En toda Europa, los líderes políticos han perdido la confianza de su pueblo

 

La retirada de la virtud se ha convertido en una plaga de nuestro tiempo. La avaricia ahora es legítima

 

Por: Will Hutton, The Guardian
Traducción de Enrique Prudencio para Zonaizquierda.org

Hasta hace poco, estaba bien visto vivir una vida virtuosa, que comprendía cualidades como la integridad personal, el compromiso con una causa que estaba por encima del lucro propio, un cierto grado de desinterés material e incluso la modestia. Los que se encontraban en la parte superior, podrían haber llegado allí por ser despiadados y ambiciosos, aunque ellos entendían que estar arriba era un ejemplo y que esto demostraba que tenían mejores cualidades que las que simplemente permiten cuidar de uno mismo.

No más. Tal vez la mayor calamidad de la contrarrevolución conservadora ha sido la energía que se invierte en argumentar que la virtud, sea cual sea su importancia en privado, no tiene valor público. La paradoja, la afirmación de los neoconservadores y neoliberales, es que sólo a través de la búsqueda del interés de uno mismo se puede conseguir que funcionen mejor la economía y la sociedad. Y que las responsabilidades con el bien común deben abolirse.

La retirada de la virtud hasta casi perderse de vista, se ha convertido en la plaga de nuestro tiempo. La avaricia se considera legítima para conseguir la riqueza, cualquiera que sea el medio por el que se obtenga, incluidos los sueldos y ganancias escandalosas o la evasión de impuestos, el último juego de moda en la ciudad. Pero en todo Occidente, las consecuencias son cada vez más evidentes. La política, los negocios y las finanzas están arruinados hasta el punto en que son disfuncionales, habiéndose creado una brecha enorme de falta de confianza entre la élite y el pueblo.

El drama que vive la propia Francia es un ejemplo clásico. Françoise Hollande fue elegido presidente de Francia hace menos de un año, con la promesa de una Administración ejemplar, después de la sordidez de los años de Sarkozy. Luego vino Jérôme Cahuzac. Hasta hace cuatro semanas fue el ministro francés del Presupuesto socialista. Lideraba la cruzada contra la evasión fiscal. Y ahora resulta que él mismo había escondido 600.000 euros en una cuenta suiza secreta. Después se ha descubierto que tenía millones en otra cuenta secreta. Ha dimitido, pero ha provocado una crisis no sólo para el presidente francés, sino para toda la casta política francesa y hasta para el propio sistema político del país.

Otros dos presidentes (Chirac y Sarkozy) habían estado ya envueltos en malversación de fondos y financiamiento ilícito de las campañas políticas, respectivamente. Pero en estos momentos, el asunto va más allá de Cahuzac, con la ilegalidad entrelazada con la hipocresía. Situado ya en el tercer lugar de intención de voto, por detrás del Frente Nacional en un reciente sondeo, los socialistas y Hollande se enfrentan ahora no sólo a la acusación de incompetencia y falta de liderazgo político, sino también de engañar y mentir. ¿No hay nadie que crea necesaria la virtud pública?

Con la derecha moderada en desorden y no menos corrompida, el mayor peligro es que el beneficiado es el Frente Nacional de Francia, con lo que cunde la desilusión no solo entre la casta política, sino entre toda la élite. Al parecer existe una regla para ellos y otra para la gente común que sufre la austeridad, la disminución del nivel de vida y un desempleo que alcanza el nivel más alto en 16 años. El tono de la extrema derecha es claro: Francia ya no puede confiar más en sus líderes. Debe hacer valer sus virtudes republicanas contra su propia élite, los extranjeros, los inmigrantes, los musulmanes e incluso las interferencias de Bruselas. Vota Frente Nacional.

Mientras tanto, en España, se dijo recientemente que el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, había ocultado 250.000 euros a las autoridades fiscales. Ahora, la hija del Rey Juan Carlos, Cristina, se enfrenta a un juicio sobre el papel jugado en el asunto de los negocios de su marido, supuestamente nefastos. En Italia, el Movimiento anti élite de Beppe Grillo Cinco Estrellas obtuvo el voto de casi el 30% en una votación de protesta contra una clase política que es corrupta de arriba abajo. Grillo por lo menos no es un cuasi-fascista. Menos reconfortante es la perspectiva de que si no logra los cambios constitucionales que pide, las fuerzas inestables que él ha convocado, podría manifestarse fácilmente de una forma mucho más fea.

