EL
COMUNISMO COTIDIANO Y EL “ESPÍRITU DE LA NAVIDAD”
Por Jerôme Roos, ZSpace
Ilustración de
O COLIS
Traducción de Enrique Prudencio para Zonaizquierda.org
En estos tiempos de crisis es fundamental recordar que las semillas de
una sociedad mejor yacen incrustadas en las contradicciones de la
actual.
Al menos en el mundo occidental, la Navidad es una época profundamente
esquizofrénica. Por un lado, estos días festivos reúnen algunos de los
mejores aspectos de lo que significa ser humano: las personas se reúnen
para compartir mantel y regalos en un espíritu comunal que rompe
temporalmente con la alienación de la vida cotidiana. Pero, al mismo
tiempo, los días de fiesta hacen brillar con más fuerza algunos de los
peores elementos del consumismo y la falsa pretensión que han llegado
a impregnar el tejido social: filas interminables de seres humanos zombificados tropiezan, sin verse, unos con otros mientras deambulan por
centros comerciales pretenciosamente decorados en busca del último e
inútil artilugio o tarjeta de regalo, lo que confirma una vez más que la
única manera de expresar el valor en la sociedad del capitalismo tardío
es a través de la acumulación de mercancías enteramente inútiles,
incluso cuando sabemos que incontables seres humanos duermen en la
gélida calle todas las noches.
Cuando Charles Dickens se puso poético sobre la muerte, la codicia y la
avaricia en su clásico “Cuento de Navidad”, sin duda tenía en mente el
desbarajuste social del capitalismo industrial temprano. Por supuesto,
la crítica al capitalismo de Dickens, no incluía un análisis económico y
político profundo, y al final no pudo ir más allá de la indignación
moral ante la pobreza y la quiebra de la virtud humana. Pero, dicho
esto, incluso Karl Marx opinaba que “en sus tiempos Dickens proclamó al
mundo las verdades más crudas sobre la política y la sociedad que no
habían sido dichas ni por los miembros de la casta política profesional,
ni por cronistas ni moralistas juntos”. “Un cuento de Navidad” se
publicó en 1843, sólo cinco años antes del Manifiesto Comunista y la
oleada revolucionaria de 1848. Si tuviésemos que escribir “un cuento de
Navidad” para nuestro tiempo, ¿sería realmente una historia muy
diferente?
Feliz Navidad y próspero año del miedo.
El personaje de Scrooge parece todavía omnipresente entre los ricos
inversores de Wall Street que no han pagado ni un céntimo por el huracán
financiero que crearon en el período previo a la crisis actual, en la
casta política ávida de poder, que literalmente está rodeada de oro
mientras anuncia una era de austeridad para todos los demás. La miseria
y la muerte son moneda corriente una vez más mientras las redes de la
seguridad social son sacrificadas en el altar del mercado y millones de
personas trabajan como esclavos en cualquier tipo de trabajo, cada vez
más precario, sólo para poder llegar a fin de mes sin dejar de pagar sus
deudas e impuestos cada vez más altos. Y, sobre todo en esta época del
año, en que lo que cuenta no es solo la privación material, sino también
el trauma psicológico por la inseguridad económica persistente y la
fragmentación social que causan estragos a una escala que apenas si nos
podemos imaginar (un asesino silencioso que se lleva miles de vidas sin
que ni siquiera oigamos hablar de ello).
Hace poco me mudé a Atenas, donde la descripción que hacía Dickens del
crudo capitalismo, se representa todo los días: la gente común durmiendo
delante de los bancos y supermercados como perros callejeros, decenas de
miles de rótulos de ”Se alquila” cubren las fachadas; inmigrantes
escondidos entre los restos de edificios en ruinas, muertos de miedo por
las redadas de la policía y los ataques de la escoria racista neonazi.
Una capa de niebla se cierne sobre la ciudad, donde la gente recurre a
quemar leña, cartones o plásticos para calentarse. Los propietarios de
los pisos en alquiler han apagado las calderas de la calefacción central
en todo el país, sencillamente porque los inquilinos no pueden pagar los
gastos de la comunidad de vecinos. Hace apenas unas semanas, una niña de
13 años murió a causa de la inhalación de monóxido de carbono, debido a
que la madre trató de defenderse del frío polar que se dejaba sentir en
su apartamento. La electricidad había sido cortada por no pagar los
gastos de comunidad. Estos no son hechos aislados. La pobreza similar a
la que llamamos “tercermundista” se está abriendo camino hasta el mismo
núcleo del Occidente “desarrollado”. El hambre y la desigualdad están
aumentando en toda Europa y América del Norte. Una cifra récord de 48
millones de estadounidenses –de los cuales 22 millones son niños–
depende de los cupones para alimentos como única forma de
supervivencia. Oxfan advirtió recientemente que Europa se enfrenta a
una “década perdida” de pobreza y marginación social, y el director de
la ONG lamentaba que cuando “nuestra organización se fundó en 1942
debido al hambre en Grecia, nadie hubiera creído que estaríamos aquí 70
años después, encontrando a Grecia en esta terrible situación”. Y, de
nuevo, Grecia no es la excepción
–la llamada cuna de la democracia no
es más que la concreción de lo universal de una tendencia aterradora en
todo el mundo, donde regímenes nominalmente democráticos recurren cada
vez más al autoritarismo y a tomar medidas inhumanas para hacer cumplir
su dogma neoliberal, que se puede resumir en una fórmula simple:
privatizar ganancias y socializar pérdidas. Scrooge se cierne hoy sobre
todos nosotros blandiendo porras, gases lacrimógenos, balas de goma y
algunas de plomo.
