SER DE ALGUNA PARTE
 

Texto e ilustración de O COLIS para Zonaizquierda.org


Sólo se pertenece, o se es verdaderamente, a lugares que no tienen nombre, sino personas y cosas, colores y olores, montañas, ríos o mares, y a través de la vida uno va, o debiera ir entendiendo, que se pertenece a más lugares cada día, a todos los lugares, y finalmente, al mundo; pues las patrias son sólo sueños restrictivos y febriles que producen monstruos, o que producen los monstruos. Aparte del damocles genético inmemorial que aporta características particulares ya de partida a nuestro personal modo de proceder, todos somos como somos más por los lugares, personas y acontecimientos que nos entraron dentro que por el lugar y la parentela con los que aparecimos o salimos a la vida y al mundo, al menos somos mucho más comprensibles por aquellos.


Es natural “ser” de alguna parte, e inevitable, lo monstruoso es creer que esa parte o lugar en la que naciste “es” tuyo sólo porque has nacido ahí. “Ser de” o “ser dueño de”, he ahí la cuestión de la propiedad nacionalista. Pues como sucede con ser padre o madre, hijo o hija, sólo se es verdaderamente padre, madre, hijo, hija, si adoptas a los hijos e hijas o eres adoptado por quienes quieren ser tu padre y tu madre, independientemente de si son progenitor o progenitora “biológica” de los hijos e hijas que apellidan, o seas progenitado-progenitada o no por los que figuran y figurarán siempre desde el momento de la adopción-nacimiento como la madre y el padre que te apellidan (siendo entonces la maternidad y la paternidad en sí una figura retórica que pueden ejercer dos personas, sean ambas mujer o ambos hombre, o mujer y hombre, porque la responsabilidad asumida por los que van a vivir junto a la prole no ha de ser sobrevenida sino deseada y ejercida responsablemente). Hay maestros y maestras que fueron como padres o madres; y amigos y amigas que fueron hermanos o hermanas, más que lo fueron los “naturales”, y así los consideramos, con el cariño y la correspondiente comprensión relativa a ello, a ese difuso o confuso sentido y sentimiento de lo familiar.


Las patrias funcionan como las comunidades de vecinos, las más idealmente completas han de tener: copropietarios, alquilados, presidente de la comunidad, vicepresidente, secretario, junta de propietarios, administrador, portera o portero, o conserjes de finca urbana, limpiadores, mascotas y animales de compañía; portería y residencia de los porteros, locales comerciales, oficinas, consultas técnicas, bajos comerciales, entresuelo, planta principal, pisos con puerta principal y puerta de servicio, terrazas, tejas y tejados, patios de luces interiores, cuarto de calefacción y cuarto de contadores, conducciones de agua, gas, electricidad, fibra óptica, conducciones de detritus y aguas, pozos negros, cuartos de almacenamiento de combustibles varios; plantas ornamentales, visitantes, cartero comercial, cartero postal, cobradores y recaderos, vigilantes o serenos; picaportes, llamadores de adorno, timbres, portero automático con o sin televisor, buzones, trasteros, ascensor del vecindario, ascensor del servicio o montacargas, escalera principal, escalera de servicio, escaleras de escape o seguridad, antenas y pararrayos, puertas, cerrojos, pestillos, portal y llave de la puerta del portal. En algunos casos tienen también jardín, gimnasio, capilla, garaje, floresta, foso, alberca, piscina, cuadra, todo con sus correspondientes puertas, puentes y puentecillos, cancelas, vallas, verjas, muros, cenadores, invernaderos, emparrados, fuentes, empalizadas y todos los complementos y edificaciones necesarios para su mantenimiento; y son frecuentados por personas contratadas que atienden esos servicios comunitarios: jardineros, profesores de gimnasia, chicún, yoga, sacerdotes y confesores, practicantes y masajistas, fumigadores, chóferes, poceros, técnicos de mantenimiento, pintores, fontaneros, carpinteros, cristaleros, encofradores, albañiles, herreros, veterinarios, granjeros, caballistas. Y aún en el caso de las comunidades de vecinos más modestas y pequeñas, que son las más, por muy humildes que sean, aun las sin ascensor, portero o calefacción, etc., tienen como patriótica bandera simbólica el orgullo, sentido y sentimiento de la propiedad y posesión del lugar de residencia, y funcionan como si fueran Estados con bandera. Por humilde que sea la finca, las relaciones entre los vecinos tienden a ser, han de ser, son, como en las más lujosas, aunque con su toque y diferencia de clase correspondiente, y en todas ellas el nombre y el número de la calle, el barrio, el distrito, hacen de patriótica bandera distintiva, diferenciadora, porque se refiere exclusivamente a ellos. Y en todos los casos quedan excluidos de la representación propietaria los vagabundos y okupas, bichos, roedores, arácnidos, ofidios, quelonios, líquenes, musgos, seres e insectos varios, etc., el propio polvo y residuos fruto del desgaste de los vecinos y sus enseres, así como los pájaros, gatos o perros, ajenos a la propiedad. Incluso hay carteles que avisan de todo esto a los paseantes ocasionales ajenos a la propiedad, y hacen de frontera, haciendo las funciones de las de los Estados.


La bandera de las comunidades de vecinos es o sirve, como sucede con las de los Estados, de bayeta con la que limpiar la finca, los rellanos, los cristales, el pasamanos, las barandillas y zócalos, los sótanos y cuartos de servicio, las escaleras; el pañuelo con el que se suena los mocos el administrador o la administradora, y se limpia el culo el o la presidente de la comunidad; la bandera vecindaria puede ser como la sábana vieja que ondea al viento colgada del tendedero, a la vista de todos, o como la alfombra del portal, o la esterilla de entrada a los pisos, aunque en todos los casos la bandera es un trapo sucio que se lava o se lleva a la tintorería una y otra vez y que tiene impreso indeleblemente el rastro de toda la mugre innumerable que el vecindario ha acumulado durante toda su existencia como tal. Y en el caso de los Estados, además de todo eso, las banderas contienen empapadas en ella todas las lágrimas, el sudor y la sangre de los ciudadanos a los que ha asfixiado o desahuciado a través del tiempo, de la misma manera que queda el rastro de la sangre, el sudor y las lágrimas en los trapos con los que el verdugo tapa la cabeza de los ajusticiados por nuestro castizo garrote vil. En ocasiones, la bandera es también como la sábana santa.


Finalmente, la bandera es siempre el trapo sucio con el que el fanatismo patriótico propietario pretende meternos a todos en el mismo hatillo. El hatillo de los apandadores y los fanáticos localistas que obligan a reunir las soledades de todos en el patriotismo, por eso nos obligan a declarar que somos de alguna parte.
 

  

 

 

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