Esto es lo que sucede cuando se prohíbe la protesta pacífica.
 

Por: Jerôme Roos / Roarmag
Traducción: Enrique Prudencio para Zona Izquierda


Las prohibiciones de las protestas pacíficas, desde Egipto hasta España, están obligando a los ciudadanos a enfrentar la violencia policial para seguir expresando su oposición a las medidas cada vez más represivas del gobierno.

Cuando el gobierno derechista del presidente Mariano Rajoy anunció una nueva ley que prohíbe radicalmente las protestas cerca de los edificios oficiales del Estado bajo multas de 600.000 euros, e incluso con penas de cárcel, a quienes traten de organizar manifestaciones “ilegales” a través de los medios de comunicación social, probablemente pensó que esto era algo muy ingenioso. Ahora que parecían haber disminuido las protestas callejeras masivas que sacudieron España durante los años 2011- 2012, quienes están en el poder, probablemente esperan que la gente acepte la Ley orweliana de Seguridad Ciudadana mientras los de arriba siguen chupándoles la sangre.

Pero la gente no va a aceptar nada de esto. En lugar de acobardarse y someterse, la plataforma de coordinación descentralizada de los potentes movimientos sociales de España puso de nuevo a la gente en pie, organizando anoche una gran manifestación frente al Congreso. Lo que ocurrió después bien podría ser una muestra de lo que se les avecina a los gobiernos de todo el mundo en su intento de cerrar de golpe todas las puertas – tanto institucionales como no institucionales – a la oposición legítima y la participación democrática de la gente. Miles de manifestantes se concentraron frente el Congreso y cuando la policía trató de disolver la manifestación, replicaron con el lanzamiento de ladrillos y botellas y rompiendo algún coche de la policía.

Los enfrentamientos de anoche en Madrid son solo los últimos de un largo periodo de acción-reacción, revueltas y represión, rebelión y represión. Ha dado comienzo un proceso nefasto de represión en todo el mundo. En muchos de los países que experimentaron movilizaciones sociales masivas desde 2011 en adelante, las élites aterrorizadas están aprobando leyes que prohíben este tipo de manifestaciones multitudinarias que dieron el pistoletazo de salida a la Edad del Manifestante. El poder trata desesperadamente de institucionalizar su “Termidoriana” contrarrevolución ahora que los movimientos parecían estar en reflujo. En todas partes se está aprobando este tipo de legislación antiprotesta, que lo único que consigue es que la gente vuelva de nuevo a la calle.

En Egipto, cuando se produjo un nuevo brote de protesta el mes pasado, el gobierno bajo control militar actuó con toda rapidez para poner en práctica una nueva ley que prohibía todas las reuniones no autorizadas de más de 10 personas. El día siguiente al anuncio de la ley los activistas salieron a las calles de El Cairo para reprobarla y el régimen respondió atacando y deteniendo a los manifestantes, que posteriormente fueron torturados y abusaron sexualmente de algunas mujeres. Aún así, los activistas de El Cairo advirtieron: “no vamos a dejar de protestar por el capricho y la conveniencia de un régimen contrarrevolucionario”, declarando que “la revolución que comenzó el 25 de enero había vuelto a las calles”.

Además de en Egipto y España, también se han promulgado leyes similares en otros países. Durante la revuelta estudiantil en Quebec el año pasado, el gobierno trató de hacer frente a la explosión de indignación popular mediante la promulgación de una ley de emergencia que prohíbe las manifestaciones. En Japón, el gobierno está tratando de hacer lo mismo después de las masivas manifestaciones antinucleares tras el desastre de Fukushima en 2011. Y dondequiera que la protesta no haya sido declarada fuera de la ley, las fuerzas policiales están tratando de hacer todo lo que esté en su mano para tratar a los manifestantes como a delincuentes. No hay más que ver la forma en que trata la policía a los estudiantes en el Reino Unido, o la forma coordinada con los servicios de seguridad de la banca en que el gobierno federal norteamericano tomó medidas extremas contra el movimiento Occupy, apostando tiradores de élite en los tejados próximos a Wall Street.

La represión de la protesta popular en todo el mundo debe ser vista como parte de una evolución general de la naturaleza del Estado capitalista: se aleja de los mínimos niveles democráticos que la socialdemocracia mostraba en el Estado del bienestar keynesiano, en dirección a una forma neoliberal cada vez más autoritaria. En este sentido, la prohibición de la protesta es una medida indicativa de un reordenamiento contradictorio de las relaciones de poder. Para unos los movimientos parecen no haber dejado una clara impresión: parece ser que las manifestaciones callejeras masivas de los últimos años han aterrorizado tanto a los gobiernos que ahora consideran que necesitan tales medidas draconianas para mantener el control del poder. Esto revela algo acerca de la fragilidad ideológica del orden establecido, cuya legitimidad fue sacudida hasta los cimientos por los levantamientos de 2011-2013.