No es casualidad, por tanto, que los manifestantes que abarrotaron las
calles de Atenas y otras ciudades de Grecia en diciembre de 2008, tras
el “asesinato policial” de Alexis Grigoropoulos de 15 años de edad,
atacaran e incendiaran el enorme árbol de navidad que había sido
colocado de inmediato y ostentosamente en la plaza Syntagma frente al
Parlamento. Unos días más tarde aparecieron garabateadas en una pared
las palabras: ¡feliz crisis y próspero año nuevo del miedo!
El comunismo cotidiano y las crisis de nuestro tiempo
Pero esta no es la historia completa. Al igual que la Navidad, las
épocas de crisis tienden a ser profundamente esquizofrénicas al producir
los dos peligros extremos: desintegración social y oportunidades sin
precedentes para el cambio social radical, ninguno de los cuales parecía
posible en el estado anterior de normalidad. Incrustado entre las
propias contradicciones del capitalismo, se encuentra el potencial
latente tanto para su desintegración en la monstruosidad y su
disolución, como para su transformación en un sistema mejor. En griego
antiguo la palabra crisis significaba exactamente esto: el momento de
separación, resolución o sentencia, como un punto de inflexión en una
enfermedad que determina el destino del paciente (un momento que decide
entre la vida y la muerte). Fundamentalmente la palabra implica
conflicto: delante de nosotros se encuentran dos resultados posibles,
nuestras acciones de hoy determinarán el mundo en que viviremos las
próximas décadas.
Al mudarme a Atenas, descubrí rápidamente por qué el paciente ha logrado
sobrevivir a su crisis hasta ahora. Obviamente no ha sido gracias a los
recortes presupuestarios o los rescates de la UE y el FMI. Todo se debe
a la ayuda mutua y la solidaridad comunitaria. Sin la gente común
sencillamente ayudándose unos a otros para ir tirando hacia delante, la
sociedad griega estaría aún en peores condiciones. Si no fuera por los
padres que se traen de nuevo a casa a sus hijos veinteañeros, los
comedores de la beneficencia que ofrecen comida a los hambrientos, las
clínicas autónomas que prestan asistencia médica gratuita a las personas
sin cobertura de la seguridad social y los centros sociales que
distribuyen ropa gratis a aquellos que lo necesitan, es difícil imaginar
cómo hubiese podido la gente hacer frente a la catástrofe humanitaria.
Lo cual nos lleva a una conclusión irónica: si no fuera por el sentido
comunal y la ayuda mutua (condiciones ambas que desafían la lógica del
interés propio de Adam Smith y Hayek) el capitalismo probablemente no
podría sobrevivir. En verdad, ninguna sociedad puede funcionar sin una
buena dosis de solidaridad. El truco, entonces, consiste en manejar esa
solidaridad no como un medio para sostener al capitalismo, sino como arma
para acabar con él.
“David Graeber se refiere a esta roca del fondo social de la solidaridad
comunal como “el comunismo cotidiano”. “Basándose en el trabajo del
antropólogo francés Marcel Mauss, Graeber distingue entre tres tipos de
relaciones sociales: relaciones jerárquicas basadas en antecedentes,
relaciones formalmente iguales basadas en el intercambio y relaciones
genuinamente igualitarias basadas en compartir, o el viejo principio
comunista “de cada uno según su capacidad, a cada uno según su
necesidad”. Estos diferentes tipos de relación social nunca son
monolíticos y no deben por tanto ser totalizados. Ninguna sociedad está
solo basada en los antecedentes, en el intercambio o en compartir. En
lugar de ello, los tres modos conviven en diferente medida según el
modelo de sociedad. Las sociedades feudales pueden ser calificadas
predominantemente por la jerarquización, las sociedades capitalistas por el
predominio del intercambio y las sociedades genuinamente comunistas, por
compartir. Pero incluso en este último tipo de sociedad, la jerarquía y
el intercambio nunca desaparecerán por completo, sino que estarán
subordinadas a una lógica cultural y sistémica diferente: la lógica de
compartir llegará a prevalecer cuando las prioridades sociales se
reorganicen radicalmente.
