Entre las ruinas humeantes del arte y la
cultura...
ENTREMESES DE UNA ÉPOCA OSCURA
Texto e
ilustraciones de O COLIS para
Zonaizquierda.org
El
pasado lunes, 1 de junio, representamos en el teatro Fígaro nuestra
última función contratada (por el momento) de ENTREMESES DE UNA
ÉPOCA OSCURA. El balance de esta experiencia de representar
teatro político en el ámbito natural del "teatro tradicional" ha
tenido para nosotros, Teatro de Mayo, claroscuros, sorpresas,
sobresaltos y, sobre todo, la gratificación de trabajar muy
juntos en lo que creemos, y de la manera en la que creemos que
debemos hacerlo públicamente.
Hemos contado con el apoyo de Antonio del Castillo y de la
mayoría de los empleados de ese teatro, aunque por razones
que no se escapan a nuestra comprensión, ya que sabemos en
dónde estamos, qué quieren algunos de ellos y qué
diferencias hay con lo que queremos todos nosotros, la publicitación de nuestro espectáculo ha sido ridícula e
interesada ("muy interesada, por cierto", como dice uno de
los arlequinos de los entremeses), y en el sentido contrario
a nuestras pretensiones.
De alguna manera hemos sufrido la fiebre que atenaza a
la cultura teatral madrileña, y a la cultura y el arte
español en general, de la que la LEY MORDAZA no es sino
uno de sus más descarados y apabullantes estreptococos
caciquiles. La prensa y los medios en general, en un
estado comatoso y dependientemente clientelar de los
doctores culturales que nos atienden para que muramos de
una vez, lógicamente no han dado noticia de nuestra
existencia ni de nuestro espectáculo (y si no la han
dado de nuestra defunción es porque saben que seguimos
coleando), y aunque con mucho esfuerzo hemos logrado que
los también esforzados trabajadores de la prensa y los
medios independientes nos dediquen algunas líneas, esta
atención ha sido siempre muy voluntarista y sin
profundidad profesional alguna. Queríamos entrar en la
plaza de los teatros tradicionales con el caballo de
troya del teatro político y sólo se han enterado de que
estábamos ahí los que iban dentro del caballo y sus
amigos. Nosotros y nuestros compañeros amordazados. Ayer
asistí como espectador a la salida del público del
carísimo espectáculo bobalicón de El Rey León. Más
parecía la salida de un espectáculo deportivo: cientos
de personas. Hace varios años que esa salida es
diariamente así, miles y miles de espectadores han
seguido los avatares perversamente ingenuos de ese
espectáculo banal, perversamente banal. Aparte las
diferencias evidentes entre Disney y José Manuel Naredo,
Liliana Pineda y todos los que realizamos Entremeses de
una época oscura, ¿cuál es el secreto por el que el
público acude a raudales a ver El Rey León y no viene a
vernos a nosotros? ¿Es por la diferencia de calidad
entre ambos espectáculos? ¿Por la fama dispar y por el
contrastado atractivo de sus actores y actrices? ¿Será
por el diferente nivel de genialidad y calidad de ambos
libretos y músicas originales? ¿Será por la diferencia
de precio de las entradas? ¿Por la diferente
accesibilidad de los teatros en los que se representan?
¿Son muy amables los acomodadores de uno y muy
desagradables los del otro teatro? No a todo, la única
diferencia (aparte del precio de las entradas que, en
todo caso, debiera favorecernos) sucede que todo el
mundo sabe que se representa El Rey León y muchos de los
enterados van a verlo, y casi nadie sabe que estamos
representando Entremeses de una época oscura, por lo que
sería milagroso que vinieran a vernos. Esa diferencia
abismal entre el conocimiento público de ambas
existencias se debe a la abundantísima publicitación en
un caso y la total ausencia de ella en el otro.
Es
cierto que en una ciudad sin prensa cultural
independiente (en donde los medios principales son de
derecha y ya no tienen -como tenían antes- profesionales
solventes que se ocupen de la cultura y el arte de
izquierda, aunque solo fuera en un rinconcillo de las
páginas que dedican al arte y a la cultura de
entretenimiento ornamental) la publicitación del arte y
la cultura resulta muy cara, y se considera solamente
como inversión económica. Aunque también es cierto que
la nula inversión en publicidad resulta -conociendo como
conocen ellos el mercado de la cultura-carísima,
insoportablemente cara. Programar algo que no se anuncia
es, o debiera ser para ellos, tirar el dinero. Y dejar
que sea el propio elemento cultural el que se publicite
y anuncie es, cuando menos (si no es muy interesado, por
cierto), ingenua y perversamente amateur por su parte.
También es lamentable que "el público" se deje informar
de esta manera, que no busque, curiosee, indague en lo
que la cultura y el arte político muestran desde la
trinchera en la que se ven, nos vemos, arrinconados. Ese
público también es responsable que les den gato por león
y que ni siquiera sospechen que es así. Y tampoco es de
entender que la prensa de izquierda, por muy marginal
que sea y marginada que se encuentre, no haya dado
noticia profesional de nuestro espectáculo, a no ser por
esa sospecha perenne tan zorrocotroca de que sigan
considerando el arte como algo muy sospechoso (recuerdo
ahora la supresión del epígrafe Arte y Cultura de una de
las áreas de trabajo de un célebre partido político por
la de Cultura y Medios).
Veremos si las nuevas agrupaciones y partidos políticos
emergentes son más sensibles al arte político, si es así
nos encontrarán muy fácilmente.
Por
esto y por mucho más, en esta última representación (por
el momento) en el Teatro Fígaro, hemos decidido alterar
el libreto para hacer algunos movimientos alegóricos a
esa ley que nos amordaza, la que no está escrita y
promulgada, la que ni siquiera necesita imponerse porque
halla al público abúlico, entregado, inane, rendido... o
fanático y antiautocrítico.
Porque, sea como fuere, aunque el
futuro ya no es lo que era, nosotros resistiremos entre
las ruinas humeantes del arte y la cultura tan
españolamente madrileñas, dado quizá a que nuestra
característica inamordazable más peculiar como artistas
políticos es esta particular manía recalcitrante de
seguir en ello, pase lo que pase.