Tras la muerte de Franco, los represores franquistas y sus clientes
fueron señalados y acusados por el pueblo.
Y el primer mensaje posfranquista esperanzado fue: ¡Habla pueblo, habla!
Las izquierdas se manifestaron libremente y animaron el espíritu
participativo y el espacio acusatorio, pero no obtuvieron representantes
suficientes. Por eso no hubo ni justicia ni represalias contra los
franquistas, se manteó a los represores, eso sí. Como en un tapiz
goyesco aparecían los culpables dibujados por los humoristas como
peleles, y articulistas sagaces, larrianos, incluso, ponían de chupa de
dómine a todo dios; mientras que brillantes estudiosos del mercado
decían que ése era el camino de la regeneración, la democracia no
vengativa. Y por el bien del futuro de la democracia, se dijo, incluso
se firmaron pactos que hubieran sido impensables (por ejemplo, los de La
Moncloa) durante el periodo de clandestinidad (Santiago Carrillo
explicó: está en juego la democracia).
Y no se dejó seguir hablando y acusando al pueblo, porque hablaron por
él sus representantes posfranquistas no señalados, democráticamente
elegidos por ese mismo pueblo, o por la parte correspondiente de ese
pueblo que confió en ellos. Ellos sabrán qué hacer, debieron pensar sus
votantes.
Entonces los socialistas del PSOE, fingiendo que sí harían caso de las
demandas del pueblo propusieron: ¡Por el cambio! Y obtuvieron
representantes para el cambio. Junto a ellos, las izquierdas se
manifestaron libremente y animaron el espíritu participativo y
acusatorio por el cambio, pero no obtuvieron representantes suficientes.
Y cambiamos de gobernantes, el pueblo era el mismo, pero los
representantes, no. Ya de por sí, que salieron elegidos los
representantes de la socialdemocracia les pareció a algunos un triunfo
popular.
Entonces los posfranquistas entendieron que debían hacerse demócratas
para ejercer el derecho representativo y legislativo, y sólo por eso se
reconvirtieron en demócratas constitucionalistas (de mercado) y, de
posfranquistas, señalados o no, pasaron a la nómina de los
representantes populares y extendieron democráticamente sus redes
clientelistas, y de mercado. Las izquierdas se manifestaron airadamente
y, como siempre, animando muy significativamente el espíritu
participativo, por el cambio propusieron soluciones, pero no obtuvieron
representantes suficientes.
Y volvimos a cambiar de representantes, los posfranquistas (y gracias a
la magnanimidad de las leyes suyas, que decían que eran de todos y para
todos, también se unieron a ellos los franquistas señalados) se hicieron
con la representación de los intereses del pueblo, y se les adscribieron
los golfos apandadores más conspicuos y recalcitrantes, y también los
nuevos. Y el clientelismo posfranquista creció hasta hacer olvidar los
mensajes: ¡Habla pueblo, habla! y ¡Por el cambio!, y por eso, por la
fluctuación de la voluntad de voto de los que les votaban a ambos
partidos alternativamente, volvieron a gobernar los representantes del
PSOE, fijando con esta vuelta al poder la aparente única alternativa de:
o ellos o los posfranquistas. Las izquierdas ya no se manifestaban junto
a ellos, sino muy airadamente contra ellos y animaron el espíritu
manifestativo, pero no obtuvieron representantes para cambiar esa
alternativa por otra alternancia, con ellos también.
Pero como el pueblo seguía sin poder participar (y parecía que no se
enteraban que se perpetraba con y a pesar de sus votos)... por ver si
esta vez... volvió a cumplirse de nuevo la alternancia desesperada, la
alternativa “o PSOE o PP”, con el pueblo al margen, pero votando. Por el
pueblo pero sin el pueblo. El propio parlamentarismo español y el
Parlamento mismo se convirtieron en la antítesis de la democracia real,
en el obstáculo principal para su desarrollo. Las izquierdas (viendo que
esto era evidente y que como se enterarían por fin todos se tendría que
acabar pronto aquello), se manifestaban esperanzadamente y sus
representantes exigieron entrar en la alternancia representativa, pero
no obtuvieron representantes suficientes, en realidad cada vez obtenían
menos votos. Quizá porque sus representantes creyeron que la única
alternativa para las izquierdas era obtener representantes contra los
posfranquistas y contra los socialistas no marxistas. Y revisando,
revisando, el sectarismo de izquierda halló entre las izquierdas a los
enemigos principales, y esta lucha por ser el referente de la
representación izquierdista pura no dejó ver el referente popular al que
se debían. El izquierdismo también se convirtió en enemigo de la
izquierda y viceversa.
Como se vio que ni con unos ni con otros (ni con los de más allá que no
lograban convencer a gente suficiente) se escuchaban las aspiraciones
populares, se empezó a creer que no se podía cambiar con ellos, por eso,
parte de los no posfranquistas y de los izquierdistas, hartos de las
luchas por el sectarismo representativo de sus delegados (apuntando
también ya los fascistas sin tapujos sus aspiraciones de tener partido
al margen del PP), construyeron alternativas representativas múltiples,
que tampoco obtuvieron respaldo popular suficiente. Iban, o decían ir,
hacia el pueblo, pero no se quedaban en el pueblo, unos eran como
turistas intelectuales o buhoneros de visita interesada en el pueblo, y
como demagogos o charlatanes de feria, otros.
