Hacia un asamblearismo real

Por Jose Ignazio

Ilustación de O COLIS

 

Nota introductoria: Somos plenamente conscientes de que no existe una única forma de asamblearismo, sino muchas muy diversas. Utilizamos el término homogeneizador –y por tanto incompleto– “asamblearismo” por una mera cuestión de utilidad práctica. Nada más lejos de nuestra intención, por otra parte, que postular un determinado modelo de asamblearismo, o considerar el “asamblearismo” como un sistema cerrado o una ideología. Lo consideramos ante todo una forma de organizar espacios de diálogo, de organización y de búsqueda de consenso de manera no autoritaria y con la máxima horizontalidad y libertad posibles. Entendemos por “asamblearismo” por tanto al conjunto de movimientos que apuestan por esta forma de diálogo y organización políticos como eje de la realidad social.

 

El asamblearismo propone la asamblea de iguales como eje de debate, discusión, organización y decisión política, pero su potencial real y transformador no se acaba ahí. Gran parte de los movimientos asamblearios –el 15M entre ellos– utilizan la asamblea únicamente como espacio político público, y como herramienta para alcanzar una horizontalidad real dentro de grupos de afinidad que intenta intervenir en lo real. Pero esa es sólo una de sus aplicaciones en la realidad social. Un asamblearismo extenso y verdadero debe proponerse impregnar las distintas realidades sociales, incluyendo también y sobre todo la organización del trabajo y la de la totalidad de los procesos educativos y actuar de manera material y concreta sobre la realidad. Mientras el asamblearismo se limite a la asamblea pública o de grupos de activistas, seguirá siendo un proyecto político inacabado, con el riesgo constante de ser absorbido por el sistema jerárquico y autoritario dentro del que surge. Se hace necesario extender en lo posible el proyecto de la asamblea –que es un proyecto político, pero también y fundamentalmente educativo y social– a todos los ámbitos de la realidad colectiva.


Reducir el asamblearismo al modo de participación y decisión política –por ejemplo, como forma de debatir, tratar y decidir sobre asuntos de la vida pública en barrios y pueblos–  es limitar el asamblearismo como proyecto real, que debe empezar en las relaciones interpersonales, en escuela, familia y puesto de trabajo.

Asamblearismo versus democracia parlamentaria

Numerosos sectores sociales –incluyendo algunos muy afines al sistema actual– mantienen todavía la creencia de que asamblearismo y democracia parlamentaria son compatibles y pueden subsistir uno junto a la otra. Nada más lejos de la realidad: en esencia, se trata de dos proyectos antitéticos. La democracia parlamentaria, al incidir en la representatividad y la delegación del poder, se nos muestra como un sistema de dominación de unas clases sobre otras –básicamente, lxs representantes y sus lobbies de poder sobre lxs representadxs –, que se fundamenta sobre una compleja jerarquía vertical que penetra todos los ámbitos de la sociedad, incluyendo la educación –Ministerio, concejalía, dirección provincial, dirección de centro, profesorxs, alumnxs– y la organización del trabajo –dirección de empresa, consejo de administración, comité de empresa, jefxs, trabajadorxs–. Frente a esto, el asamblearismo busca una sociedad sin clases que se organiza de manera horizontal y no autoritaria donde cada individuo tiene voz y capacidad de decisión y donde la organización colectiva se lleva a cabo eliminando todas las jerarquías. Frente a una falsa asamblea formada por individuos de una misma clase social –el Parlamento– distribuidos en distintas facciones y completamente blindada a la participación real del resto de la población, el asamblearismo apuesta por asambleas de iguales con participación real de quien quiera formar parte de ellas, y que se imbrican en todas y cada una de las actividades colectivas.


Mientras el asamblearismo coexista con la democracia parlamentaria, su potencial y su efectividad reales quedarán fuertemente mermadas. La implantación de un asamblearismo real sólo será posible con la sistemática desaparición del parlamentarismo y su substitución por una red compleja de asambleas de iguales.


La asamblea no es un medio para un fin, sino una realidad en sí misma


Otra de las equivocaciones señalables al utilizar el asamblearismo es considerarlo un medio para llegar a formas de organización diferentes –generalmente verticales y jerárquicas–. Pero la asamblea de iguales es un espacio completo en sí mismo, donde se desarrollan y florecen relaciones sociales y personales completamente distintas a las de los sistemas autoritarios, y que se fundan sobre la igualdad, la solidaridad y la cohesión en lo común. La horizontalidad propone formas de relación y de participación completamente diferentes a la verticalidad, y podemos incluso afirmar que forma personas totalmente distintas. El condicionamiento psicológico cambia de manera radical de un proyecto horizontal a uno autoritario. El patriarcado, por ejemplo, no tiene sentido alguno.

 

 

  

 

 

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