El
poder no es un bien sino una práctica
Comentando a Foucault
Texto de Liliana Pineda para elsalmoncontracorriente.es*
6
de octubre de 2016
Para Foucault existía un cierto lugar común entre la concepción, digamos,
jurídico liberal del poder político, y la concepción marxista ortodoxa,
o que se consideraba marxista. Este lugar común sería el "economicismo"
en la teoría del poder.
El poder político encontraba así en la economía su razón política,
histórica, de existencia, y el principio de su forma concreta y de su
funcionamiento actual, a la vez que su modelo formal, por lo que no se
podía descifrar sin tener en cuenta el proceso económico y las
relaciones de producción. Su propuesta, en cambio, se centraba en
analizar la mecánica del poder y el “dónde” aparece lo concreto del
poder, pues consideraba que si se plantea la cuestión del poder
subordinándola a la instancia económica y al sistema de interés que éste
asegura, todos los demás problemas aparecen como de poca importancia:
"Para la teoría jurídica clásica el poder es considerado como un
derecho, del que se es poseedor como de un bien que, en consecuencia,
puede transferirse o alienarse total o parcialmente mediante un acto
jurídico o un acto fundador de derecho, que sería el orden de la cesión
o del contrato. El poder es el poder concreto que todo individuo detenta
y que cede, parcial o totalmente, para contribuir a la constitución de
un poder político, de una soberanía. En el interior de ese conjunto
teórico la constitución del poder político se hace siguiendo el modelo
de una operación jurídica que sería del orden del cambio contractual
(analogía entre el poder y los bienes, el poder y la riqueza)".
De los muchos planteamientos que hizo Foucault para demostrar que el
poder no es una propiedad sino una estrategia, y que no se posee sino
que se ejerce, escogimos aquellos que hablan de la movilidad y de los
efectos del poder:
"El poder tiene que ser analizado como algo que circula, o más bien,
como algo que no funciona sino en las manos de algunos, no es un
atributo como la riqueza o un bien. El poder funciona, se ejercita, a
través de una organización circular. Y en sus redes no solo circulan los
individuos, sino que además están siempre en situación de sufrir o de
ejercitar ese poder, no son nunca el blanco inerte o consintiente del
poder, ni son siempre los elementos de conexión. En otros términos el
poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos".
Las diversas corrientes del socialismo del siglo XIX –el socialismo
utópico, el socialismo científico, el anarquismo– estaban esencialmente
de acuerdo sobre esta utopía fundamental: la desaparición de la
dominación de ciertos hombres sobre otros hombres. La mayoría de
aquellos pensadores creía ciertamente que la revolución debía hacerse
por medio de la constitución de los oprimidos en fuerza capaz de
oponerse al poder; sin embargo, esa fuerza de oposición o contra-poder
no podía ser considerada en sí misma un poder, en la medida en que su
proyecto era diametralmente opuesto al proyecto de dominación. Lejos de
querer imponer la dominación de una nueva clase privilegiada sobre el
resto de la sociedad –esto es, la sustitución del antiguo poder por uno
nuevo sin ponerlo en cuestión, en sus
estructuras y mecanismos concretos– la fuerza de los oprimidos aspiraba
a suprimir radicalmente el poder.
Este término de contra-poder fue explicitado sin equívocos por Proudhon
y otros teóricos del socialismo anarquista –la conversión completa o
revolución significa la desaparición del poder (la autoridad)–; de la
misma manera que en Marx el horizonte final, que alumbra el camino de la
revolución social, no era otro que la sociedad sin clases y sin estado.
Poder y contra-poder no eran por tanto simétricos: el primero es
proyección de la dominación, el segundo es proyección de la liberación.
La oposición diametral entre estas dos realidades no nos permitirá
considerarlas como versiones de un fenómeno único: el poder. En esa
interpretación no hay poder bueno y poder malo, hay poder y
contra-poder. Sin embargo, los históricamente comprometidos con el
proyecto de contra-poder comprendieron pronto que poder y contrapoder no
eran dos entidades puras, impermeables la una a la otra. La utopía de
una sociedad sin poderes debería mediarse históricamente en el actuar
del poder y la lucha contra él, esto es: en cierta manera debe asumirlo…
La mediación es esencialmente riesgo: el contra-poder corre siempre el
riesgo de asumir el poder sin transformarlo esencialmente, es decir,
corre el riesgo de ser absorbido por el poder.
"Para que se pueda luchar contra el Estado que no es solamente un
gobierno, es necesario que el movimiento revolucionario se procure el
equivalente en términos de fuerzas político-militares, en consecuencia,
que se constituya como partido, modelado –en el interior– como un
aparato de estado, con los mismos mecanismos de disciplina, las mismas
jerarquías, la misma organización de poderes…"
Hacer funcionar aparatos que están ya tomados sin destruirlos, requiere
acudir a técnicos y especialistas; de este modo se reutiliza a la
antigua clase familiarizada con el aparato, es decir, a la burguesía… Por
eso, Foucault consideraba que plantear la toma del poder como toma del
Estado, y proponer un contra-Estado como forma óptima de ejercicio del
poder, eran dos grandes errores, pues el Estado no es el lugar en el que
reside el poder.
La escuela neogramsciana intentó resolver esta contradicción
preguntándose cuál lucha de clases era la prioritaria para tomar el
poder; Foucault, sin embargo, no se interesó por responder a esa pregunta
pues para él la dificultad para encontrar las formas de lucha adecuada
se encontraba principalmente en el desconocimiento de qué es el poder
mismo.