El pueblo, indignado, se sentó un día en la calle para reflexionar
asambleariamente y surgieron movimientos que exigían participación
popular ¡Ya! De entre estos indignados quincemayistas también brotaron
nuevos y verdes representantes populares indignados que afirmaban que sí
se podían cambiar las cosas entre todos, y nació la esperanzada
Plataforma de ¡Podemos! Aunque algunos de los quincemayistas y de otros
movimientos populares creyeron, creímos, que no era tiempo de
representatividad ni de confluencias, sino de influencias, escraches,
consensos y desarrollo de ideas que ofrecer a los políticos para que las
implementaran políticamente. Pero hay quienes no quieren que cacen otros
la liebre que levantan ellos. Aunque, creo yo, lo importante es que se
cace.
Mucha gente vio en esa plataforma de Podemos una opción para votar. Pero
resultaría hilarante que los representantes de "Podemos si queremos”,
que no son una opción partidista al uso, tuvieran planes para qué hacer
con la legislación de las células madre, el destino de la foca monje, el
deporte popular de base, o la exportación de calzado, por ejemplo, como
pudiera ser que algunos de sus votantes esperaran. Casi inmediatamente,
a la plataforma acudieron en tropel las aves de presa (seguramente ya
está allí el furtivo Correa Gürthel de turno para hacer su carrera) y
los ingenuos bien pensantes de toda la vida. Y casi desde el principio
la alternativa de ¡Podemos!, ha empezado a preguntarse ¿Podemos? y
enseguida ha nacido la convicción popular de ¡Debemos, aunque no
Podemos! y de la indignación popular votante se pasará a la rebelión
cesante. De la rebelión, de cualquier rebelión, en cualquier caso, se
seguirá la represión PSOE PP/PP PSOE, que por fin unirán sus esfuerzos
en un gran pacto nacional “por España” y los descontentos crecerán en
número.
Mientras, las izquierdas clásicas y sus partidos, menguan y
probablemente menguarán más. Aunque sus representantes, no. Porque no
hay autocrítica entre ellos, sino vejentud de ideas y aparataje
sectario.
El cambio político consiste ahora en que los movimientos populares sin
representantes podrían crecer (como creció la abstención en las
ilusorias votaciones por Europa, ver
http://abstencioncomoprotesta.wordpress.com/).
Reflexionando, dicen los movimientos ciudadanos y, porque tratan de
llegar lejos, van lentos. Pero van, vamos, lentos, lentos. Y los
pacientes impacientes, además de los arribistas, los clientelistas, los hiperplásicos, los parásitos y los afectos de nuevo cuño (estos son mis
principios pero, si no le gustan, tengo otros), tratan de construir
alternativas para el pueblo, entre el pueblo, pero no en el pueblo. Y
seguramente nacerán alternativas pueblerinas, aunque no populares, con
líderes nuevos que no saben nada del pueblo, fundamentalmente porque no
le preguntan. Porque en realidad, el goce del líder (en el sentido
lacaniano del término) no reside en representar las aspiraciones de los
que le votan, sino en el disfrute del propio goce midiéndose con otros
líderes. Finalmente, los líderes se convierten en una subclase de su
clase, sea ésta la que sea. Porque en política, preguntar debiera de ser
preguntar la pregunta. No proponerla contestada ya de antemano.
Pero la cosa sigue entre disputas de líderes que cada vez animan menos
el espíritu de lo que sea. Cada vez animan menos el espíritu, cada vez
animan menos. Porque cada vez son más lo que sea que son, además de lo
que se está viendo que son, líderes. Líderes que lo saben todo aunque no
sepan que no lo saben, porque no están dispuestos a aprender de las
demandas populares, sino a enseñar cuáles han de ser las demandas del
pueblo, de la mayoría.
Y ahora vuelve a proponerse, como en los primeros tiempos posfranquistas
de la UCD: ¡Habla pueblo, habla!
Por eso, los posfranquistas franquistas, caciques y neoliberales, que
aprenden mucho más rápido cada vez, con cada cambio (porque aunque los
izquierdistas creen que todos son bobos del culo, no lo son), ahora que
van perdiendo han encontrado una nueva piedra filosófica para la farsa
política, y tras hacerse demócratas han resuelto que la dicotomía no
está entre PSOE o PP, “izquierdas y derechas” sino entre Monarquía y
República (en el Mercado).
Los líderes izquierdistas saben que tampoco ésta es una cuestión
esencial. Porque parece que la cuestión esencial para ellos (y para
todos los que creen que por cojones ha de haber líderes, representantes
y cúpulas inamovibles), parece que sólo fueran ellos, sus convicciones y
sus enseñanzas. Nos preguntan: ¿Qué queréis, monarquía o república?, y
siguen sin preguntarnos qué queremos preguntar.