Según Marx – y lo puede observar cualquiera – los estados cuentan con aparatos ideológicos y coercitivos. Entre los primeras está tradicionalmente la Religión, la familia, la escuela y actualmente además de los mencionados se encuentra el estudio de la psicología de masas que permite tener en todo momento una radiografía exacta de los deseos, sentimientos, miedos, anhelos, especialmente ahora que pueden escuchar lo que las personas hablamos y transmitimos en privado mediante la acción de las agencias de espionaje como la NSA (recuerden a Snowden). Esta información es muchísimo mas fiable que las encuestas en que las personas consultadas contestan a un cuestionario y pueden mentir en las respuestas, mientras que la NSA recoge todo lo que se habla y escribe cuando pensamos que solo lo van a oír o leer las personas a las que nos dirigimos. Esto permite que la propaganda política, la publicidad comercial y las manifestaciones culturales (Hollywood, TV, música) acoplen el mensaje que encaje con precisión en la psicología de masas en cada momento.

Maquiavelo dice que cuando el aparato ideológico ya no sirva para contener a las masas dentro de su camisa de fuerza mental del consentimiento “democrático” y la complacencia, la fuerza física pura tiene que compensar esa falta de legitimidad. Maquiavelo compara el poder con un centauro, mitad hombre, mitad bestia y ambos lados deben ser movilizados por el estadista astuto con el fin de someter a sus enemigos, entre ellos la multitud rebelde que en un estado de ira y rabia marcha hacia las puertas de palacio. En palabras suyas “hay dos métodos de lucha, mediante la ley o por la fuerza: el primer método es el de los hombres, el segundo el de las bestias, pero como el primer sistema a menudo no es suficiente, hay que recurrir al segundo.

Llevamos mucho tiempo en que los pueblos han sido gobernados mediante los aparatos ideológicos.

Marx decía que los Estados preferían dominar a los pueblos mediante los aparatos ideológicos, pero en las situaciones en que los pueblos tomaban conciencia de cómo se les estaba engañando con el fin de conseguir la máxima explotación, el estado tenía que recurrir al aparato coercitivo: policía, guardia civil y ejército y si no era suficiente, pedir ayuda a otros Estados para ahogar la rebelión en sangre.

Y así nos encontramos actualmente en una encrucijada histórica: ahora que la élite gobernante no puede seguir gobernando con el consenso voluntario de los gobernados, recurrirá crecientemente al uso de la fuerza con el fin de mantener su posición de privilegio. Esto enfrenta al movimiento con una situación muy seria y preocupante. Si la bestia interior del Estado se apodera de la capacidad humana para dialogar y razonar, ¿podremos realmente seguir luchando con los mismos medios? ¿ Tiene realmente sentido contrarrestar la ferocidad a la bestia rabiosa y asesina con el raciocinio y la astucia del hombre? ¿Qué sentido tiene la protesta pacífica si el Estado simplemente la prohíbe por ley y nos arresta por disentir públicamente? ¿Qué futuro tenemos si nos encarcelan sin contemplaciones, o nos arruinan con multas, destruyen nuestras vidas, simplemente por convocar a otros seres humanos como nosotros para hablar pacíficamente sobre la injusticia? ¿En que dirección nos quiere encaminar el Estado? ¿Se puede considerar responsable a los movimientos por lo que venga a continuación?

Hay preguntas que aun no deberíamos contestar, pero como también observa Maquiavelo, debemos recordarnos a nosotros mismo que ninguna autoridad política puede gobernar nunca con la fuerza bruta solamente. La violencia engendra violencia, y los ciclos perpetuos de retribución le pueden costar caro incluso al vencedor. Al Estado capitalista no le interesa gestionar sus negocios sobre la base de la fuerza bruta y el terror. Antes o después el Leviatán, tendrá que llegar a un compromiso serio, o enfrentarse a las consecuencias. A quienes deseamos paz, es posible que el futuro no nos resulte muy bonito. Una bestia hambrienta nos está mirando a los ojos. ¿Qué hacemos ahora? ¿Qué hacer, Lenin?

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*Jérôme Emanuel Roos (1985) escritor y activista. Graduado por la Universidad de Utrecht, y la London School of Economics.

 

Fuente: http://roarmag.org/2013/12/spain-egypt-law-ban-protest/
 

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