“Lo que me sorprende en los análisis marxistas es que (...)
siempre se trata en ellos de la ’lucha de clases’, pero hay en esta
expresión una palabra a la que se presta, sin embargo, menos atención y
es a la ’lucha’. Ahí conviene matizar, los grandes entre los marxistas
(empezando por Marx) han insistido mucho en los problemas ’militares’
(ejército, como aparato de estado, levantamiento armado, guerra
revolucionaria). Pero cuando hablan de ’lucha de clases’ como resorte
general de la historia, se preocupan, sobre todo, de saber qué es la
clase, dónde se sitúa, a quién engloba, pero nunca qué es concretamente
la lucha, con una excepción más o menos: los textos no teóricos, sino
históricos, del propio Marx, que son mucho más útiles”.
La posición de Poulantzas en este punto también se alejó bastante del
marxismo ortodoxo al afirmar que las relaciones de poder, como sucede
con la división social del trabajo y la lucha de clases, desbordaban con
mucho al Estado, aunque esta apreciación no quiere decir que Poulantzas
estuviera de acuerdo con Foucault: “Cuando Foucault establece su propia
concepción del poder toma como blanco de oposición o bien a un cierto
marxismo, que confecciona a su gusto, caricaturizándolo, o bien el
marxismo particular de la tercera internacional y la concepción
estalinista, cuya crítica hemos hecho algunos desde hace tiempo”; ni
que considerara secundario y desdeñable el papel del Estado en la
existencia material del poder: “El Estado desempeña un papel
constitutivo en la existencia y la reproducción de los poderes de clase
más generalmente en la lucha de clases, lo que remite a su presencia en
las relaciones de producción”.
Pero Foucault respondía a esas críticas alegando que, al insistir
demasiado en el papel del Estado y en su papel exclusivo, se corría el
riesgo de no tener en cuenta todos los mecanismos y efectos de poder que
no pasan directamente por el aparato de Estado, que con frecuencia lo
afianzan mucho mejor, lo reconducen y le proporcionan su mayor eficacia:
“Después de todo, ha sido preciso esperar al siglo XIX para saber lo que
era la explotación, pero quizá todavía no sabemos qué es el poder, Marx
y Freud quizá no bastan... La teoría del Estado, el análisis tradicional
de los aparatos de Estado, no agotan sin duda el campo de ejercicio y
funcionamiento del poder... Sabemos perfectamente que no son los
gobernantes quienes detentan el poder... ’La noción de clase dirigente’
no está ni muy clara ni muy elaborada, ’dominar’, ’dirigir’, ’gobernar’,
’grupo de poder’, ’aparato de Estado’, etc., aquí hay todo un conjunto
de nociones que piden ser analizadas...”
Complementó esta afirmación añadiendo que la idea de que el punto de
acumulación del poder está en el Estado le parecía una idea sin mucho
recorrido histórico o, mejor dicho, que se agotaría pronto. Opinaba que
nada cambiaría en la historia si no se transforman los mecanismos de
poder que funcionan fuera de los aparatos de Estado, por debajo de ellos
y a su lado, de una manera mucho más precisa y cotidiana. Modificar
estas relaciones o hacer intolerables los efectos de poder que en ellos
se propagan dificultaría, en su opinión, el funcionamiento de esos
aparatos. Otra ventaja que encontraba en hacer la crítica al poder a
esta escala es que de esa manera no se reconstituiría la imagen del
aparato de Estado en el interior de los movimientos revolucionarios :
"En cada punto del cuerpo social, entre un hombre y una mujer, en una
familia, entre un maestro y un alumno, entre el que sabe y el que no
sabe, pasan relaciones de poder que no son la proyección pura y simple
del gran poder del soberano sobre los individuos; son más bien el suelo
movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las condiciones
de posibilidad de su funcionamiento".
Foucault recordaba las tendencias de análisis del poder con que
convivió: el poder no se planteaba para la derecha más que en términos
de constitución, de soberanía, etc., es decir, en términos jurídicos y,
del lado del marxismo, en términos de aparato de Estado. El modo como se
ejercía concretamente y en el detalle, con su especificidad, sus
técnicas y sus tácticas, no se buscaba, bastaba con denunciarlo en el
"otro", en el adversario. Pero, insistió: si se quieren captar los
mecanismos de poder en su complejidad y en su detalle, no nos podemos
limitar al análisis de los aparatos de Estado solamente, y hacer de esos
aparatos el instrumento privilegiado, capital y mayor, casi único del
poder de una clase sobre otra.
"De hecho el poder en su ejercicio va mucho más lejos, pasa por canales
mucho más finos, es mucho más ambiguo, porque cada uno en el fondo es
titular de un cierto poder y, en esta medida, vehicula el poder. El
poder no tiene como única función reproducir las relaciones de
producción. Las redes de la dominación y los circuitos de explotación se
interfieren, se superponen y se refuerzan, pero no coinciden".
Al negarse a privilegiar las fuerzas económicas y al no considerar la
ideología como una superestructura la vio a todos los niveles; propuso
abolir la excesivamente cómoda oposición entre lo inferior y lo
superior. Al cuestionar la interpretación del ejercicio de poder desde
la perspectiva de la ideología –que hace del poder la instancia del NO–
nos obligó a una subjetivación en el análisis. Desde su perspectiva, la
premisa que define el poder como algo negativo, que admite al soberano y
al esclavo para ejercitarse, no nos sirve para analizar el poder, porque
el poder moderno, para Foucault, está fundado en la manipulación
ideológico-simbólica, en la organización del consentimiento, y en la
interiorización de la violencia y la corrupción como inevitables.
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* Texto
publicado en:
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práctica
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