Por supuesto que las cosas no son tan simples. Pero en esta época del
año y en este momento de crisis, Mauss y Graeber dirigen nuestra
atención hacia algo muy importante: incluso en la sociedad capitalista,
las relaciones “comunistas” (de solidaridad y de compartir) siguen
existiendo. De hecho, en muchos sentidos, “ya somos comunistas” –
especialmente con la familia y los amigos y sobre todo en un día como
este. Sería inconcebible para cualquiera de nosotros presentar a
nuestros padres, hermanos o hijos la cuenta por la cena de Navidad que
acabamos de cocinar para ellos, del mismo modo que sería totalmente
absurdo que las madres cobrasen a sus hijos los gastos de crianza y
lactancia. De la misma manera, es totalmente absurdo que hoy Scrooges
–aduciendo una crisis de su propia creación – tratara ahora de
socializar sus pérdidas cerrando las gargantas de los demás con las
garras de la austeridad y ponerle precio a los bienes comunes como el
agua y el conocimiento. Si se llevan a su extrema lógica, esta lógica
Randiana de descarnada codicia individualista, llevaría directamente a
la desintegración social y a eso es precisamente a lo que el
neoliberalismo está empujando al mundo actualmente.
El Espíritu de la Navidad aún está por llegar
Estamos viviendo un momento en el que la sentencia del juicio sobre el
destino de la humanidad está aún por decidir. En estos días oscuros,
cuando toda esperanza parece perdida y hasta el más comunista de los
rituales sociales se está sometiendo al espectáculo del consumismo de
mente yerma, resulta fundamental recordar que las semillas para la
creación de un mundo mejor ya están sembradas en la tierra arrasada del
mundo actual y nuestro reto como “radicales” o “revolucionarios” no es
necesariamente la creación de una nueva sociedad partiendo de cero, sino
más bien la liberación y la adecuación de las potencialidades ocultas
de la solidaridad y la vida en común, que actualmente están siendo
reprimidas con el cañón de una pistola. Esto debería proporcionar
esperanzas y ánimos para la lucha: no tenemos necesariamente que
esforzarnos en innovar lo nuevo tanto como lo hemos hecho para aplastar
el pasado e intensificar lo que ya existe.
En “Un cuento de Navidad”, Scrooge se transforma finalmente en un hombre
mejor, abrazando el espíritu de la Navidad y el sentimiento de gozo
comunal que representa –pero no antes de recibir la visita de tres
espíritus: el de las Navidades pasadas, el de la Navidad presente y el
de la Navidad aún por venir. El primero le mostró su propia versión del
pasado, el niño dentro que había disfrutado en el niño dentro del cual
había disfrutado en el espíritu de compartir; el segundo lo enfrentó con
el hombre totalmente despreciable en que se había convertido,
aferrándose a su dinero como si no hubiera un mañana y con una imagen
aterradora de lo que le esperaba si persistía en su camino de codicia y
ruindad:
El espíritu se acercó lenta y gravemente, en silencio. Cuando llegó
cerca de él, Scrooge se inclinó sobre sus rodillas, porque el aire a
través del cual se movía el Espíritu parecía dispersar la oscuridad y el
misterio. Estaba envuelto en una prenda de profundo color negro que
ocultaba su cabeza, su cara, sus formas y no dejaba nada de él al
descubierto salvo una mano extendida. Le conmocionó con un horror vago e
incierto, vio que detrás del velo oscuro había unos ojos fantasmales
intensamente fijos en él, mientras que aunque estiraba su propio cuerpo
al máximo, no podía ver nada más que una mano espectral y un gran bulto
negro.
Seamos ese espíritu sombrío, el fantasma envuelto en
oscura vestimenta que
atormentaba
al avaro antes de acostarse. Seamos el
espíritu de la
navidad aún por venir
–el fantasma del inquietante comunismo ya existente
que recorre el presente capitalista–.
Seamos el Espíritu de la Revolución reencarnado, azote de los Scrooges
de nuestro tiempo justo cuando la oscuridad parece envolver el mundo.
Mayo de 2014 será la fecha que marque nuestra fantasmal reaparición.
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*Jérôme
Emanuel Roos es escritor y activista. Doctorado en económicas por London
School. Investigador de la Crisis de la Deuda en la universidad Europea.
Fuente: http://www.zcommunications.org/everyday-communism-and-the-spirit-of-christmas-by-j-r-me-roos.html