieja bicicleta rota e inservible.

 

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1.- Los asentamientos de colonos judíos en los Territorios Ocupados suponen una forma de colonización que viola el artículo 49 de la IV Convención de Ginebra de 12 de agosto de 1949 y han sido reiteradamente condenados en diversas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, entre otras la 446, 465 o 298, condenas que no han servido de nada porque los asentamientos han seguido creciendo y, a pesar de que el gobierno de Israel no los “autoriza”, los protege su sistema jurídico e incluso cuando es necesario se utiliza el Ejército a favor de los ocupantes y en contra de los ocupados.
2.- La promulgación de las Leyes Básicas supuso un cambio en el proyecto constitucional de Israel que se denominó “Revolución Constitucional”. Sin embargo, no tienen supremacía constitucional y no se puede decir que representan una Constitución en el sentido formal. Estas Leyes Básicas pueden ser modificadas por el Knesset (Parlamento Israelí) cuando sea necesario para el interés general. Una de esas Leyes dice que todo judío, por el simple hecho de serlo, tiene derecho a un hogar en Palestina.
3.- Territorios reservados a los negros sudafricanos en función de su pertenencia lingüística y étnica. Sudáfrica creó este tipo de confinamientos para reforzar su política de apartheid. La desaparición legal del apartheid en 1992 transformó la política sudafricana en relación con los bantustanes. La política israelí para los asentamientos recuerda a esa forma de apartar y separar entre ellos a los habitantes autóctonos de origen palestino en Palestina.
4.-Gush Eminum, movimiento estrechamente asociado al Partido Nacional Religioso y a la Agencia Judía, fundado en 1974 por estudiantes del rabino Tzvi Yehuda Kook, conocidos hoy como Ne´emanei Eretz Israel, los que son leales y fieles a la Tierra de Israel.
5.- La reglamentación agrícola del Estado israelí establece (para las áreas que comparten campesinos palestinos junto a asentamientos agrícolas de colonos judíos) la posibilidad de que el colono del asentamiento pueda proveerse de agua del subsuelo buscándola hasta la cota de cuatrocientos metros, mientras que al campesino palestino sólo le permite obtenerla a 50 metros (sólo es un ejemplo aproximativo porque estas relaciones varían según los asentamientos y las explotaciones agropecuarias), argumentando que los asentamientos de los colonos judíos están generalmente por encima del nivel de las tierras de los campesinos palestinos y por lo tanto han de buscar el agua más abajo. Por lo que siempre sucede que el colono judío puede legalmente absorber el agua del área que comparte con el palestino por debajo del nivel que se le permite a éste, ya que en ningún caso la diferencia de altura entre ambos justifica ese abuso. Así, el colono judío siempre puede robar el agua del palestino desviando la conducción por bajo de sus tierras y, desviándose de costado, alcanzar las del vecino.
6.-Desde los tiempos del principio de la Nakba, catástrofe o desastre que señala el éxodo palestino que comenzó el15 de mayo de 1948, los israelíes y el mundo sionista en general consideran a los habitantes de los TTOO como simples merodeadores árabes en esa tierra sin gente que ellos mismos, los judíos, ocuparon precisamente por considerarse a ellos mismos gente sin tierra. Los judíos sionistas consideran que propio gentilicio palestino es un abuso de interpretación toponomástica de los enemigos del pueblo de Israel. Las estimaciones palestinas sobre el número de “merodeadores” palestinos que viven actualmente en campamentos de refugiados de la UNRWA es de un millón, de los que más de trescientos mil corresponderían a los campesinos expropiados en el área de la Nakba correspondiente a tierra cisjordana, considerados eufemísticamente todos ellos por los israelíes como desplazados. Hay en Gaza campamentos de refugiados habitados por más de 50.000 habitantes por kilómetro cuadrado, record dramático de concentración en la historia demográfica.
7.-El dunam, dönüm, dunum o donum, es una unidad de superficie. Originariamente, el dönüm turco otomano era la cantidad de tierra que un hombre podía arar en un día y equivalía a 919,3 m2, pero durante el Mandato Británico de Palestina se adoptó el dunam métrico de 1.000 m2, y así se calcula en Grecia (se llama estrema), Israel, Líbano y Turquía. En otros países de la antigua zona de influencia otomana varía desde los 2.500 m2 de Irak hasta los 1.337,8 m2 en el Norte de Chipre.
8.- En este sentido, el espacio habitacional suficiente que suele considerar el sionismo para los palestinos en Israel es francamente escaso e incómodo; el influyente rabino Yaacov Perrin dijo en el funeral de Baruch Goldstein Kopel (el médico que asesinó en 1994 a 29 palestinos ametrallándolos en la Cueva de los Patriarcas de Hebrón, hiriendo a otros 125) que “ni siquiera un millón de árabes valen lo que la uña de un judío”. En este sentido de distribución de áreas para que vivan los palestinos, el jefe supremo de las muy agresivas fuerzas armadas del ejército israelí (eufemísticamente denominadas Fuerzas de Defensa de Israel), general Raful Eitan, también consideraba en sus declaraciones al New York Times (14 de abril, 1983) cuáles eran sus planes en cuanto a la tierra suficiente de la que debieran disponer los palestinos: “Cuando hayamos colonizado la tierra, todo lo que los árabes serán capaces de hacer es moverse de un lado a otro como cucarachas dentro de una botella”. Así que, visto de esta otra perspectiva, la actitud del colono de Taleb era francamente generosa.
9.- Los colonos más radicales, amparados por el Ejército de Defensa de Israel destruyeron en 2012 treinta y seis cisternas utilizadas por las comunidades palestinas en la Zona C de Cisjordania, afectando a más de 1.600 personas. El año anterior se habían destruido treinta y cuatro cisternas. Más o menos las cifras de destrucción de depósitos de agua son parecidas año tras año. Estas comunidades que se ven privadas de esa forma de almacenaje de agua se ven obligadas a depender del acopio de agua de lluvia o de la compra de agua en los comercios. La mayoría de las comunidades afectadas residen en las cercanías de los asentamientos israelíes y de los puestos avanzados “no autorizados”, pero protegidos por el ejército, que gozan de suministro regular de agua.

 

  

 

 

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