En estos países, lo que se necesitan son políticos limpios con un programa creíble para controlar a los súper ricos, restaurar la virtud en la vida pública y relanzar sus economías estancadas. Porque la opinión pública conoce las nuevas reglas del mundo de los paraísos fiscales, las primas de los banqueros, el interés corporativo de ellos mismos, así como la ideología que justifica su forma de actuar.

Hoy nos presentan al Estado como ineficaz y reglamentista. Los ricos no tienen ningún reparo en ocultar su riqueza y evadir impuestos porque el egoísmo y la avaricia son legítimos, de hecho, incluso una obligación moral. El electorado no solo duda de sus políticos, sino de su capacidad para hacer nada, caso de que tuviesen intención de hacer algo.

Gran Bretaña también está cautiva de estas tendencias. El escándalo de los gastos de los diputados puede que no hayan alcanzado el grado de hipocresía y corrupción de Cahuzac o la escala de los de Italia, pero tienen raíces similares. El abogado Anthony Salz (miembro de la Fundación Scott, al que pertenecen The Observer y The Guardian) en su informe sobre cultura en Barclays arremetió contra el vacío ético de los 70 banqueros pagados con sueldos de escándalo en la última década. La promoción de sus propios intereses triunfó incluso sobre los del banco y hasta sobre los de la ética más básica. Centrica, custodio del cuasi monopolio de British Gas, creyó justificada la creación de un fondo común de 15 millones de libras para 5 altos directivos que gestionaban un negocio casi sin ningún riesgo. Han sido encarcelados varios oficiales de policía por aceptar sobornos de los periódicos tabloides. Aparte la desproporción de la recompensa, la preocupación por los intereses propios y la disminución de la virtud pública desfigura también a Gran Bretaña y en la falta de confianza marcha el populista Ukip.

Sabemos que la base de una sociedad más justa es una relación proporcional entre la recompensa y el esfuerzo, ayudándose unos a otros en tiempos de vacas flacas y compartiendo los beneficios con los demás en tiempos de abundancia. Pero este tipo de sociedad debe ser dirigido por personas que cuenten con esas virtudes. Hasta hace 50 años, nuestra moralidad pública se sustentaba en la creencia en Dios: aunque la élite nos trataba mal, al menos sabía que se comportaba mal, porque Dios se lo recordaba, y además temían que arriba les pidiera cuentas. Hoy en día estamos viviendo en medio de la rebelión de las élites como advirtió hace casi 20 años el historiador Christopher Lasch. El código moral basado en el cristianismo, que al menos de palabra apoyaba la equidad, se ha debilitado por la secularizació y por las reglas de la economía de libre mercado. Tampoco hay movimientos obreros potentes, con firmes creencias en la viabilidad del socialismo, lo cual mantendría a las élites a raya.

La visión de Lash era que solo había un camino a seguir: la reafirmación de la democracia. Lo que necesitamos no es la democracia de depositar un papel en una caja de vez en vez. Necesitamos la democracia profunda, con transparencia y rendición de cuentas, así como los mecanismos constitucionales y los procesos que obliguen a nuestros líderes a dar cuenta de sus actos públicos y privados día a día.

En este sentido, Grillo en Italia puede predecir un futuro mejor: la insistencia en que la política italiana sea completamente abierta tiene que cumplirse. También estamos aprendiendo cada día sobre quién está haciendo qué, como ha demostrado la caída de Cahuzac. Pero esto solo son los cimientos del puente para salvar la brecha abierta por la mentira y pasar al lado de la verdad. Necesitamos aún más sinceridad y aplicar la virtud, los mismos principios, a nuestros negocios y bancos. Es necesario que la legitimidad se entienda y aplique de un modo diferente al dominio público y la intervención pública. Es hora de que nuestros líderes rindan cuentas de sus acciones, tanto en el sector público como en el privado.

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Fuente: http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2013/apr/07/new-democracy-of-accountability-needed


 

 

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